PSOE

Sánchez, obligado a mover ficha tras la salida de Adriana Lastra

Los nervios recorrían el PSOE tras la debacle del 19-J ante posibles cambios

Sorpresa o no. Los cambios en la organización interna del PSOE se habían convertido en una conversación recurrente dentro del partido. Las dimensiones de la debacle andaluza y la falta de un diagnóstico claro, más allá de que el Ejecutivo y el PSOE están errando en su estrategia de proyección pública de la agenda legislativa, dispararon todas las especulaciones –algunas infundadas de manera interesada–. Internamente se pedía un revulsivo y se daba por hecho que éste vendría en forma de una reestructuración. Pero no se esperaba ya, ni de manera tan contundente. Las fuentes consultadas apuntaban de manera mayoritaria a después del verano, como un impulso para arrancar el curso político en septiembre, marcando agenda y enchufando la maquinaria electoral para hacer frente al desafío electoral de 2023.

Sin embargo, el anuncio de ayer de Adriana Lastra, de que deja la dirección del PSOE, pilló a algunos con el pie cambiado. En plena luna de miel por el éxito del debate sobre el estado de la nación, del que el Gobierno ha salido reforzado y exhibiendo un «rearme ideológico», no se entendía que el partido se volviera a enredar en lo endogámico, abriendo un nuevo frente interno, que exhibe la debilidad y pone en primer término las cuitas fratricidas. Algunos ven en la forma de hacerlo público por parte de Lastra una «motivación personal» que no mira por el partido.

Pero, lo cierto, es que las tensiones internas habían adquirido ya un cariz que no pasaba inadvertido para los miembros de la formación y, sobre todo, para el propio secretario general que, si algo rehúye es el ruido interno. Contra él se rebeló en la remodelación del Ejecutivo que planteó en julio del año pasado y que acabó dinamitando su núcleo duro –con la salida de Carmen Calvo, Iván Redondo y José Luis Ábalos–. Entonces, esta reestructuración dejó al presidente del Gobierno sin cortafuegos, planteó un Gabinete para destacar y rentabilizar los éxitos de la gestión, quedando expuesto. Ahora, con la salida de Lastra, el presidente tiene una oportunidad para mover ficha de nuevo, pero midiendo mejor sus paso. Para inyectar un impulso al partido que el próximo año encara un ciclo electoral en el que se juega retener el poder electoral que logró en 2019. Así se demandaba, al menos, por los territorios, que veían como los enfrentamientos internos estaban distrayendo los esfuerzos de lo verdaderamente importante. Esto quedó patente en Andalucía, donde Lastra jugó un papel muy controvertido.

Queda por dilucidar, desde el entorno del presidente del Gobierno no aciertan a resolver por qué optará, cómo se resuelve la vacante de Lastra. Puede hacerse por sustitución, en el cargo, o por absorción, de sus competencias por parte de otros dirigentes de la dirección. Los intentos de Sánchez de apaciguar el enfrentamiento entre sus números dos y tres –Santos Cerdán– habían resultado hasta ahora infructuosos. Tanto que, tras el 40º Congreso en el que Lastra quedó descabalgada de la portavocía del Congreso, Sánchez se vio obligado a delimitar las funciones de cada uno de ellos para evitar que la bicefalia que había surgido tras la salida de Ábalos siguiera degenerando en más enfrentamiento. No lo consiguió.

La gestión de la campaña andaluza fue un punto de inflexión en la bronca interna, Lastra realizó algunos movimientos que se han percibido por parte de la dirección del PSOE como desleales con el propio Sánchez y esto ha provocado que la falta de confianza en quien hasta ahora era su mano derecha se acabara por romper. Tampoco se percibió con buenos ojos su intervención en la rueda de prensa de la noche electoral del 19-J, en la que aseguró que Juanma Moreno había ganado gracias a los «ingentes recursos» que le había dado el Gobierno central.