Procés

1-O: De la épica a la ruptura y a la desazón

En cinco años, la situación ha cambiado radicalmente: la mayoría independentista es una entelequia

Imágenes del 1-O, con la Policía conteniendo el empuje de los independentistas
Imágenes del 1-O, con la Policía conteniendo el empuje de los independentistasManu FernandezAgencia AP

El 1 de octubre de 2017 fue para el independentismo un día épico. La simbiosis entre ciudadanos, entidades y partidos hizo posible que las urnas llegaran a los colegios y que se hiciera el referéndum. El Gobierno de España estaba en fuera de juego. Mariano Rajoy estaba convencido de que la consulta no se haría y el CNI estaba a por uvas. De hecho, en estos días hemos conocido que Europa no decidió mediar en el último minuto. Las cargas policiales no ayudaron. Se hicieron tarde y mal y la imagen internacional se resintió. Si Europa hubiera intervenido, el fracaso independentista se hubiera convertido en éxito.

Cataluña se dividió entonces en dos mitades y la Generalitat fue intervenida. Ciudadanos ganó las elecciones y el independentismo cerró filas con el Gobierno de Quim Torra, que intentó mantener la tensión porque tenía que abonar la idea del triunfo del 1-O y la frase recurrente «hacer cumplir el mandato de las urnas», sin tener en cuenta que la mitad de los catalanes no estaban representados, que se lapidaron los derechos de los diputados no independentistas y que el independentismo empezaba a extraer conclusiones diferentes. Por un lado, Puigdemont y Junts per Catalunya y por otro ERC, que llamaba a ampliar la base, a no repetir errores y a plantear un nuevo escenario. Los republicanos fueron los primeros en concluir que el 1-O fue un fracaso y una derrota en la que se engañó a los que de verdad pensaban que la independencia era cuestión de coser y cantar.

La presión judicial a los dirigentes del «procés» hizo el resto. Y los amagos de desobediencia de Torra fueron eso: un querer y no poder. Cayó Torra por una nimiedad y ERC le dejó caer. Nuevas elecciones. Ganó el PSC y el independentismo se hundió, pero se aferró a la «unidad» y a falsear los datos apelando a una inexistente mayoría del 52%. Ciudadanos desapareció del mapa, sin pena ni gloria cabría añadir, y el PP se ha convertido en un partido residual. Vox entró con fuerza en el Parlament con más diputados que las dos formaciones de la derecha españolista juntas. Para colmo de males para Junts per Catalunya, ERC obtuvo la presidencia y marcó la nueva hoja de ruta. Y lo peor, Junts sintió que su mansión, el Palau de la Generalitat, estaba «okupada». En España, el PSOE llega a Moncloa y Pedro Sánchez pone en marcha la agenda de reencuentro que ERC acepta para bajar la tensión. La cúpula independentista es indultada en verano de 2021 y, ciertamente, la tensión baja enteros en la sociedad catalana pero sube exponencialmente entre los independentistas. Junts no acepta la Mesa de Diálogo y Aragonès, sin demasiadas contemplaciones, los deja fuera.

Cinco años después la situación ha cambiado radicalmente. Como se ha visto esta semana la mayoría independentista es una entelequia porque algunos siguen aferrados a la épica –no existe ni guerra ni crisis económica y tampoco existió la pandemia– y gobernar no es épico, más bien desgaste con sinsabores, sobre todo, cuando los recursos son escasos. La manifestación de la Diada se convirtió en una manifestación contra ERC. Una foto del president fue quemada. Algo nunca visto que marca un antes y un después.

Sin embargo, el independentismo no ha muerto. Tiene sensación de derrota, está herido, dividido y enfrentado, pero sigue vivo. La prueba del algodón es TV3. La televisión pública también ha cambiado pero se esfuerza en mantener viva la idea del «procés». Primero, para volver a la épica. Segundo, para agitar las manifestaciones de hoy. «La Pirámide invisible», la historia del 1-0, la historia de la «gloriosa» movilización fue una especie de Braveheart a la catalana para calentar la olla del aniversario histórico de un día histórico. Ahora le salen padres. Jordi Sánchez –Junts– y Marta Rovira –ERC– se arrogan ser los flamantes autores de la logística. Hoy Sánchez ya no es secretario general de Junts y Marta Rovira mantiene su influencia desde Suiza, pero tampoco es lo que era.

Las cosas no pintaban bien pero lo sucedido esta semana será determinante. De momento, el Consell de la República ha convocado un acto en el Arco del Triunfo –parece una guasa– que cerrará en una alocución telemática su presidente, que no es otro que Carles Puigdemont. Seguramente, su intervención no será del agrado de ERC. No solo por lo sucedido esta semana, que también, sino porque Puigdemont sigue agitando las aguas turbulentas del independentismo aunque cada día pinta menos. Sin embargo, la calle es suya. Sus partidarios son los más agresivos con ERC pero, por primera vez en años, a los republicanos no les falla el pulso. Aragonès, y Junqueras saben que el liderazgo puede decantarse de su lado en las elecciones municipales, un campo de batalla hostil para Junts y más con sus divisiones internas. La prueba del algodón se produjo esta semana. Aragonès se reunió más de tres horas con Jordi Turull. Laura Borràs, la presidenta del partido, se personó en el Palau de la Generalitat. Aragonès no la recibió. Solo le faltó decirles vuelva usted mañana.

Veremos que sucede cuando el acto sea presentado por Carme Forcadell, la presidenta del Parlament por aquel entonces y miembro de ERC. La ANC ha convocado un acto hora y media antes en la Plaza Sant Jaume para «visibilizar el alejamiento de las instituciones catalanas» del «mandato del 1-O». La ANC pidió un nuevo referéndum para el año que viene para alcanzar la independencia de forma unilateral. No le hicieron ni caso. Ningún partido independentista se subió a ese tren que ha descarrilado antes de salir dejando a la ANC, otrora epicentro de todo, en un artista secundario con escaso papel. Es curiosa la pretensión de la ANC de celebrar un nuevo referéndum cuando el lema de la manifestación es «Defendamos el 1-0, ganemos la independencia». La pregunta sería para qué un nuevo referéndum si ya tenemos uno.

La incógnita de la jornada de hoy son los Comités de Defensa de la República, los CDR. En estos años han protagonizado cortes de carreteras, manifestaciones violentas y altercados varios. Su agenda, como es habitual, no se ha desvelado y todo es incertidumbre. Los Mossos han montado operativos especiales. A la Policía catalana le pilla el aniversario en pleno enfrentamiento entre los dos comisarios al frente del cuerpo. La CUP, por su parte, vaga como alma en pena. Con una escisión interna y con un nulo protagonismo está en horas bajas, pero sus activistas, menos que otros años, siguen siendo un grupo activo y organizado.

Dos expresidentes han definido la situación actual. José Montilla y Artur Mas. Montilla ha dicho que «a la gente se la engañó, solo hay que repasar la hemeroteca». Mas afirmó: «El proyecto soberanista desde 2017 va a la baja». No se puede decir tanto en tan pocas palabras. De los hechos, ejemplos sin fin. La ruptura, dicho de otra forma guerra por el liderazgo, se ha plasmado esta semana. Veremos cómo afecta la tensión en la manifestación de hoy. Sin duda, una nueva manifestación contra ERC que intentará capitalizar Junts, porque es lo único que le queda. Veremos, también, si la crisis no conlleva la autodestrucción del partido de Puigdemont, que lleva en permanente reconstrucción desde que Convergència i Unió pasó a la papelera de la historia. En palabras de Salvador Illa, el líder del PSC, «el Govern está en tiempo de descuento».