Política

Cerco a la corrupción

El perfil de... Esperanza Aguirre: La lideresa de ida y vuelta

Es una «mosca cojonera», decían de ella sus compañeros. Tras los registros en Génova, en la sede central del PP se oyó: «Que se lo coma sola»

Esperanza Aguirre
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Tomó la decisión tras su larga comparecencia por el escándalo de la «trama Púnica» en la Asamblea de Madrid. «Nadie me ha llamado», se lamentaba Esperanza Aguirre ante sus íntimos, en espera de que alguien le diera su respaldo en horas tan amargas. La irrupción de la Guardia Civil en las dependencias de Génova 13 y los fuertes coletazos de la corrupción sobre el PP de Madrid la salpicaban en toda regla. Ella, osada y aguerrida, decidió dar la cara, pero esperaba un gesto, una llamada de alguien de las alturas. No se produjo y sólo encontró silencio. El del presidente, Mariano Rajoy, quien tal vez ahora recuerde sus dentelladas históricas de tantos años plasmadas en el congreso de Valencia, y el de la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, que atribuyó la responsabilidad de las corruptelas a la organización madrileña. «Que se lo coma ella sola», dijo alguien esa noche sobre el marrón madrileño en la sede central del partido.

Esperanza Aguirre y Gil de Biedma nunca deja a nadie indiferente. Es la suya una historia de mujer de rompe y rasga, empollona estudiante de buena familia, liberal a ultranza, que pasó por cuatro partidos de esa ideología en la Transición, hasta recalar en el PP. Gentes como Pedro Schwartz, su auténtico mentor, Manuel Fraga o Soledad Becerril fueron sus entradas en política, pero Espe dio el salto tras su estrecha amistad con Ana Botella, José María Aznar y Juan Antonio Gómez Angulo en la Facultad de Derecho de Madrid. Allí se fraguó todo un clan de poder, el germen de una clase de políticos ilustrados en el centro-derecha. Trabajó en el Ministerio de Información y Turismo con Fraga; en el de Cultura con la primera mujer ministra de UCD, Soledad Becerril, y llegó al entorno de Aznar con un pedigrí de primera. «Es lista como nadie», decía el ex presidente.

Desde entonces, su ascenso fue imparable. Concejala y número dos del alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, con quien tuvo sus más y sus menos, ejerció un enorme poder en el Ayuntamiento. Ministra de Cultura, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, fue la primera mujer en ocupar estos cargos y se convirtió en un auténtico poder fáctico dentro del PP. La «mosca cojonera», decían de ella sus colaboradores y compañeros. En efecto, nunca ha sido una mujer fácil: autoritaria y cáustica, con brillante oratoria, imprevisible y ambiciosa, fue la eterna enemiga en Madrid de Alberto Ruiz-Gallardón. Sus peleas internas y externas hicieron correr ríos de tinta, hasta que Gallardón, a quien hoy muchos en el partido añoran, salió de la escena política. Pero ella siguió como heroína sin freno.

En el congreso de Valencia intentó dar un golpe en toda regla contra Rajoy, avivada por algunos sectores mediáticos. No se atrevió y su relación quedó muy tocada. Tras la retirada de Gallardón, quedó como única dueña y señora del PP madrileño. Pero hace unos tres años, la detectaron un cáncer mamario, que ella difundió públicamente con coraje, y dio un paso atrás. Dimitió como presidenta de la Comunidad y dejó paso a su sucesor, el hombre que había sido su leal número dos, Ignacio González. Pero se reservó la presidencia del PP en Madrid, la organización más poderosa y emblemática del partido, por lo que muchos la acusaron de «dar un paso atrás sólo para coger impulso».

Plenamente recuperada, la también ex colaboradora de ABC siguió manejando los hilos y presionó hasta lo indecible para lograr su gran ambición: la alcaldía de Madrid. Era su sueño tras haberlo sido todo. Ganó, pero no con la mayoría suficiente para frenar el pacto de izquierdas y, desde entonces, nunca fue la misma. Admiradora de Margaret Thatcher, feroz anticomunista y experta jugadora de golf, ha lanzado una última pirueta. Unos piensan que es un gesto honroso y valiente. Para otros, un nuevo aviso a Rajoy. Lo cierto es que ha vuelto a conmocionar los cimientos del partido y ha dado la cara ante la tormenta que atenaza al PP madrileño.

Hace ya tiempo que sus dos hijos, Fernando y Álvaro, le pidieron que dejara todo. Ella se resistió porque es un «animal político», puro y duro. Mujer de formas bien llevadas, pero de esas que las mata callando, es la segunda vez que dimite. Lideresa de ida y vuelta, de nuevo se va de un cargo y mantiene otro. Veremos por dónde atisba su astuto olfato. La guerra en el PP madrileño está servida.