11-M

Aznar reivindica su política

El ex presidente repasa los momentos más críticos de su mandato como los atentados del 11-M, la ocupación de Perejil, su incesante lucha contra Batasuna o la participación en la Guerra de Irak

Portada del libro de memorias de José María Aznar
Portada del libro de memorias de José María Aznarlarazon

El expresidente del Gobierno revela en el segundo volumen de sus memorias, «El compromiso del poder» (Planeta), que un informe de Jorge Dezcallar, director del CNI en el momento de los atentados del 11M, mantenía las dudas sobre la autoría de los mismos dos días después de esas acciones terroristas.

No era la única forma de hacer las cosas. Era, desde luego, la mejor. Para los intereses de España y los españoles. Las memorias de Aznar revelan simplemente que hay una manera de concebir y ejecutar el ejercicio del poder que es la que nos hace más fuertes, más compactos, más respetables, más creíbles. La que nos define como lo que somos: copartícipes de una gran nación que tiene su historia, su cultura, su ambición, sus metas y sus mitos.

El episodio de Perejil es enteramente elocuente. Tocado nuestro interés, nuestra integridad territorial, nuestras conquistas, nuestro orgullo, hay un líder que aparece para defendernos del enemigo, para decir y actuar en base a lo fundamental: que debemos proteger lo que nos pertenece, y nunca tolerar provocaciones ni agresiones ni invasiones más propias de bárbaros que de vecinos o aliados o colaboradores.

No es una básica cuestión de estilo. Tras el fondo, están las formas. Y España tuvo un presidente de Gobierno que estuvo a lo que tocaba, cuando tocaba y como tocaba. Es cierto que el listón que le precedió era el de la corrupción y el crimen de Estado y el de la ruina.

Es verdad que lo que vino después era lo insustancial, lo banal, lo apátrida... el hombre al frente de un país en el que no cree. Pero, ¡benditos ocho años de paréntesis!

Dejemos a un lado los rodeos, lo políticamente correcto, los paños calientes y demás historias que no vienen a cuento. El relato expuesto por el otrora inquilino de La Moncloa descubre lo que ha estado durante tiempo a vista de todos: el coraje, la confianza, la fortaleza, el pulso... echar el resto por tus compatriotas. Algo sólo posible cuando crees en tu patria. ¿O no?

«Es difícil saber qué llevó a Mohamed VI a cometer un error estratégico del calibre de la ocupación ilegal del islote de Perejil. Sin duda, el apoyo inequívoco que recibía de Francia desempeñó un papel importante. Pero probablemente también contribuyó la actitud y posición de algunos sectores políticos y mediáticos españoles

Ahí está, por ejemplo, la estrafalaria visita que José Luis Rodríguez Zapatero, entonces ya líder de la oposición, realizó a Marruecos en diciembre de 2001, cuando las relaciones bilaterales pasaban por un momento de tensión, retirada de embajador marroquí incluida. El resultado de aquel viaje es conocido: una foto de Zapatero posando sonriente delante de un mapa en el que aparecen Ceuta, Melilla y hasta Canarias como parte del territorio marroquí. Y quizá también algo más. El apoyo del líder socialista posiblemente también generó en círculos oficiales marroquíes la sensación de que el Gobierno del Partido Popular no las tenía todas consigo en la defensa de sus posiciones. Se equivocaron.

Recibí la noticia por Ángel Acebes. Era la primera llamada que me hacía Ángel como ministro del Interior tras haberse estrenado en el cargo apenas unos días antes. No di crédito. Me parecía increíble que Marruecos hubiera mandado a personas armadas, lo que suponía una ruptura del statu quo. Y me parecía increíble que no nos hubiéramos enterado hasta un día después, gracias a una patrullera de la Guardia Civil qué había pasado casualmente por la zona y que había actuado prudentemente ante la falta de información sobre las lo que sucedía.

Me puse en marcha de inmediato con el objetivo de no aceptar los hechos y de devolver el islote a su situación anterior. Tras el primer análisis de la situación, teníamos claro lo que había pasado: Marruecos había decidido ponernos a prueba; quería comprobar hasta dónde estábamos dispuestos a llegar en la defensa de los intereses de España; quería medir los límites de la determinación del Gobierno y de la firmeza de la opinión pública española. De ahí que fuera crucial acertar en la respuesta. Tenía que ser una contestación medida, pero que no dejara duda sobre nuestra posición: no íbamos a aceptar hechos consumados; si Marruecos había querido ver que esas fisuras le iban a permitir avanzar en sus pretensiones sobre Ceuta, Melilla y los peñones, se había equivocado.

Informé al Rey y me puse en contacto con el primer ministro de Marruecos, Abderramán Yusufi, un viejo socialista, amigo de España y castellanoparlante al que conocía bien. Tiempo atrás le había invitado a una visita privado a Doñana. Yusufi se había mostrado un tanto reacio a venir, quizás porque temía que fuera una encerrona. Le había tenido que aclarar que el único motivo para invitarle a Doñana y no a La Moncloa era mi deseo de conversar en un ambiente más distendido y de tranquilidad, una manifestación de amistad personal. Finalmente, Yusufi había accedido a venir y habíamos pasado una estancia muy agradable.

Cuando lo llamé para preguntarle qué hacían gendarmes marroquíes en Perejil, me contestó que no tenía ni idea y que se enteraría. En términos que no permitían la más mínima duda sobre la gravedad que concedíamos al asunto, le pedí que lo hiciera cuanto antes. «Esto tiene que estar resuelto dentro de venticuatro horas», le dije. Lejos de añadir confusión, mi conversación con Yusufi me confirmó nuestra percepción inicial respecto al origen e intencionalidad de la ocupación de Perejil.

A continuación, pedí a nuestro ministro de Defensa, Federico Trillo, que fuera preparando un plan para la recuperación de la isla en caso de que la vía del diálogo con Marruecos no fructificara. Claro que queríamos dialogar. Pero no estábamos dispuestos a aceptar que el diálogo fuera utilizado para postergar la rectificación de Marruecos y que ello consolidara la ocupación de un territorio.

Nuestro siguiente paso fue conseguir el aval de nuestros socios europeos y de la OTAN. Hablé personalmente con todos los presidentes o primeros ministros europeos. Todos me mostraron su apoyo salvo uno: Jacques Chirac. También me pareció necesario solicitar el aval formal del Congreso de los Diputados, que en esas fechas tenía previsto celebrar debate sobre el Estado de la Nación.

Simultáneamente, Ana Palacio, que como Ángel se acababa de estrenar en el Gobierno, en su caso como ministra de Exteriores, se puso en contacto con el Gobierno de Estados Unidos a través del entonces secretario de Estado, Colin Powell. Ana mostró una enorme capacidad de trabajo, una gran habilidad y una extraordinaria paciencia durante toda la crisis.

Yusufi nunca contestó a mi llamada. Desde el entorno más directo de Mohamed VI tampoco hubo ningún gesto o reacción. Pronto supimos por qué. Ese entorno, formado por personas sin experiencia y, por lo general, hostiles a España, era el que había ideado, propiciado y ordenado la ocupación de Perejil.

Federico Trillo y los altos mandos militares me presentaron varias opciones para desocupar Perejil. La primera consistía en utilizar fuerzas de la Guardia Civil. La propuesta parecía lógica en la medida en que, inicialmente, la ocupación había ocurrido a cargo de gendarmes de Marruecos, y no de soldados. El problema era que no teníamos prácticamente ninguna información: ni sobre el número de gendarmes, ni sobre el armamento del que disponían, ni sobre las instrucciones que habían recibido. Lo cual no dejaba de ser insólito y, en mi opinión, poco comprensible desde el punto de vista de la eficacia de nuestros servicios de inteligencia.

En la reunión que mantuvimos en La Moncloa, pedí a los Jefes de Estado Mayor de los tres Ejércitos y al jefe de Estado Mayor de la Defensa que me diesen su opinión sobre qué hacer. Los jefes de Estado Mayor de Tierra, Aire y de la Armada se mostraron a favor de una actuación militar. En cambio, el JEMAD, el almirante Antonio Moreno, se manifestó en contra. Decidí reiterar con claridad mi pregunta. El JEMAD volvió a manifestarse en contra. Seguimos analizando y valorando la opción de una acción militar. Antes de acabar la reunión, insistí por tercera vez. La respuesta del JEMAD fue, otra vez, la misma: no.

Mi decisión final fue que sí. A la vista de las alternativas que me presentaron, y de la información que teníamos –y de la que no teníamos–, me pareció la opción más segura. La tarea recayó en las unidades de operaciones especiales con base en Alicante, bajo el mando del general Pedro María Andreu. En presencia de los mandos militares y del ministro de Defensa, el general Andreu me explicó los detalles de la operación, la fuerzas que intervendrían y el apoyo logístico que iba a necesitar. Con la decisión tomada y la información en la mano, fui a ver al Rey y le conté lo que íbamos a hacer.

La operación tuvo lugar la madrugada del 17 de julio de 2002 y fue un gran éxito. Andreu y sus hombres no sólo consiguieron desalojar a los soldados marroquíes (los gendarmes habían sido sustituidos por militares), sino que lograron hacerlo sin usar la fuerza.

Yo no buscaba la humillación de Marruecos, sino sencillamente defender España y transmitir un mensaje claro: el Gobierno no iba a aceptar resignadamente la ocupación de ningún territorio. Ni aunque se tratara de una isla rocosa, pequeña y deshabitada.

Renunciar a Perejil hubiera sido un primer paso hacia la renuncia de Ceuta, Melilla, las islas o los peñones. Los ocupantes marroquíes de Perejil fueron llevados a Melilla y devueltos en el acto a las autoridades de su país. Nos aseguramos de que la entrega no corriera a cargo del Ejército, sino de la Guardia Civil, para minimizar la gravedad de los hechos. En términos jurídicos, acepté una vuelta al statu quo anterior. Es decir, a la situación que había antes de la ocupación marroquí, sin dejar en Perejil ni unidades de la Guardia Civil ni del Ejército. Tampoco quise que en el desfile del 12 de octubre de ese año hubiese ninguna referencia a la acción en la isla. Lo que sí ordené fue mantener un despliegue importante y visible de la Armada en torno a Ceuta y Melilla durante un mes.

A pesar de todo ello –y, sobre todo, a pesar de que había sido Marruecos quien había provocado el conflicto y quien luego se había negado a dialogar–, el rey Mohamed reaccionó con indignación por boca de sus consejeros y ministros.

Su círculo más próximo había errado en el cálculo. Habían confiado en el apoyo de Francia y en las fisuras dentro de España. Se habían creído aquel viejo chiste que circulaba en épocas coloniales según el cual «los ingleses pegan y pagan, los franceses pegan pero no pagan, y los españoles ni pegan ni pagan». Habían creído que no haríamos nada y se habían equivocado. La reacción de España cambió la visión que muchos tenían de nosotros, y no solamente en los países del norte de África.

En las Fuerzas Armadas el éxito de la operación produjo gran satisfacción. Poco tiempo después, invité a cenar a La Moncloa a los Jefes de Estado Mayor y al JEMAD con sus respectivas esposas. Estaban exultantes, incluido el JEMAD. Agradecí a todos el gran trabajo realizado y su buen criterio a la hora de proponer la operación. No hice mención a las reticencias del almirante general Moreno Barberá, con quien, por otra parte, mantuve siempre una buena relación».