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El feudo de VOX: El Ejido, terreno abonado para el «Spain first»

El partido de Abascal ha encontrado un filón en localidades como El Ejido, donde la población inmigrante supone casi el 30% del censo. «Nos sentimos inseguros, extranjeros en nuestro propio pueblo», denuncian los vecinos, que le otorgaron el «oro» a Vox en las andaluza.

El Ejido es el escenario perfecto para que cale el mensaje de Vox. Los vecinos reconocen que el pueblo ha cambiado radicalmente con la llegada de inmigrantes y son muchos los que dicen vivir con miedo. Fotos: Alberto R. Roldán
El Ejido es el escenario perfecto para que cale el mensaje de Vox. Los vecinos reconocen que el pueblo ha cambiado radicalmente con la llegada de inmigrantes y son muchos los que dicen vivir con miedo. Fotos: Alberto R. Roldánlarazon

El partido de Abascal ha encontrado un filón en localidades como El Ejido, donde la población inmigrante supone casi el 30% del censo. «Nos sentimos inseguros, extranjeros en nuestro propio pueblo», denuncian los vecinos, que le otorgaron el «oro» a Vox en las andaluza.

Fina nos advierte nada más poner un pie en El Ejido: «Aquí nadie reconocerá que vota a Vox, pero la verdad es que la mayoría está con ese partido, lo único que todavía da cierta vergüenza decirlo en público, por lo de que son de extrema derecha, pero son los que más tirón tienen ahora». En este pueblo almeriense de poco más de 80.000 habitantes, el partido de Santiago Abascal arrasó en las elecciones a la Junta de Andalucía, su primera prueba de fuego en el ruedo político, convirtiéndose en el partido más votado. Sumó 7.377 votos, seguido del Partido Popular, que se quedó con poco más de 6.000, lo que supone el primer «oro» para la formación que lleva la defensa de España por bandera. Y es que en este mar de plástico, como se conoce a El Ejido, se dan los ingredientes perfectos para la explosión ultra: una elevada presencia de inmigración, inseguridad, problemas de convivencia y una renta media baja que roza los 17.000 euros anuales. Adentrarse en este municipio de Almería es una absoluta experiencia cultural y visual. Los miles de invernaderos cubren prácticamente la totalidad del territorio, sólo se ven carpas de plástico que se unen en el horizonte con el Mediterráneo. Las imágenes aéreas de la NASA que se hicieron públicas el año pasado dan buena cuenta de ello.

Aquí, la agricultura es prácticamente la única forma de vida, pues el turismo es escaso (extraño tratándose del sur de España) y sus vecinos han experimentado cambios sociales brutales en las últimas décadas. Según datos del año pasado aportados por la Junta, en El Ejido hay censados 26.206 inmigrantes, la mayoría de ellos de Marruecos, y sobra decir que hay un número elevado que no figura en las estadísticas, lo que, en principio, supone un 29% de la población.

Así, los ejidenses han vivido en primera persona la reconversión del pueblo. «El bulevar ya no es lo que era, los inmigrantes se han hecho con él. Por allí paseábamos tranquilamente y ahora nos sentimos extraños en nuestro propio pueblo, en nuestra ciudad», lamenta Fina, que nos invita a su casa, un impresionante ático a la entrada del pueblo donde se aprecia la magnitud de las estructuras de plástico que asfixian el municipio. Ella es empresaria y, en cierto modo, echa la culpa a los de su gremio, los responsables de traer hasta la costa almeriense a las hordas de extranjeros. «Muchos han sacrificado su bienestar por el de sus hijos. Es decir, aquí los agricultores de toda la vida y los empresarios no querían que sus hijos tuvieran la misma vida que ellos. Les dieron estudios, se fueron a la universidad y aquí cada vez había menos jóvenes para trabajar en el campo. Así que fueron llegando los inmigrantes, los cuales, además, salían más baratos. Corrió la voz entre ellos, en sus países de origen, de que había trabajo en El Ejido y ahora estamos como estamos. Eso sí, aquí paro no hay, trabajo hay para dar y tomar», dice esta empresaria que ronda los 50 años y que asegura que en sus negocios no trabaja «ni un moro, sólo una rumana y una rusa». Al parecer tuvo alguna mala experiencia laboral con ellos. «Roban, no son de fiar», matiza.

Nos cuenta que en breve serán las fiestas del pueblo, San Marcos, «y si bajas a la calle allí solo verás a inmigrantes, los de aquí ya ni salimos», apunta. Según Fina, pocos locales acuden a los festejos, pero eso no es lo peor para ella. «Lo más problemático es que las mujeres ya no nos atrevemos a ir solas por la noche por la calle. Una cosa es que los obreros te lancen piropos, otra que te sientas amenazada, acosada. Todo esto es lo que ha dado alas a Vox. Es una situación que llevamos arrastrando años y nadie ha cambiado nada. Como este partido es nuevo, parece que se le quiere dar una oportunidad, eso sí, casi todos son votos ocultos», dice.

En este contexto, Abascal vio un filón y decidió realizar uno de sus primeros actos públicos en la localidad. La semana pasada Javier Ortega Smith, secretario general del partido de ultraderecha, también realizó un encuentro con los vecinos. «Aquí casi siempre hemos tenido al PP en la Alcaldía, es un voto conservador, pero parece que la gente quiere más», concluye Fina. Es más, el candidato de Vox en El Ejido, Juan José Bonilla, es un antiguo miembro del PP que decidió dar el paso al frente después de que su padre muriera hace casi dos décadas a manos de un inmigrante.

La cuestión de la regulación de los flujos migratorios en España es una de las máximas de la «troupe» de Abascal. Defienden que sólo quieren que haya inmigrantes con papeles, el resto, a la calle. Pero lo cierto es que sus políticas, para algunos, parecen una absoluta caza de brujas contra lo que ellos denominan «la islamización» de España. Para la formación verde, la «Reconquista del siglo XXI» ha empezado. La Plaza Chica de los Mercados de El Ejido poco tiene que envidiar a la de Jmaa el Fna de Marrakech. Aquí se escucha más hablar árabe que castellano. Por la calle Jacinto Benavente pasean centenares de mujeres con hiyab cargando a sus numerosos hijos. También lo hacen por la calle Manolo Escobar que desemboca en el bulevar, epicentro del pueblo. «Nosotros decimos que vamos a Marruecos cuando nos dirigimos a esa calle. Ahí no verás más que locales de moros, de túnicas y cosas de esas», dicen Rosalía y José, que pasean con su nieta en el carricoche. «Esta es la niña de mi hijo. La tuvo con una brasileña, quién me lo iba a decir», explica con cara de circunstancia. «A mí me gusta mucho Vox, habla claro, no como los otros. Parece que los políticos tienen miedo a los inmigrantes, pero Abascal dice las cosas como son», asevera José, que además se queja de la falta de policías por la calle. «Yo sólo te digo que antes aquí los vecinos dejábamos las puertas abiertas y no pasaba nada. Ahora eso es impensable, vivimos en una inseguridad constante. Y no se te ocurra salir a la calle con un colgante de oro porque no duras ni un minuto con él. Aquí, los extranjeros han traído la delincuencia y el robo», dice muy consternada Rosalía.

¿Pero no consideran que, desde fuera, pueda parece que ustedes son racistas?, le pregunta un servidor a Serafín, un comerciante de toda la vida. «Da igual lo que piensen fuera, porque aquí los que vivimos somos nosotros. Mira, en los colegios, el 60% de los niños es musulmán. Además no se adaptan a nuestras costumbres, que es lo que deberían hacer. Sacan los colchones por las ventanas. Hemos pasado de ser un pueblo de cortijos en los que podíamos dormir con la puerta abierta a vivir en alerta. Pero, vamos, que en el fondo tenemos lo que nos merecemos, por haber aceptado que vinieran aquí todos los moritos», dice.

Rocío es filóloga, tiene 26 años y le parece que lo que defienden sus vecinos es «una locura». «La gente no está acostumbrada a la multiculturalidad. Yo he vivido muchos años en Londres y allí hay médicos indios, empresarios musulmanes... lo que ocurre es que aquí no se les permite conseguir una formación adecuada, se les explota, se les paga mal y no se les permite ascender laboralmente. Luego pasa lo que pasa», defiende. Lo que le preocupa a Sara es que el pensamiento «xenófobo» de su pueblo no solo está relacionado con la gente mayor, sino que también lo muestra la gente de su generación. «Me da mucha vergüenza, sinceramente. Yo en breve me iré a Estados Unidos, aunque lo que me espera allí con Trump tampoco es mucho mejor», dice con una sonrisa. El magnate estadounidense reconvertido en presidente de la primera potencia mundial es sin duda una inspiración para Abascal y en localidades como El Ejido el lema de «España primero» ha calado con fuerza.