Política

Memoria histórica

El pueblo que quiere los restos de Franco

La localidad salmantina de Águeda se ofrece voluntaria a acoger la sepultura del dictador. «El municipio lo mandó construir él y siempre hemos estado muy vinculados a su persona».

Los indicativos de la pedanía lucen una franja que cubre la palabra «del Caudillo» para cumplir la legislación.Foto: Rubén Mondelo
Los indicativos de la pedanía lucen una franja que cubre la palabra «del Caudillo» para cumplir la legislación.Foto: Rubén Mondelolarazon

La localidad salmantina de Águeda se ofrece voluntaria a acoger la sepultura del dictador. «El municipio lo mandó construir él y siempre hemos estado muy vinculados a su persona».

Por las calles de la pedanía de Águeda (antes Águeda del Caudillo) se respiraba franquismo hasta no hace mucho. A poco que se escarbe en las entrañas del pueblo, los vestigios salen a la luz; el indicativo de la «Calle Principal» es ligeramente diferente a los demás, mucho más nuevo y remozado porque antes figuraba otro, el de «Calle del Generalísimo», pero la Ley de Memoria Histórica obligó a removerlo de su sitio; los distintos letreros repartidos por las carreteras circunvalares a la localidad han sido modificados: el rótulo «Del Caudillo» que figuraba en la cartelería aparece ahora cubierto por una cinta blanca ligeramente más clara que los propios carteles; la Plaza Mayor cuenta con una fea mancha en una de las paredes: ahí se alojaba la placa conmemorativa en honor a Francisco Franco, quien creó e impulsó el pueblo. Sólo una cruz extremadamente similar a la del Valle de los Caídos evoca tiempos otrora más prósperos y fructíferos para la localidad. Tiene sentido, entonces, que el alcalde de la pedanía, Germán Florindo, así como muchos vecinos, considere Águeda el mejor sitio para custodiar los restos del dictador cuando se exhumen.

Tiene sentido porque el que fuese jefe de Estado en España durante casi 40 años levantó la pedanía de la nada en 1954: edificó pequeñas casas que vendió a los colonos de la zona; diseñó un sistema de regadío de cara a optimizar el sector primario en los alrededores salmantinos; impulsó la creación de una escuela y construyó un gran pantano para abastecer los terrenos próximos.

«El motivo de querer traer los restos aquí es porque el pueblo lo mandó construir él, vino a inaugurarlo él y siempre hemos estado muy vinculados a él», comenta Florindo al respecto. El propio alcalde, además, confirmó que se habían producido comunicaciones entre la familia Franco y el ayuntamiento: «Ya se entabló un contacto en 2017, pero quedaron las cosas ahí porque estaban las cosas muy paradas. Si hace falta, lo retomaremos de cara a encauzar la cuestión». Pero si en algo hace especial hincapié el regidor es en la afluencia de la que gozaría la localidad: «Sería muy beneficioso: el pueblo cogería el doble de vida. De ser un pueblo pequeño se pasaría a construir algún tipo de establecimiento, como un bar o un restaurante, o cualquier otra forma de negocio», explica.

El carácter abiertamente franquista del pueblo (sólo hay que remitirse a la historia para revelar su naturaleza) bien se ve reflejado en la disposición de los vecinos en referencia a la acogida. Ángel, natural de Águeda, no duda en mostrar su generosidad cuando se le pregunta: «Que vengan [los restos]. Yo cedo una parte de mi parcela para hacer un mausoleo si hace falta», afirma. «Esto se convertiría en un sitio de visita; vendría mucha gente. ¿Por qué no iba a venir aquí, si él fue quien mandó construir e inauguró el pueblo?». Otra residente que prefiere mantenerse en el anonimato secunda la opinión: «Franco sacó a los colonos de los barracones y les ofreció una casa. Para eso construyó el pueblo. ¿Quién soy yo para denegar los restos de un moribundo?» Enrique, vecino, también se mostró favorable cuando se le preguntó por el asunto: «Me parece perfecto que traigan los restos de Franco. Depende del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, pero esto está vacío. Con la llegada de los restos, Águeda contaría con una fuente de ingresos considerable». Primi, vecina que regenta los apartamentos rurales de la zona, coincide con Enrique en dicha cuestión: «Para la gente con negocio sería algo positivo, claro. El pueblo sería un gran reclamo y tendríamos más demanda». La mayoría de los locales apuntaba en dicha dirección: a pesar de estar más o menos de acuerdo en su llegada, casi todos concuerdan en que el impacto sería positivo en términos de tráfico y turismo.

Turismo del cual, sin embargo, reniegan tangencialmente en Ciudad Rodrigo. El ayuntamiento de la ciudad es el encargado de dirigir la pedanía anexa, como bien indicaba Enrique, y su alcalde, Juan Tomás Muñoz Garzón, militante socialista, no ve con buenos ojos el posible aterrizaje: «Lo considero un despropósito total, una ocurrencia sin sentido y con un corto recorrido. Alguien que tenga cordura será lo suficientemente listo para parar cualquier iniciativa de este tipo», afirma el alcalde.

La Ley de Memoria Histórica, motivo por el cual Águeda se ha visto obligada a retirar cartelería y simbología franquista, también surge durante la conversación: «Estamos luchando por la recuperación de la Memoria Histórica y ello resultaría contraproducente: el esfuerzo que estamos haciendo no sería compensado atrayendo esos restos», considera el regidor. Por último, tras ser preguntado por el impacto económico y turístico de la cuestión, el máximo dirigente afirmó que «sería un turismo no demasiado bienvenido y que poco podría aportar a un pueblo de turismo rural».

La controversia y la polémica seguirán pululando por los alrededores de la pedanía de Águeda. La Ley de Memoria Histórica se empeña en trastabillar la utópica llegada de los restos de Francisco Franco a la localidad, pero el convencimiento de los vecinos y, sobre todo, el de su alcalde, no cesará. Por ganas no es: tanto el pueblo como la alcaldía se muestran favorables (en líneas generales) a la recepción, pero la entidad competente no da el brazo a torcer y, aferrándose a la legislación, denegará toda posibilidad de que ello ocurra.