
Terrorismo
ETA asesinaba altos manos militares para que fracasara la Transición y el proceso democrático
36 aniversario del asesinato en Madrid del teniente general Gómez Hortigüela, dos coronles y el chófer del coche oficial

¿Por qué ETA asesinaba altos mandos militares durante la Transición? Es una pregunta retórica, porque la finalidad estaba clara: La desestabilización de la naciente democracia, que tan generosa amnistía había concedido a los asesinos. Los cabecillas de la banda criminal sabían del malestar existente en algunos sectores de las Fuerzas Armadas por el proceso de modernización de España, la demolición de las estructuras franquistas y, singularmente, la legalización del Partido Comunista de España (PCE). Había que provocar a esos sectores con el fin claro de cargarse la democracia....hasta que llegó el 23-F. Ese día, los etarras y compinches no salieron a enfrentarse con los militares sublevados, sino que batieron récords olímpicos para alcanzar la frontera francesa y esperar allí el desenlace de la intentona golpista.
Durante muchos años, hasta que se cayeron del guindo, muchos sectores de la izquierda española se creyeron aquello de que ETA era un movimiento antifranquista. De los 854 asesinatos que cometieron, más de 800 fueron perpetrados en democracia, una vez muerto Franco. Era y es un grupo separatista y antiespañol.
El mensaje que transmitían los pistoleros es que si cometían aquellos atentados en el ámbito castrense era para forzar al Gobierno a que negociara con la banda. Algunos les compraban semejante absurdo, que no tenía ni pies ni cabeza. Si mataban era por las razones citadas, influenciados por una caduca ideología marxista-leninista de derrocamiento de las instituciones burguesas, con la particular interpretación de sus “pensadores”.
Mañana se cumple el 36 aniversario del asesinato en la calle Clara del Rey de Madrid del teniente general Luis Gómez Hortigüela; los coroneles Jesús Ábalos y Agustín Laso; y el conductor Luis Gómez Borrego, atentado perpetrado por el “comando Argala” o “Francés”, que encabezaba Henr Parot y que había sido ordenado por el sanguinario cabecilla Domingo Iturbe Abásolo, “Txomin”.
(Permítame el lector que aporte aquí mi testimonio personal de lo que como redactor de Europa Press viví en aquellos momentos y de los que la agencia informó puntualmente a sus abonados. Llegué a los pocos minutos al lugar de los hechos, en la confluencia de las calles Clara del rey y Corazón de María. Alguien, piadosamente, había cubierto el automóvil oficial en el que viajaban los militares y el chófer civil con una manta marrón para evitar que se vieran las devastadoras consecuencias en los cuerpos de los militares que, después de ser ametrallados, fueron rematados con una bomba de mano lanzada al interior del vehículo). Entre los agentes de Policía que se encontraban realizando las primeras diligencias estaba uno que conocía de otros atentados y de actos oficiales y me pidió que me acercara al coche. Lo hice y levantó la manta. No voy a dar detalles de lo que vi por respeto a los familiares de los tres militares – al chófer se lo habían llevado a un hospital donde falleció-- cuyos cuerpos destrozados estaban delante de mí. Pensé en la maldad de los terroristas que, no satisfechos con el ametrallamiento, habían lanzado la bomba de mano. ¡Cómo podía existir gente así que se llamaran seres humanos! Dado el estado de los cuerpos, se optó por extraerlos del coche en un lugar discreto y apareció un furgón de la Guardia Civil, de los utiliza el Escuadrón de Caballería, en el que, a duras penas, se logró introducir el automóvil oficial. Al alzarlo, se produjo una escena escalofriante. De la trasera salieron unos líquidos mezcla de sangre, aceite y...Se escuchó algún grito de rabia y dolor. En ese lugar deberían haber estado los que han aceptado con tanta facilidad los votos de los que no condenaban aquellos crímenes y haber visto lo que vi yo. Lo dejo como testimonio ante los que pretende blanquear ahora a lo que no era otra cosa que una cuadrilla de criminales desalmados).
El 25 de mayo tenía que haber sido para el teniente general Luis Gómez Hortigüela una jornada de alegría familiar, porque al día siguiente, sábado, su hija Pilar iba a contraer matrimonio. Sin embargo, ese día el general tenía que acudir a su despacho en el Ministerio de Defensa donde estaba al frente de la Jefatura Superior de Personal del Cuartel General del Ejército.
Poco después de las 9:00 horas, el teniente general salió de su domicilio, situado en la calle Luis Salazar, y subió al coche oficial, en el que ya estaban los coroneles. A los militares les estaban esperando cuatro miembros del “Comando Argala”, formado por ciudadanos franceses, al frente del cual se encontraba Henri Parot. Los etarras habían viajado a Madrid unas semanas antes por orden de Domingo Iturbe Abasolo para comprobar las informaciones que tenían sobre el teniente general con vistas a perpetrar un atentado. En el viaje de ida desde Francia a Madrid se detuvieron en un centro comercial de Oyarzun (Guipúzcoa) y se compraron unos monos de trabajo para intentar pasar inadvertidos.
Los miembros del “comando” terrorista se habían percatado de la existencia de patrullas policiales de vigilancia en las proximidades del domicilio del militar, por lo que decidieron esperar al vehículo oficial en la confluencia de dos calles por la que sabían que pasaría. Para no llamar la atención se habían puesto los monos de trabajo y se hicieron pasar por empleados de una obra existente en el lugar. Sobre las 9:15 de la mañana, cuando el vehículo oficial se aproximó al lugar donde esperaban los terroristas, en la calle Corazón de María, sacaron sus metralletas de una bolsa de deporte y dispararon hacia el interior del automóvil. Antes de huir, uno de los etarras lanzó una granada dentro del vehículo para cerciorarse de que no hubiera supervivientes, como así ocurrió.
Tras el atentado, la única víctima recogida con vida fue el conductor, Luis Gómez Borrego, a quien trasladaron a un centro hospitalario en un coche particular. Los servicios sanitarios no pudieron salvar su vida y falleció una hora después. Al lugar del atentado, en el que se recogieron 52 casquillos, se acercaron el vicepresidente del Gobierno, general Gutiérrez Mellado; el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, y el jefe del Estado Mayor del Ejército, teniente general José Gabeiras.
La acción terrorista tuvo un gran impacto en la clase política y en la vida pública española. El teniente general Gómez Hortigüela era el cargo militar más alto asesinado por ETA hasta aquel momento y, además, el crimen se cometía apenas cuatro meses después de que la banda hubiera asesinado al gobernador militar de Madrid, el general Constantino Ortín Gil.
Uno de los autores del cuádruple asesinato, Henri Parot, fue condenado el 11 de diciembre de 1991, en la sentencia número 57 dictada por la sección 2.ª de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, al cumplimiento de 30 años por cada una de las víctimas mortales y al pago de sendas indemnizaciones a los herederos de las mismas por un valor total de 80 millones de pesetas (de "Vidas Rotas").
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