Opinión
Gobierno otoñal
Ha llegado este octubre resabiado por saunas y mentiras y las manchas de escorrentía en la fachada de Moncloa nos hablan de un Gobierno que ya solo sabe resistir
Ha llegado el mes de octubre y el cartero ha pasado de largo. Lo ha hecho arqueando las cejas y encogiendo los hombros, con ese gesto del que parece decirte sin decir «¿y qué esperabas?». En el buzón del Reino de España no hay nuevos Presupuestos y, aunque María Jesús Montero siga encerrada en ese laboratorio de Aureliano Buendía que siempre fue el sanchismo, y grite muy corajuda que está cuadrando los últimos números, corremos el serio riesgo de prorrogar las cuentas por tercer año consecutivo. Pedro Sánchez tiene suerte de ser político; si hubiera sido baloncestista, como soñó durante sus años en el Ramiro de Maeztu, jamás le hubieran drafteado para ir a la NBA.
De ocho años, solo tres presupuestos y cuatro prórrogas, camino de cinco. Con esos números es difícil brillar en la mejor liga del mundo, por más que tu agente te prepare un buen vídeo con tus mejores «highlights». El caso es que hemos llegado a este mes de octubre de 2025 con la firme sensación de que lo mejor del sanchismo ya pasó. Podrá alargar la agonía más de lo imaginable, e incluso sacar unas cuentas desesperadas que sean el penúltimo expolio al interés general, pero su «prime», como dicen ahora, ya pasó.
Cuando todo esto haya acabado, Sánchez echará la vista atrás y podrá contestarse a sí mismo la pregunta que realizó a un atónito Máximo Huertas el día que lo cesó: ¿qué dirá de mí la Historia? El pobre Máximo, que esperaba… no te digo una cerveza con unas aceitunas o unos altramuces para acompañar mejor el mal trago, pero sí un poco de empatía, se quedó anonadado al comprobar que el inquilino de la Moncloa sabía hablar de sí mismo. El Sánchez de cuando todo haya pasado revisará sus «highlights» de tahúr empedernido y sabrá que todo empezó la mañana del 15 de septiembre de 2018.
El presidente venía de eyectar a Huerta por su sociedad para ahorrarse impuestos y de hacer lo mismo con Carmen Montón, solo tres meses después, por las irregularidades de su máster. Pedro Sánchez, martillo de ministros imperfectos, luz de la socialdemocracia. Ahora bien, llegó la información sobre el supuesto plagio de la tesis del propio Sánchez y allí mismo, Zabalita, se jodió el sanchismo. Moncloa anunció que el turnitin, un Oráculo de Delfos a la alemana, había hablado para negar el plagio.
Y aunque el dueño del programa informático puso en duda aquel resultado, Sánchez pegó un portazo y no volvió a ser el mismo. Desde entonces, relato, resistencia y desinhibida sumisión para con los que le pudieran mantener en el trono. El Sánchez de cuando todo haya pasado seguramente mascullará que mereció la pena, aunque solo sea por el momento cumbre de su atarantado reinado. Hacer de perfectos anfitriones en El Prado, pasear a la élite atlántica entre obras de arte, con Begoña radiante, fue lo más de lo más.
Pero he aquí que ha llegado este otoño denso, este octubre resabiado por saunas, mentiras y corruptelas, y las manchas de escorrentía en la fachada de Moncloa nos hablan de un Gobierno que ya solo sabe resistir, sin tener demasiado claro ni siquiera a cuenta de qué resiste. Se diría que por una idea política, por un proyecto ideológico, pero este otoño nos está desvelando una realidad mucho más sencilla. La portavoz Pilar Alegría es la encargada de ceder, día tras día, pequeñas parcelas de terreno a la verdad. Se negaron irregularidades en los contratos al empresario Juan Carlos Barrabés, pero ya se han tenido que reconocer esas irregularidades. Ahora todo el afán es negar que se trate de delitos. Y así, achicando el relato, cediendo terreno a la evidencia, la portavoz se ha conformado con decir que esas irregularidades se ciñen al proceso de adjudicación.
Este Gobierno ya no da la cara ni se siente concernido por los técnicos o los protocolos de empresas públicas dependientes del propio Ejecutivo. Todo lastre sobra, porque ya solo se trata de defender a la familia que habita Moncloa. Han dejado de ser un gobierno, para ser una familia. Una familia obsesionada con no perder los resortes de protección judicial que brinda el poder ejecutivo. Magro botín para quien se propuso ser recordado por la Historia. Sánchez trascenderá, pero como el feminista de violadores en libertad y pulseras fallidas; como el campeón de los presupuestos prorrogados; como el defensor de Gaza que un día confesó a Greta y Colau que tenían que volver a casa y no tocar las narices al hebreo más de lo necesario; que una cosa es peinarte a lo Colón y cantar consignas, y otra es olvidarte de que la vida iba en serio.
A este Gobierno, que empezó siendo azote de ministros imperfectos, le falta la ética de quien no necesita que le condenen por un delito para pedir perdón. La sensatez de quien sabe parar cuando no quedan más cartas. Montero sigue encerrada en el laboratorio tratando de hacer pececillos de oro con los vetos cruzados y los egoísmos separatistas, pero la alquimia ya no dará mucho más de sí.