El Rey abdica
Gracias, Majestad
Artículo de Aznar en el Wall Street Journal
Mediante una breve comunicación de apenas cuatro líneas, el pasado día 2 de junio Su Majestad el Rey de España, don Juan Carlos I, informó al Primer Ministro español de su decisión de abdicar la Corona de España. Atendiendo a la normalidad constitucional, y tras el trámite parlamentario previsto, la sucesión se producirá en la persona de su hijo, el Príncipe de Asturias don Felipe de Borbón, persona joven, preparada y muy querida y respetada por los españoles.
La brevedad y la discreción de esa comunicación institucional contrasta y engrandece la magnitud de la ingente obra política a la que pone fin. El Rey de España es una de las personalidades políticas más importantes de los últimos tiempos.
Su abdicación se produce poco después del fallecimiento de Adolfo Suárez, que junto a él y como Primer Ministro desde 1976, protagonizó la transición española a la democracia que culminó con la aprobación de la Constitución de 1978, sin duda, la mejor y más provechosa de la historia de España.
En su mensaje a los españoles después de comunicar su abdicación, Don Juan Carlos afirmó sentir orgullo y gratitud. Orgullo por lo mucho y bueno que los españoles hemos logrado juntos en los últimos cuarenta años. Gratitud por el apoyo que le hemos otorgado para hacer de su reinado un largo periodo de paz, libertad, estabilidad y progreso. Al expresarse en esos términos Don Juan Carlos pretendía señalar al conjunto del país como el verdadero protagonista de esta historia de éxito nacional. Sin embargo, eso es cierto sólo en parte. Al inicio de ese camino el Rey Don Juan Carlos tuvo un protagonismo insustituible, y creo que este es el momento de subrayarlo. Bajo su reinado España ha vivido el período de mayor progreso social, mayor libertad política y mayor estabilidad institucional de su historia contemporánea, entre otras razones porque él personalmente supo marcarnos el rumbo correcto. Los españoles lo sabemos muy bien y no lo olvidamos. No olvidamos su visión de Estado, su generosidad y su compromiso personal con nuestra libertad. No olvidamos que fue él quien quiso antes que nadie ser Rey no de súbditos sino de ciudadanos. No olvidamos que el empeño de concordia fue alentado y sostenido por la Monarquía frente a todo lo que se le oponía. Su Majestad el Rey ha sabido siempre que en democracia existe un vínculo estrecho entre el poder y la responsabilidad. A él ha apelado también en el momento de explicar una de las decisiones más importantes de su vida. El Rey, al cumplir los 76 años, consideró que el mejor servicio que podía prestar a España era ceder el relevo a quien dispone de la experiencia y del impulso necesarios para asegurar la estabilidad institucional que España necesita para hacer frente a una nueva etapa de su historia. No tengo duda de que será así. El legado político que nos deja está hecho de ideas esenciales para cualquier sociedad, especialmente cuando afronta momentos de crisis: concordia, consenso, respeto institucional, estabilidad, solidaridad. Y por supuesto, España como realidad nacional, de cuya continuidad es garante la Corona. La normalidad constitucional que él ayudó a arraigar es la que ahora va a permitirnos avanzar con seguridad en este nuevo tiempo que se abre ante nosotros. Si las instituciones son aquello que las hace reconocibles, la Monarquía española ha sido reconocida universalmente en la persona del Rey Don Juan Carlos. También en la persona de su Majestad la Reina Doña Sofía, cuyas cualidades y cuya dedicación ejemplar son parte esencial de la fructífera trayectoria de la Corona española. A Don Juan Carlos y a Doña Sofía les reitero mi más sincero testimonio de gratitud.
José María Aznar
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