Opinión

Las grietas del odio

Mientras la tolerancia retrocede en Europa, crecen las voces de aquellos que señalan, excluyen y agitan el miedo al otro. El camino que andemos hoy marcará la España que seremos mañana

Residents wearing head coverings and face masks congregate in the street following three days of unrest in Torre Pacheco, in eastern Spain on July 14, 2025. Spanish police have arrested ten people over rare anti-migrant unrest that rocked the town of Torre Pacheco, authorities said on Monday. Three nights of violence erupted on Friday after a 68-year-old man told local media three youths of North African origin had beaten him up in the street of the southeastern town.
Residents wearing head coverings and face masks congregate in the street following three days of unrest in Torre Pacheco, in eastern Spain on July 14, 2025. Spanish police have arrested ten people over rare anti-migrant unrest that rocked the town of Torre Pacheco, authorities said on Monday. Three nights of violence erupted on Friday after a 68-year-old man told local media three youths of North African origin had beaten him up in the street of the southeastern town.Afp

Los recientes disturbios en Torre Pacheco son un síntoma de una grieta que se ensancha: la normalización del odio. El patrón siempre se repite, hay un hecho real que acaba siendo envuelto en mentiras generando un clima de ira, odio y violencia. Una agresión aún no esclarecida, se difundieron bulos que señalaron a la población inmigrante y lo que siguió fue una cacería alentada desde redes ultraderechistas, con grupos que vieron su oportunidad de trasladar proclamas y soflamas racistas.

Aparece en nuestras vidas y empezamos a llenar titulares de periódicos y telediarios del término «remigración». No es otra cosa que la expulsión de toda la población migrante, incluidos las segundas generaciones ya nacidas en nuestro país, reforzando un discurso político que estigmatiza la diferencia. Y aquí parece, de momento, que han conseguido al menos el objetivo de notoriedad y propaganda que buscaban a costa de la convivencia de un municipio próspero y con riqueza.

Torre Pacheco, motor agrícola de la Región de Murcia, se ha convertido en campo de pruebas de un relato peligroso: ese que asocia inmigración con delincuencia y busca convertir el miedo en votos.

La respuesta política ha sido ambigua. El alcalde del PP condenó los ataques, pero no rompió su pacto con Vox, cuyo líder regional está siendo investigado por incitación al odio. Vox, por su parte, negó su responsabilidad mientras agitaba propuestas incendiarias y alentaba la violencia.

El discurso del odio unido a los silencios cómplices ha puesto en peligro la convivencia después de dos décadas. Ese era el objetivo. Y, desgraciadamente, la ultraderecha sabe que no necesita gobernar para cambiar el relato: le basta con instalar miedo y dividir a la población.

La actitud y las declaraciones de determinados políticos vinculando migración y delincuencia contribuye a esas intenciones. Vinculación que, además de ser falsa, es tremendamente peligrosa. Los datos oficiales muestran que la tasa de delitos entre extranjeros no es mayor que entre nacionales, y que los factores que explican la delincuencia son sociales, no raciales: pobreza, exclusión, abandono por parte de las instituciones... Culpar a los migrantes alimenta el odio y quizás sea un relato útil para algunos, pero injusto para el conjunto de la sociedad. Torre Pacheco ha sido el ejemplo.

La paradoja es que, mientras se criminaliza a los inmigrantes y se cultivan los discursos de odio, ellos sostienen una parte muy importante de nuestra economía, como el sector primario (responsable de los buenos datos de exportaciones), los servicios y los cuidados. Concretamente en Torre Pacheco, el 28,9% de las afiliaciones a la Seguridad Social son de personas extranjeras y casi el 80% de los contratos agrícolas en el último año también, lo que ha hecho posible una agricultura intensiva y de referencia dentro y fuera de España. A escala nacional, el Banco de España atribuye un cuarto del crecimiento de nuestro PIB reciente a la población migrante.

No estamos ante una amenaza sino ante una oportunidad económica y social que explica nuestro crecimiento a diferencia del estancamiento de otras economías europeas.

Pero siendo esto así, quizás deberíamos reflexionar todas las instituciones sobre nuestras responsabilidades. Especialmente sobre lo que está sucediendo con las segundas generaciones nacidas aquí, que viven una realidad compleja, a menudo invisible, y son clave para entender los desafíos actuales de integración y de nuestra convivencia.

Estos jóvenes son españoles, hablan castellano, han estudiado en colegios locales y, sin embargo, seguimos preguntándoles de dónde son.

Es una manera tácita de no reconocerles como españoles de pleno derecho y que sientan desarraigo social. Esa exclusión simbólica está dejando huella, tiene consecuencias y se refleja en elementos como la tasa de abandono escolar que en estos momentos ya es el doble, según el Ministerio de Educación.

Esta generación podría ser puente entre culturas, pero si la empujamos al margen, el resentimiento crecerá donde debería haber pertenencia. Lo que nos hace más fuerte, algunos pretenden que nos debilite. Nuestro país no puede caer en la trampa de volver a la lógica del «ellos y nosotros». Fuimos un país de emigrantes pobres, que cruzaron nuestras fronteras buscando trabajo y dignidad, un futuro que España entonces no les daba.

Hoy, cuando otros llegan en busca de lo mismo, arriesgando sus vidas en el mar de la muerte, no podemos permitir que el odio nos nuble la memoria. Lo que ha ocurrido en Torre Pacheco es una señal de alarma: el odio no necesita una mayoría social para crecer, sólo impunidad.

Quiero que mis hijos pequeños crezcan en una España tolerante, próspera, respetuosa, donde nadie te señale por el color de tu piel, por tus creencias, por tus orígenes. Los míos son humildes y transitados desde ese caminar que recogió Antonio Machado. «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar».

El camino que andemos hoy marcará la España que seremos mañana, un país que defienda la convivencia entre diferentes o que aliente la cacería de personas. Torre Pacheco no puede repetirse y para evitarlo no basta con denunciar, debemos actuar todos cerrando las grietas que impidan que penetre el odio.