Jorge Vilches

La guerra de ETA

La derrota de la banda terrorista en 2011 no supuso su fin, sino el cambio a una nueva fase

Manifestación de apoyo a los presos etarras (Etxerat)
Manifestación de apoyo a los presos etarras (Etxerat)jmzLR

Para el mundo etarra lo suyo no fue terrorismo, sino una guerra. Sus asesinatos los cuentan como bajas en actos bélicos. Las víctimas no deseadas, como niños o gente que pasaba por ahí, las presentan como los típicos daños colaterales de cualquier conflicto armado. Los asesinos de ETA son vistos como guerreros, al modo de gudariak por la libertad del pueblo vasco. Por eso para el universo de Bildu los etarras son héroes que merecen un homenaje. No es una ocurrencia de campaña electoral. Siempre han pensado así.

Pello Otxandiano no es más que la voz de ese universo en estas autonómicas. No debería sorprender. Si dice que el concepto de terrorismo es subjetivo, y lo compara con la guerra de Gaza es porque en su mundo es así. Lo han dicho mil veces. Donde nosotros vemos las técnicas habituales de un grupo terrorista, que usa la muerte para conseguir un resultado político, ellos ven un método guerrillero. Lo mismo ocurre con el yihadismo, que vende como guerra santa la matanza de civiles en 2017 en las calles de Barcelona, el asalto a una discoteca, como la parisina Bataclan, o el 11-S en Estados Unidos.

ETA es una banda de asesinos que definió lo suyo como una «guerra de liberación nacional» desde el primer día. Fueron hijos del nefando mayo del 68. Combinaron el maoísmo con la descolonización cutre de los Frantz Fanon y Che Guevara. Quisieron organizarse como un ejército. Copiaron a la guerrilla argelina. Se entrenaron con terroristas y militares sangrientos en Libia, Argelia, Yemen del Sur y Líbano. Por supuesto, se imaginaron guerreros revolucionarios en la Cuba comunista y en la Nicaragua sandinista. Pensaron que podían convertir el País Vasco en uno, dos, en tres Vietnam contra España y Francia. Incluso llamaron «ETA político-militar» a una parte de la banda, y llenaron sus comunicados con lenguaje bélico.

Lo que ahora llama la atención es que Bildu, que es la versión política actual de ETA, está en su fase de hegemonía. Saben, y nosotros también, que van a ganar. Si no es hoy, será en la próxima. Su discurso es el dominante. La capacidad que tienen para absorber votos de la izquierda socialista y podemita es innegable. Los jóvenes están con Bildu en su mayoría. Esto es posible gracias a la ayuda del PNV y al blanqueamiento realizado por el sanchismo, por sus políticos y corifeos mediáticos.

El espíritu que sobrevuela la política vasca es que los etarras son los padres fundadores de la inminente Euskal Herria independiente, que por eso declararon la guerra y dieron su sangre. Esta idea la hizo suya el PNV con el pacto de Lizarra de 1998, convirtiendo el propósito de ETA en algo legítimo. Por eso la derrota de la banda terrorista en 2011 no supuso su fin, sino el cambio a una nueva fase, tal y como dijo Otegi: conseguir con la política lo que no se pudo con las armas. Su protagonismo es indudable. Han conseguido la legitimidad política a su pasado terrorista, y tienen sometido al gobierno de Sánchez. Escribieron la ley para la memoria democrática que define a los etarras como héroes de la democracia y al PSOE de González como un residuo del franquismo bajo la sombra de los GAL.

Tras escuchar a Otxandiano, el candidato socialista en el País Vasco salió a llamarle cobarde. Claro, se juega unos votos. Luego, en el colmo del absurdo, Marlaska pidió a Bildu que condene el terrorismo, cuando ha acercado presos al País Vasco como exigencia de Otegi y ha permitido homenajes a los asesinos. Bildu no va a condenar lo que no reconoce, y es que sus asesinatos fueron terrorismo. No lo hará, además, porque sabe que este PSOE seguirá pactando con ellos, y que si lo pide Otegi, Sánchez dirá que el terrorismo etarra también es un concepto discutido y discutible, como el de Puigdemont.