Notas desde la Sala

El olvido como arte marcial

La memoria disuelta de Sánchez Acera es ya un arte marcial que define una forma de habitar el poder

Pilar Sánchez Acera
Pilar Sánchez AceraGonzalo Pérez

Hoy, en el Supremo, el olvido habló con acento administrativo y forma de protocolo. Sánchez Acera, la asesora de Moncloa que envió el mail en litigio a Juan Lobato, a la sazón, secretario general del PSOE de Madrid, para que saliera a azuzar a Ayuso, ha declarado hoy que no recordaba quién le pasó el documento. Cambió de móvil. No conserva los mensajes. Ha sido capaz, eso sí, de distinguir con precisión de relojero suizo, que lo que recibió no era el correo investigado. Olvida el origen, pero retiene la diferencia, como esos sonámbulos que caminan por cornisas sin recordar después el vértigo. Sabe lo que no era. Ignora lo que era. La paradoja no es casualidad sino arquitectura.

Pilar Sánchez Acera cambió de móvil, y con esto estaba echada la mañana. A partir de ahí, su memoria se pareció a una puerta que no se abre del todo, recordando lo suficiente para parecer precisa, callando lo suficiente para seguir viva dentro del engranaje que la contiene, midiendo el aire entre palabra y palabra como si en esa medida estuviera el equilibrio de todo un sistema.

Lobato, que también ha comparecido hoy, cometió el error de los literales: creyó que documentar la verdad le protegería. Corrió al notario como quien busca acogerse a sagrado. Y más que su reacción, sorprendió entonces –y esa sorpresa hoy adquiere toda su dimensión– la ingenuidad de creer que un acta serviría de algo. El partido lo echó con la eficacia implacable. Porque Lobato había cometido el pecado supremo: destruir la posibilidad de la amnesia colectiva, esa comunión de amnesias sobre la que se edifica toda impunidad coral.

Los clásicos distinguían entre el olvido del tiempo y el de la voluntad, que borra deliberadamente lo inconveniente. Pero Sánchez Acera ha inaugurado una tercera categoría: el olvido como técnica de Estado, como ritual de purificación que redime al culpable sin necesidad de absolución externa. No miente —mentir es burdo, refutable, peligroso—, simplemente no recuerda, y en esa ausencia se consuma el misterio perfecto de la impunidad. El vacío como gracia institucional.

El documento viajó solo, por generación espontánea institucional, como esos seres que nacían de la nada según la ciencia medieval. Circuló sin que nadie lo pusiera en circulación. Llegó sin remitente. Actuó sin actor. Coordinación –porque hubo coordinación, tal y como ayer se dejó ver en el interrogatorio a Lobato–, pero sin coordinador identificado por obra de un móvil cambiado.

Lo fascinante de la jornada de hoy ha sido la exactitud milimétrica de ese olvido. No como ese desorden neurótico del amnésico verdadero, que olvida el nombre de su madre, pero recuerda la marca del tabaco. La de la asesora de Moncloa es una desmemoria cartesiana. Cada laguna medía exactamente una responsabilidad y cada vacío, el espacio preciso de una. Si Descartes dudaba metódicamente para alcanzar la certeza, Sánchez Acera ha olvidado metódicamente para alcanzar una salida al Estado sanchista. La memoria disuelta de Sánchez Acera es ya un arte marcial que define una forma de habitar el poder, una disciplina de equilibrio y resistencia que utiliza la inercia del tiempo para neutralizar la presión de los hechos y conservar intacto el movimiento del poder.