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Rivera se queda solo tras su giro a la izquierda
El líder de Ciudadanos intenta reubicarse en la escena política sin su cultivada imagen de equidistancia y ante el temor de que su socio Sánchez consolide su guiño a Podemos.
El líder de Ciudadanos intenta reubicarse en la escena política sin su cultivada imagen de equidistancia y ante el temor de que su socio Sánchez consolide su guiño a Podemos.
El emergente líder de Ciudadanos, curtido en la dialéctica de los debates universitarios, el autoproclamado «mediador», que se presenta como «inmaculado», ha aprendido en tres meses eso de que 48 horas en política es «mucho tiempo».
Mantiene como línea roja no ceder ni un paso a los independentistas ni en lo que se refiere a la unidad de España y abandera la lucha contra la corrupción siendo beligerante con la bancada del PP mientras mantiene su confianza ciega en su nuevo socio.
Hábil en lanzar declaraciones modo eslogan, sus palabras y gestos en entrevistas, mítines, declaraciones y tuits han ido mutando de manera camaleónica según el escenario y los tiempos. Pero cuando la acción política pierde la memoria, la hemeroteca lo recuerda. Y donde dije digo, digo Diego.
Albert Rivera pasó del «no pactaré» y «no investiré» al pacto y a la investidura. Y es que el recorrido ha sido muy corto. Votaré que «no a quien intente formar un grupo de perdedores para desbancar a la lista más votada. Porque España va mal, pero España no merece ir peor», dijo en un foro de comunicación durante al campaña. Insistió en que sus votantes sabían qué haría con su voto. «Lo hemos dicho por activa y por pasiva. La posibilidad de abstención no es que no esté abierta, es que no les vamos a apoyar». El líder de C’s comenzó a jugar con la ambigüedad mientras las encuestas le daban como segunda o tercera fuerza. Pero en el sprint final de la campaña, el último día, y tras la remontada de Podemos en las encuestas, Rivera lanzó el mensaje del por si acaso. Del «nunca una investidura ni de Rajoy ni de Sánchez como presidente del Gobierno», pasó, por primera vez a no excluir la abstención. Comenzaba así el primer cambio en el paso del líder de Ciudadanos. Tras el 20-D, la formación naranja logró 40 escaños, un buen resultado para un partido emergente que partía de cero; un mal resultado para las expectativas que se habían fijado. Se habían desfondado en la recta final, pero comenzaron a sacar jugo de sus resultados convirtiéndose en «el mediador» tras el «no rotundo» de Sánchez a Rajoy. Entonces, Rivera acusó al PSOE de «pensar más en sus pugnas internas que en trabajar por España». Llegó a instalarse en la abstención y fue clave en el reparto de la Mesa del Congreso.
Rivera siguió en su perfil de árbitro y en la ronda de contactos que mantuvo con el Rey Felipe VI se ofreció a desencallar la situación para que la legislatura echara a andar. La renuncia de Rajoy a ser investido presidente en ese momento al no contar con los apoyos necesarios cogió por sorpresa a Ciudadanos y comenzó así su viraje a la izquierda.
Los de Rivera habían pasado de criticar la operación «salvar al soldado Sánchez» a salvarlo. Los equipos negociadores empezaron a pactar un texto mientras en público hablaban del «estamos más cerca», pero «aún estamos lejos». Finalmente C’s se dejó seducir por el experimentado equipo negociador del PSOE, aunque Rivera quiso escenificar la presión a los socialistas con un órdago de cinco reformas constitucionales exprés para que avanzara el pacto, cinco puntos de los que tres ya figuraban en el programa socialista. Ambos líderes se dieron el «sí, quiero» rubricando su nueva alianza y Rivera se desdecía de aquel «no vamos a firmar un pacto de legislatura» que repitió sólo dos meses antes. C’s se había dejado por el camino algunos de sus puntos estrella del programa electoral: el contrato único se quedó transformado en tres tipos de contrato, se quedó sin la supresión del Senado y el CGPJ.
Aunque la eliminación de las diputaciones está en el texto cada partido interpretó a su manera lo que quería decir. También rebajó sus exigencias en temas de corrupción, al contrario de lo que hizo en los pactos de Andalucía o Madrid, e «indultó» a dos investigados del PSOE gallego. Los de Sánchez le ganaban el pulso poniendo en vigor la expulsión del partido de aquel que fuera investigado desde el momento de la firma del pacto. Los socialistas lograban así no tener que «sacrificar» a Abel Caballero, alcalde de Vigo. Ciudadanos apostó por Pedro Sánchez como candidato y pidió a Rajoy el apoyo o la abstención. Solicitó para ello una reunión por carta, pero el presidente del Gobierno en funciones le emplazó a dialogar después de la investidura lo que Rivera interpretó como un desprecio. Se iniciaba así la guerra fría con el PP.
En la investidura fallida, Albert Rivera se vistió la camiseta de líder de la oposición, pero contra Rajoy. En un debate de guante blanco con Sánchez, cargó su munición contra la banca popular, a quien trató de dividir apelando a los antiguos miembros de UCD y a los del PP «gente digna, decente y competente». Trató de erigirse como el sucesor de Adolfo Suárez con llamadas al diálogo y guiños a los votantes populares y pidió «valentía y arrojo» para jubilar a Rajoy. Cargó contra los casos de corrupción que acechan al partido responsabilizando a su presidente: «No puede liderar la lucha contra la corrupción quien no ha sabido limpiar su casa» y les pidió «que se plantee por qué Rajoy va a hacer ahora las reformas que no ha hecho en los cuatro años de gobierno». Dejaba atrás su «descarto apoyar al señor Rajoy o Pedro Sánchez» del primer mes a darle el «sí» al secretario general del PSOE.
En campaña, también repitió el «no vamos a entrar a un gobierno que no presidamos», aunque ahora ya no quiere quedarse en la oposición y está dispuesto a entrar en un Ejecutivo pasando al «no descartamos formar parte de un gobierno que forme parte de estas propuestas –las del pacto–, entenderán que es algo importante, pero no prioritario». Tras la investidura fallida los de Rivera insisten en defender el texto consensuado con el PSOE, con quien han fijado una alianza indisoluble, ligando así su futuro al de Sánchez. Tratan de negociar con el resto de partidos como si de uno solo se tratara. Sólo cuando Sánchez se arrogó la propiedad de sus escaños, Ciudadanos le recordó que sus diputados son del pacto y que no hay ninguna cláusula que diga que Sánchez tiene que ser el candidato. Así abrió una nueva vía pasando al si el PP tuviera «otro» al frente, «todo cambia». El pacto firmado que Ciudadanos firmó con el PSOE parece que no le pasa factura en las encuestas y recupera oxígeno. Su papel de moderador y su lucha contra la corrupción es valorado por los ciudadanos frente a las ambiciones de un Podemos enfrentado, el desgaste de Sánchez o la corrupción del PP en Valencia.
Ahora C’s fija su estrategia en el mensaje de que «negocian reformas, pero no sillas», las bondades de sus 200 reformas frente a los cinco puntos que le entregó el PP y el marcage a Rajoy. Ante el nuevo acercamiento de Sánchez a Podemos, a Tsipras o el encuentro con Puigdemont, la formación naranja carga la responsabilidad de los movimientos del PSOE a Rajoy y busca no perder el protagonismo en la escena política.
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