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La coalición, en precampaña
Pedro Sánchez despejó ayer cualquier atisbo de duda. El presidente del Gobierno lanzó una opa a los votantes a su izquierda desde Málaga, donde celebró junto a la vicepresidenta y candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía, María Jesús Montero, el primer mitin del nuevo ciclo electoral.
Los socialistas huelen que su jefe ha activado la máquina electoral, aunque admiten que están sometidos a una gran incertidumbre porque todas las decisiones estratégicas se toman en el Palacio de la Moncloa, donde no hay ya socialistas «pata negra» tras la salida de Paco Salazar.
«Está claro que hay un cambio de etapa», sintetiza un socialista curtido en decenas de batallas. Sánchez vociferó ante más de 4.000 personas, según fuentes socialistas, su «admiración» por quienes boicotearon la Vuelta con el fin de lograr la expulsión de un equipo israelí.
Toda una declaración de intenciones, puesto que la mayoría de quienes sabotearon la carrera son simpatizantes propalestinos enraizados en grupúsculos de izquierda radical. El portavoz de las acciones es Ibon Meñika, un exmiembro de ETA.
Sánchez se propuso seducir a todos los que gravitan a su izquierda con un discurso repleto de guiños a un electorado que, en estos momentos, carece de un referente fuerte tras el tortazo que se llevó la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, la semana pasada en el Congreso.
La Cámara Baja tumbó su propuesta de ley de reducción de la jornada laboral –su ley estrella de la legislatura–, ante la indiferencia de los socialistas, que la dejaron sola en la bancada azul. Es más, ambas formaciones se han cruzado reproches por la inacción del otro en la negociación con Junts.
El mensaje del PSOE, en cualquier caso, quedó más que claro: que cada palo aguante su vela. Eso sí, mientras gana el mejor en la carrera hasta las elecciones generales. No solo fue el guiño propalestino, también fue el anuncio de revocar 53.000 viviendas de uso turístico para dirigirlas al alquiler permanente.
Lo cierto es que Sánchez busca hacer de la ficción, realidad. El presidente del Gobierno se enganchó en su día a Baron Noir, una serie política francesa que recomendó a Pablo Iglesias y que muestra como pocas las complicaciones que vive todo gabinete de coalición.
Los guionistas de la ficción reflejaron bien cómo los socios compiten por visibilidad y resultados propios, aunque compartan Ejecutivo. Y claro, esa dinámica erosiona la confianza mutua, que se pierde en un mar de jugarretas y traiciones imposibles para evitar ser devorado por el aliado. Sánchez sigue el manual para arrinconar a Yolanda Díaz.
Pero no solo a ella. Si en el patio izquierdo del PSOE hay un partido hostil y beligerante a Sánchez, ese es Podemos. Los morados son quienes más gritan y patalean por la política de vivienda que sigue el presidente. Y de defensa, impuesta por Bruselas y Washington.
Y también son quienes más señalan a Israel por el asedio militar del primer ministro, Benjamín Netanyahu, a la Franja de Gaza. Por eso, el presidente del Gobierno, en un calculado movimiento para silenciar los decibelios de Ione Belarra y atraer a sus votantes, se puso la capa de referente izquierdista propalestino.
Cabe recordar que el jefe del Ejecutivo empezó la semana acusando de genocidio a Israel pese a que corresponde a la Corte Penal Internacional verbalizar ese delito.
Pedro Sánchez recurre a la política internacional para agitar el tablero nacional. Las encuestas de los últimos días reflejan una leve recuperación de los socialistas a costa precisamente de la izquierda. En Moncloa creen haber dado con la clave tras meses muy duros por el escándalo del «caso Cerdán».
Por eso, el equipo del presidente prosigue y acelera su campaña con dos objetivos: crecer con votos progresistas dormidos y engordar a Vox en detrimento del Partido Popular. Este diario publicó que el Ejecutivo sigue un plan político que pretende alimentar al partido de Santiago Abascal.
El fin es movilizar al electorado progresista como sea. Y, para eso, Moncloa se adentra en el mar de la izquierda. Por cada derechazo, un zurdazo. Por cada desplante de Donald Trump, una sonrisa. Esa es la premisa actual. Y el presidente ha decidido volver a mostrarse ante los españoles tras varios meses ausente.
Su estrategia de comunicación ha dado un giro de 180 grados en las últimas semanas. Todos los partidos se miran con recelo. El runrún de elecciones resuena con fuerza después de lo de la Vuelta.
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