
Opinión
Sindicatos al servicio de la política
El sindicalismo siempre ha sido cortés con el nacionalismo. Nunca ha querido tenerlo en contra, sino estar en su órbita y no darle motivo de queja

El pasado 15 de octubre, la huelga convocada en favor de la paz en Palestina tuvo un seguimiento muy discreto; los trabajadores, mayoritariamente, realizaron su jornada laboral con normalidad. CC OO y UGT habían reducido la convocatoria a dos horas de paro por turno de trabajo, una decisión tomada antes de conocer el acuerdo de paz auspiciado por Trump.
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Parece que ya temían de antemano una baja participación y prefirieron limitarse a un «paro testimonial» que realizar una apuesta más amplia y arriesgada. La asistencia a los paros tampoco fue un reflejo del rechazo social a la guerra en Palestina. Los trabajadores, especialmente en las empresas privadas, nos vimos sorprendidos por una huelga que no tenía una motivación laboral, por muy noble que fuera la reivindicación. Tal vez eso explique que tuvieran más éxito las manifestaciones convocadas por la tarde de ese mismo día en múltiples capitales de provincia.
Siempre es peligroso generalizar el comportamiento de una organización atendiendo a las opiniones y actuaciones de sus dirigentes, porque, en el camino, se incluyen en el mismo saco a sindicalistas pegados a la realidad de sus empresas y que ofrecen soluciones a los conflictos laborales con los que deben lidiar día a día. Pero cada vez es más evidente el silencio interesado de las organizaciones sindicales ante temas que afectan a su campo de acción, en contraste con el alineamiento con las políticas o líneas de acción del gobierno.
El CIS de septiembre situaba entre las tres primeras preocupaciones de los españoles la crisis o los problemas económicos, la vivienda y la sanidad. Sobre ninguno de estos tres temas se han lanzado convocatorias a nivel nacional ni de huelga, ni de paros intermitentes que abarcaran todos los sectores y, especialmente, que exigieran a quien gobierna soluciones.
A la salida del supermercado, pocos pensamos que nuestra economía va como un cohete; más bien, parece que es la inflación la que va montada en él. En 2022, los sindicatos anunciaron «un otoño de grandes movilizaciones» si continuaba la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Igual el cambio climático está también frenando la llegada de ese otoño, si no, no se explica que un país con una inflación por encima de la media europea tenga menos movilizaciones por esta causa que otros, como Francia, Italia o Alemania.
La vivienda es la segunda preocupación de los españoles y un problema que afecta especialmente a los jóvenes y a la población con mayor precariedad laboral. Es noticia de portada casi a diario, mucho más que la inflación. Las políticas autonómicas y estatales parecen no querer converger en un plan nacional que siente a todos los protagonistas, públicos y privados, y logre desencallar esta situación.
¿Cuántos de ustedes pararían dos horas en protesta por la falta de vivienda asequible para comprar o alquilar? Seguramente muchísimos más trabajadores se sentirían llamados a participar en ella que los que lo hicieron el pasado miércoles. Algo parece impedir a los sindicatos convocar esa gran huelga o movilización por la falta de vivienda.
Como este, hay otros temas sobre los que los sindicatos mayoritarios quieren pasar de puntillas y no levantar la alfombra, a nivel nacional y en determinadas autonomías. La preocupación sobre la sanidad parece estar ligada exclusivamente a la Comunidad de Madrid o a Andalucía, y las listas de espera no existen en otros territorios, sobre todo si no están gobernados por el PP.
En cambio, algunos vemos a CC OO y UGT cada vez más pegados al discurso político que interesa al Gobierno y más alejados de los asuntos propios de los trabajadores. Chirrían estos sindicatos que no denuncian las desigualdades territoriales, cuando esto afecta directamente a la igualdad de oportunidades de los trabajadores.
Escuchamos perplejos a Pepe Álvarez justificar la financiación singular para Cataluña sin plantear ninguna duda sobre la futura sostenibilidad del Estado del bienestar para el conjunto de España o sobre un reparto desigual de recursos entre territorios. Por lo visto, ahora es solidaridad territorial: que cada uno barra para su casa lo mejor que pueda negociar.
Y es que el sindicalismo en mayúscula siempre ha sido cortés con el nacionalismo; nunca ha querido tenerlo en contra, en realidad ha querido estar en su órbita y no darles motivo de queja. Por eso no los oirán protestar contra la exigencia de un nivel desproporcionado de la lengua cooficial para entrar, ascender o incluso mantener un puesto de trabajo como funcionario.
Tampoco alzan la voz contra los que acosan a dependientes, camareros o inmigrantes por no hablar catalán o valenciano, y exigen que sean despedidos por ello. Y así, mientras señalan los peligros de la ultraderecha y hablan de «emergencia democrática» son incapaces de hacer autocrítica y preguntarse por qué su credibilidad desciende día a día entre quienes dicen defender.
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