Opinión
Sociología y geografía
Los políticos catalanes, con habilidades propias de dirigentes de peñas ultras, buscan «hooliganizar» la política para interés propio
Vaya por delante que soy seguidor del Barça. Es el equipo más famoso de la ciudad en que nací. Crecí viendo sus partidos en la televisión de un bar a la vez que socializaba con los amiguetes de los estudios. Ese tipo de recuerdos crea un vínculo emocional indeleble. Además, puesto que mido 1,75, me siento identificado con su filosofía de juego, que prima al bajito habilidoso frente al gigante arrollador. Es la única estrategia posible para que los mediterráneos podamos vencer a Haaland de tarde en tarde.
Por tanto, mi barcelonismo es incontestable. A pesar de lo cual, permítanme que les diga que eso del «madridismo sociológico» que se ha inventado mi paisano Joan Laporta es simplemente un cuento para desviar el foco del espinoso y vergonzante asunto Negreira. Cualquiera de los catalanes que hemos vivido largo tiempo en Madrid y que conocemos a fondo la capital, sabemos que tal cosa no existe de ningún modo. Madrid es un lugar muy polifacético, amplísimo, multiforme, que no se reduce solo al Real Madrid. Lo llamativo es que, cuando los catalanes residentes en Madrid volvemos a vivir en Barcelona, como me ha sucedido a mí, y explicamos esa experiencia a nuestros paisanos (que no han vivido en la capital y la desconocen totalmente), se niegan a creernos.
Conocedor de ese fenómeno, Laporta sabe perfectamente lo que está haciendo. Algo que se ha puesto de moda últimamente entre los comentaristas catalanistas que trabajan mucho en Madrid y que consiste sencillamente en ser capcioso. Se busca un término que recuerde vagamente a aquel «franquismo sociológico» del que se hablaba en la muerte del dictador, para connotar al rival de cosas inconcretas y oscuras y echarle la culpa de los errores propios. Y es preocupante la facilidad con que mis conciudadanos más desconocedores compran el argumento capcioso. Se trata de un funcionamiento que empezó aquí, ya hace tiempo, con unos políticos regionales que solo tenían las habilidades propias de dirigentes de peñas ultras. Lo que se busca es «hooliganizar» la política y politizar el deporte para interés propio en cada uno de los casos particulares.
Lo que no hay que hacer jamás es convertir al rival en adversario y, mucho menos, en enemigo
El problema actual es que, hasta hace poco, ese mecanismo era un fenómeno resultante de creerse las propias mentiras. Ahora, ya no. Ahora conocen que no es cierto, pero chapotean en unos líos tan indeseables que la única salida desesperada que encuentran es intoxicar desmesuradamente; cosa que envenena todo sin servir para nada. Porque si tuviéramos que aceptar toda esa charlatanería pseudosociológica, sería inevitable concluir que también existe un supuesto «barcelonismo sociológico» y que, de hecho, se parecería intelectualmente más al franquismo sociológico que cualquier otro. Baste recordar la defensa que siempre ha hecho Xavi Hernández de la dictadura de Qatar cuando trabajaba allí. Esgrimía las mismas razones que usaba aquí el franquismo sociológico en su momento para reivindicar al régimen. A saber: que el resultado era un país seguro a pesar de que oprimiera a mujeres, obreros y homosexuales. En uno y otro caso, se trata de lamer la mano que te alimenta por objetable que sea.
Todos estos ridículos intelectuales son propios de unas personas concretas y el Barça es más grande que todos ellos. No permitamos que nos estropeen el «fair-play» del clásico. El Real Madrid es nuestro eterno rival y eso es maravilloso. Me gusta por ello. Para disfrutar de ese futuro infinito de tardes de clásico (¡cuántos recuerdos!), lo que no hay que hacer jamás es convertir al rival en adversario y, todavía mucho menos, en enemigo.
Laporta ha engordado y envejecido. No es una injuria; es un hecho. Un hecho común, ineludible y biológico. Es un hombre carismático y ahora tiene que escoger entre el carisma real que atesoró o el autoindulgente carisma-caspa de los países latinos. Existe un carisma positivo y otro negativo. El carisma-caspa de la latinidad es el del fútbol de las viejas épocas de Jesús Gil. Se traspasa a la política no solo con alcaldías de Marbella, sino también con los modos energuménicos y albicelestes de vociferantes como Milei. Por ese camino, Joan, se acaba metido en un jacuzzi con cadenas de oro o intentando piquitos como Rubiales. Contén tu imaginación o acabarás transitando por esas tristes rutas.
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