Ángel N. Lorasque
«Yo nací el 6 de diciembre de 1978»
Fue en Vigo, llovía sin parar y la epidural no hizo efecto. Así llegó Javier Vázquez a este mundo en el mismo instante en el que la democracia veía también la luz en España. Este ingeniero gallego advierte: «No debemos dar por sentadas las libertades. El futuro depende de nosotros»
Fue en Vigo, llovía sin parar y la epidural no hizo efecto. Así llegó Javier Vázquez a este mundo en el mismo instante en el que la democracia veía también la luz en España. Este ingeniero gallego advierte: «No debemos dar por sentadas las libertades. El futuro depende de nosotros»
Hoy hace 40 años nació Javier. Mientras los españoles acudían a refrendar la Constitución española, su madre luchaba en el paritorio para traerle a este mundo, a una España que también veía la luz, en este caso la de la democracia. Llovía, como es costumbre en Vigo. Y en medio del chaparrón, sobre las doce de la mañana, el primogénito de los Vázquez asomó la cabeza. Fue un parto rápido, nos cuenta, y «curiosamente en una clínica privada», dice este ingeniero informático que entra hoy en la cuarentena sin rasgo aparente de la crisis de la mediana edad. A punto de poner rumbo a Marruecos nos encontramos con él en el Aeropuerto de Barajas. Le resulta curioso ser el protagonista de este reportaje por un hecho fruto del azar como es el día del nacimiento. «Era el primer hijo de la familia y mi madre, según nos contaba, decidió dar a luz en una clínica privada porque quería utilizar la epidural. Por aquel entonces en la sanidad publica no solía utilizarse, pero, al parecer, tampoco le ayudó porque siempre nos contaba que tuvo muchos dolores, yo creo que se la pusieron tarde. Cuatro años más tarde, para dar a luz a mi hermana, optó por ir al hospital general de Vigo...», explica el gallego. Él, hijo de la democracia, pertenece a esa primera generación de españoles que no conoció la dictadura y que dio los primeros pasos al compás de la creación del Estado del Bienestar. Reflexiona sobre su visión de nuestro país y lo que le define como parte de su generación. «Creo que a las personas de mi edad nos identifican dos aspectos fundamentales: la formación y la oportunidad de conocer el mundo. También somos la generación más formada y la que comenzó a viajar con más asiduidad debido al desarrollo de las compañías ‘’low cost’’. Esto nos ha dado la oportunidad de ser ciudadanos más comprensivos que los de los tiempos de nuestros padres o abuelos. Tenemos una visión del mundo más plural, nos mostramos con una mente más abierta», explica. De su infancia destaca la normalidad, la alegría, el vivir ajeno a los movimientos políticos y sociales del momento, tan sólo preocupado por jugar con sus amigos y del deporte. Siempre fue apasionado del deporte. Él no era consciente de que su vida distaba mucho de la que habían soportado sus progenitores. Vivió en Vigo hasta los 17 años, cuando se marchó a estudiar a la Universidad de La Coruña. Allí residió hasta los 30. Hace cinco años que conoció a su pareja con la que tiene un niño de un año, Alen (que significa «más allá de») y en quien focaliza ahora toda energía. Desde que su pequeño nació, su vida se mueve entre llantos de media noche y cambios de pañales, al tiempo que compagina su pasión de padre con la obligación laboral. Vázquez se define a sí mismo y a los suyos como la hornada de ciudadanos que comenzó a practicar un nuevo tipo de ocio. A su banda sonora, entre la que se encuentra Siniestro Total y Police, se sumó el botellón. En su caso, nada de parques, más bien en casa ya que la climatología norteña no anima a congregarse en las calles a determinadas horas de la noche. «Pero más allá del consumo de alcohol, el fenómeno botellón ha sido y es un evento social. Somos una sociedad que valora mucho más las relaciones personales», afirma el ingeniero, quien también seguía en su adolescencia los éxitos de Miguel Induráin.
Después de haber participado en la fundación de tres empresas tecnológicas, este ingeniero con el afán emprendedor marcado a fuego en su ADN, trabaja ahora en el Ayuntamiento de Santiago de Compostela como parte del personal eventual donde gestiona proyectos de tecnología, innovación y medio ambiente. Reconoce que a los suyos, los actuales «cuarentones», se han enfrentado a la vida con una dosis mayor de disfrute que la de sus padres. Son la generación del botellón y del 15-M, jóvenes (que no está reñido con ser «cuarentón») que asumen como propia la democracia que sus ancestros forjaron para ellos, pero que desean más. «Siendo critico, nuestra democracia la veo con luces y sombras. La Constitución nos ha servido para dotarnos de un Estado que sigue teniendo elementos sociales importantes como, por ejemplo, un sistema sanitario que es referencia a nivel mundial. Siempre estará entre los cinco primeros del mundo. También es reseñable nuestro sistema educativo público que nos da acceso gratuito hasta la universidad a través del sistema de becas que a mí, por ejemplo, tanto me ayudaron para conseguir mis objetivos», apunta. Estos son los rayos de luz que él identifica en estos cuarenta años de democracia, pero a continuación desvela que después de la crisis de 2008 algo hizo «click». «Existe desde entonces un relato en el cual nos vemos obligados a decidir si queremos una sociedad de bienestar como la que hemos venido disfrutando hasta ahora o no. Si así lo deseamos esto requiere tocar temas fiscales. También existe la posibilidad de caminar hacia un estado más asistencial, más anglosajón. En 2018 seguimos siendo esa sociedad de los años ochenta donde el estado de bienestar era una promesa de futuro que queríamos mantener y nos seducía. Pero las políticas de austeridad implantadas en Europa en estos últimos diez años han hecho daño a este estado de bienestar y debemos reflexionar sobre ello», apunta.
Resulta inevitable comparar qué define a su generación en contraposición a la de sus padres y la que integra ya su hijo. Así, afirma que ellos, sus coetáneos, se han visto obligados a luchar con una fuerte competitividad laboral a la que no tuvieron que hacer frente sus predecesores. «El suyo era un mundo mucho menos globalizado, por ejemplo, ellos tenían mucha más facilidad para tener una vivienda o trabajar en lo querían. Quizá también porque no existían tantas opciones como ahora. En nuestro caso, insisto, la generación más formada, muchos se han visto obligados a trabajar en puestos para los que no se habían formado, incluso moverse mucho, salir de su ciudad e, incluso, país. Somos la generación de la movilidad», apunta. Y es que ellos conforman parte de ese éxodo postcrisis. Un batacazo económico que socialmente impulsó el movimiento 15-M del que él se siente parte. «Estábamos muy preparados y sabíamos que podíamos contribuir a mejorar nuestra sociedad en un momento tan complejo, así participé en esa revolución ciudadana pacífica que planeaba ideas nuevas de una manera más o menos utópica. Se había roto esa promesa de una vida mejor que la de tus padres y nos sentíamos traicionados», confiesa. Así, participó de manera constante en lo que más tarde se consagró como el partido En Marea, la versión gallega de Podemos. Y es que él es también parte de la nueva amalgama política en la que ahora nos encontramos, ha sido testigo y actor de esta transformación en la que el bipartidismo se vio acorralado por nuevas formaciones político-ciudadanas. «Ha sido bueno para todos, porque ahora existe más pluralidad», matiza al tiempo que sentencia que el futuro depende de nosotros. «En los últimos años hemos visto señales preocupantes en la política, sobre todo en Europa o Estados Unidos. El auge de líderes extremistas da miedo, observemos la prevalencia de Le Pen en Francia, o lo que ocurre en Polonia y otros países de Europa del Este. Incluso la salida de Reino Unido de la Unión Europa. No hay que dar por sentado lo que hemos conseguido como sociedad. La democracia, las libertades que hemos cosechado no es algo que debamos dar por sentado. ¿Queremos seguir siendo una sociedad democrática o arriesgarnos a involucionar hacia un pasado que ya hemos vivido y que no nos ha ido bien?», reflexiona. Vázquez apura la sesión de fotos para el periódico mientras echa mano del reloj para calcular la hora de embarque, porque para confirmar su teoría, su generación es de altos vuelos y Marruecos le espera. Una semana de merecido descanso que culminará con la celebración de su 40 cumpleaños en casa, con los suyos.
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