8M
¡Pues ya pasó el 8M!
Tribuna de opinión
Ya ha pasado el 8M. Ya tenemos que cambiar la polémica de “no nos dejan salir a la calle” por otro supuesto agravio, y continuar esta disparatada senda en que ha derivado el feminismo. Porque aquí se piensa mucho en las mujeres, pero en absoluto para bien. Estamos en todos lados pero no avanzamos hacia ninguno. Es más, estamos retrocediendo.
Estos días he estado leyendo legislación al respecto y en ella encuentro muchas referencias a asuntos que se nos siguen vendiendo (en redes, prensa, televisión...) como logros recién adquiridos o peor aún, en proceso. Hace muy poco la insigne Ministra de Igualdad declaró que seguían luchando para eliminar la mutilación femenina —ablación del clítoris— y otras violencias machistas. Es tan de agradecer que nos quiera erradicar una práctica que, para empezar, los españoles no llevan a cabo, pero que, además, ya viene legislada (en el Código Penal, como delito) desde 2007 como un tipo de violencia de género (art.3 i) Ley 13/2007 de 26 de noviembre), y de 2007 a aquí ha llovido lo suficiente como para que una supuesta experta no te venda los polvorones caducados de hace trece navidades como si estuvieran recién hechos. Pero nada nuevo bajo el sol: Irene Montero se ha arrogado sine die la voluntad femenina de este país, nos sigue ofreciendo como hitos lo que nunca fue mérito suyo e ignora, con tenacidad superlativa, lo que no le interesa: que menos “solas y borrachas” y más “violadores que se pudran en la cárcel”, que la lucha contra la explotación sexual se demostraría investigando a las niñas tuteladas en Baleares, que ya estudiamos lo que queremos pero el paro femenino sigue siendo del 70% o que, a pesar de su gestión sin tacha, España ha descendido varias posiciones en el ranking de “mejores países para nacer mujer”.
Los supuestos que incluyen las leyes son, evidentemente, posibles, y en varios casos, tristemente frecuentes. Hay mujeres que sufren todos y cada uno de los acosos, maltratos, explotación sexual y abusos que en ellas se exponen, y en ese sentido, aplaudo que exista un respaldo legal que permita a la mujer víctima de violencia poder escapar de semejante infierno. Pero la literalidad de la ley, la forma inequívoca en que hace referencia, única y exclusivamente, a parejas heterosexuales y, en ellas, poniendo la presunción de culpabilidad siempre en los hombros masculinos, y la de credibilidad en las mujeres, es una puerta abierta al abuso, a la interpretación sesgada, oportunista y conveniente y, por tanto, a una injusticia brutal, ajena por completo a la Igualdad que supuestamente promociona. Y lo es desde la misma definición de violencia en la pareja: " la ejercida contra una mujer por el hombre que sea o haya sido su cónyuge, con o sin convivencia, cualquiera que sea el entorno en el que se produzca”.Es decir, si la mujer ejerce violencia contra el varón, la ley no la considera, de hecho, violencia. Queda circunscrita a la del hombre hacia la mujer, y sean cuales sean las circunstancias en las que se produzca (¿En defensa propia o para evitar daño a los hijos? Daría igual).
Se describe, asimismo, un tipo de violencia bastante peculiar, la económica, que incluye “la privación intencionada y no justificada legalmente de recursos, incluidos los patrimoniales, para el bienestar físico o psicológico de la víctima, o el imposibilitar el acceso de la mujer al mercado laboral con el fin de generar dependencia económica”. Tal y como está redactado el epígrafe, un diálogo en el que ella quiera irse de compras y él diga que no, porque hay muchos gastos, puede ser, para empezar, denunciado, y denunciado como, atención, violencia. De hecho a la mujer se la describe ya como “víctima”, y como víctima puede también demandar a su marido porque no la deje trabajar, aun cuando pudiera ser el caso de que ella no quiera hacerlo. Cualquiera de estos casos, a la inversa, lo que sería igualdad en mi pueblo y hasta en el de Irene, no se contempla: los hombres son de nuevo protagonistas (para mal) reteniendo el dinero propio o de ambos, decidiendo en qué se gasta y, doble seguridad, impidiendo que la mujer lo gane.
Luego están las flagrantes infracciones que solo se censuran según convengan. Cualquier programa de entretenimiento de Tele5, repleto de mujeres cosificadas y sexualizadas hasta la náusea, ejemplifica “La violencia que se ejerce a través de medios de comunicación o publicidad que utilice la imagen de la mujer con carácter vejatorio incorporando mensajes que la promuevan”. Habrá quien asegure que estas chicas lo hacen porque quieren (es verdad), pero bajo ese mismo punto de vista, ¿por qué las azafatas de la Fórmula 1 sí eran cosificadas? ¿Por qué Cristina Pedroche se empodera si sale en ropa interior pero otra que haga igual está sometida al patriarcado?
Manipular la información para hacerla encajar con lo que queremos que se vea también está “legislado”. En la Ley contra la Violencia de Género en Andalucía se expone que “Los medios de comunicación garantizarán la adecuada difusión de las informaciones relativas a la violencia de género, de acuerdo con los principios de la ética periodística”, pero no hay igualdad, y mucho menos ética, en titulares como “Un hombre asesina a su hijo al arrojarse por un balcón”/ “una mujer se arroja (o comete suicidio ampliado ¿?) con su hijo”. Los hijos de los padres asesinos son asesinados, los hijos de las madres asesinas “aparecen muertos”. Los hombres han realizado tan execrable acto “para dañar a la mujer”, la mujer “estaba en tratamiento psiquiátrico, enajenada, bajo una depresión " cuando no, directamente “coaccionada por un hombre”.
El lenguaje conforma la realidad, eso lo sabemos todos, así que cambiarlo por la sola razón de sexo de quien comete el daño, la conforma y la degrada.
Muchas de las violencias desglosadas son susceptibles de ser sufridas por el hombre en la pareja, pero en ese caso no existe ni cobertura, ni conciencia social, ni el menor apoyo.El mismo hecho solo es delito si lo comete un hombre, el acoso sexual solo intimida a la mujer, la libertad sexual a proteger solo es la nuestra.Y a todo ello, lo llaman Igualdad, a que mi hija crezca creyendo que su palabra es superior a la de mi hijo.
Capítulo aparte merecería la generación de un entramado de pura burocracia y publicidad (observatorios, institutos, exposiciones, seminarios, cursos, elaboración preceptiva de estadísticas, informes…) donde muchos estómagos agradecidos pueden encontrar cobijo y muchos políticos, caladero de votos, para justificar un presupuesto desorbitado que debiera dirigirse, con absoluta prioridad, a la atención de las víctimas.
La legítima causa de la Igualdad, a estas alturas, ha quedado convertida en un negocio, un nicho de mercado y una moneda de cambio para justificar un despreciable enfrentamiento entre hombres y mujeres en el que todos son agresores y todas somos víctimas. La misma exposición de motivos de la ley asegura que “La violencia de género supone una manifestación extrema de la desigualdad y del sometimiento en el que viven las mujeres en todo el mundo”.
Estoy segura de que las mujeres de países donde nacer mujer implica literalmente correr peligro de muerte, se sentirán muy consoladas porque nos equiparemos a ellas.
Neli Leal Rodríguez es escritora
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