Hollywood
Martin Scorsese: cinco matrimonios y muchos excesos
Bajito, inseguro y bastante acomplejado, se casó en numerosas ocasiones y estuvo a punto de perder la cabeza en los desfasados años setenta. Hoy cumple 78 años enamorado desde hace más de 20 años
Hace no mucho, cuando «El irlandés» se estrenaba en Netflix y medio Hollywood se echaba las manos a la cabeza porque un cineasta de su talla renunciara a las salas de cine, a Scorsese le caía, además, alguna que otra colleja por machista. O por misógino. O por no dar mucha bola a las mujeres en sus películas. No se sabía bien en realidad por qué. Las teorías variaban en función de quién las contaba. Pero a estas alturas de siglo, decir, susurrar o sugerir ni siquiera algo parecido en una industria a la que le estalló en la cara el «metoo» puede llegar a convertirte en el ser más despreciado del planeta de la noche a la mañana.
El equipo de publicistas del director se puso en marcha y lo frenó sabiamente: consiguieron que el «New York Times» recogiera unas declaraciones de Emma Tillinger Koskoff, presidenta de Sikelia Productions, de Scorsese, y que ha hecho películas con él durante más de una década: «Es una tontería –dijo–. Es responsable de algunos de los personajes femeninos más grandes de la historia del cine». Y aludía, para los desmemoriados, a Lorraine Bracco, en «Uno de los nuestros»; Jessica Lange y Juliette Lewis, en «El cabo del miedo», y Sharon Stone, en «Casino», entre muchos otros.
Miente, miente, que algo queda. Sobre todo cuando hay, porque siempre hay, personajillos de mente extraña y retorcida a quienes no les sienta demasiado bien que uno de los cineastas más brillantes de nuestra historia reciente acumule tanto éxito en su carrera y, encima, un historial amoroso cargado de bellezas y matrimonios. Porque casarte mucho es, al parecer, sinónimo de machismo o algo así. Y si mides un metro sesenta, más.
Poco parece importarle a Scorsese. Hoy cumple 78 años y lo hace felizmente casado con su quinta mujer. La que más le ha durado. Y eso a pesar de ser un hombre profundamente católico, como él mismo ha revelado. Quizá de ahí parta su generosa tendencia al matrimonio. La convivencia no está bien vista. Aunque el divorcio tampoco. Por eso se dice católico no practicante. Prefería rubricar los casamientos, a pesar de que el porvenir no fuera demasiado halagüeño. Viejas inseguridades, cuentan quienes le han conocido bien. Porque el genio vivió las mieles del éxito, pero también rozó las llamas del infierno.
Con su primera mujer, Laraine Brennan, se casó en 1965, cuando apenas tenía 23 años. Se conocieron cuando ambos estudiaban en la Universidad de Nueva York y él ya soñaba con dirigir mientras ella aspiraba a ser actriz. Su primera hija nacía ese mismo año, pero la obsesión de Scorsese por el trabajo le mantenía mucho tiempo fuera de casa y la relación no superó los cinco años. Optaron por separarse y él se enamoró entonces de la hija de un productor, Sandy Weintraub, pero con ella no se casó.
Algo no vio claro el joven de raíces palermitanas, y convivieron durante cuatro años hasta que un día, en el set de rodaje de «Taxi Driver», se fijó en una joven periodista que acudió a entrevistar al guionista, Paul Schrader. Era Julia Cameron. Un movimiento de cejas y, tras simultanear ambas relaciones durante unas semanas, el cineasta, tremendamente tímido cuando no estaba entre los suyos, pero enérgico y seguro en su ambiente, se casaba con Cameron poco después, en diciembre de 1975. Con ella también tuvo una hija, pero con el tiempo justo porque en enero de 1977 se divorciaba de nuevo, esta vez, con bastante ruido mediático. Ella protestó alto y claro porque, según sostuvo, Scorsese tuvo un «affaire» con Liza Minelli en pleno rodaje de «New York, New York». En aquella época todo era posible.
Para entonces, el director ya triunfaba, vivía en una fabulosa mansión en Mulholland Drive y hacía lo propio de la década de los setenta y del ambiente: drogarse como si la vida se fuera a acabar. Cocaína a espuertas y problemas de inseguridad resueltos. Hasta que se le fue de las manos. El batacazo comercial de «New York, New York» desató de tal modo sus complejos, que decidió acabar con ellos, pero del todo: «Era cuestión de forzar la máquina, de ser malo, de ver cuánto podías hacer. Vivir al límite. Si me drogaba de ese modo era porque quería hacer muchas cosas, quería acelerar a fondo, llegar hasta el final y ver si moría. Eso era lo fundamental, experimentar cómo acercarse a la muerte», llegó a reconocer.
Y como las drogas también le ayudaban a desinhibirse con las mujeres, el «sex appeal» se disparó. Tras Cameron llegó Isabella Rossellini, con quien se casó en 1979. Sin hijos en común esta vez. Eran años de juergas, festivales de cine, estrenos desastrosos y muchas fiestas para refugiarse de los problemas. Su nombre le abría las puertas del mundo: «Ya no conseguía concentrarme en mi trabajo. Llegué a un punto en que de cada siete días, cuatro los pasaba en la cama, enfermo, a causa de mi asma, de la coca, de las pastillas. Cuatro de cada siete días», confesó en una entrevista. Comprendíque había un problema, que había una especie de vacío dentro de mí. Y me drogué aún más. Luego, toqué fondo, me hundí. Fue entonces cuando conocí a Isabella Rossellini. Intenté recuperarme, pero ya era demasiado tarde. Mi cuerpo estaba descuidado, pesaba 49 kilos. No lograba recobrarme ni física ni psicológicamente».
Y entonces, llegó la noche que todo lo cambió. En el festival de Telluride, su cuerpo colapsó: «No sabía qué me sucedía. Estaba a punto de morir, tenía una hemorragia interna pero no lo sabía. Mis ojos sangraban, mis manos, todo. Escupía sangre», contó sobre aquel episodio. Al parecer, había ingerido una mezcla de cocaína mal cortada que, combinada con sus medicamentos para el asma y su frágil estado físico, le llevaron al hospital. Y se dio una oportunidad. Cogió a la bella Rossellini, que entonces era periodista, se retiró a la isla de Saint Martin para escribir «Toro Salvaje» animado por su amigo Robert de Niro y, aunque el guion salió adelante, el matrimonio no lo superó. «Él era italiano. Aunque desean que trabajes, también desean que te quedes en casa», contó ella muchos años después. Se divorciaron en 1982.
En 1985, conoció, también durante un rodaje, a la productora de cine independiente Barbara De Fina. Esta vez, cuentan que todo fue armonía. Incluso en las numerosas colaboraciones artísticas que compartieron la pareja se compenetraba. Sería cierto, porque el divorcio llegó en 1991, pero continuaron trabajando juntos después.
El 22 de julio de 1999, ya con 57 años, el éxito asimilado, los complejos superados y la madurez asentada, se casó con la actual señora Scorsese, Helen Morris, editora de Random House, y en noviembre de ese mismo año nacía su última hija, Francesca. Hoy, dicen que sus manías y aversiones siguen siendo las mismas, pero se enfrenta al trabajo de otra manera: «Me encantaría tomarme un año y leer. Escuchar música cuando sea necesario. Estar con algunos amigos. Porque todos nos vamos. Los amigos se están muriendo. La familia se va. Luego está el otro límite, ya sabes, la muerte. Pero el hecho de que sea incognoscible y no negociable no significa que no valga la pena luchar todos los días. El problema es que el tiempo es limitado y la energía es tan limitada», dijo recientemente al «New York Times». Y ahí anda. Gastándola en su próxima película.
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