Crónica

Los sábados de Lomana: El primer amor de mi vida

Carmen Lomana llega a la cena en honor al fotógrafo francés Jean-Daniel Lorieux después de presentar su exposición con motivo del día de los océanos, a 7 de junio de 2021, en Madrid, España.CENA;EVENTO;FOTOGRAFO;RESTAURANTEJose Velasco / Europa Press07/06/2021
Carmen Lomana llega a la cena en honor al fotógrafo francés Jean-Daniel Lorieux después de presentar su exposición con motivo del día de los océanos, a 7 de junio de 2021, en Madrid, España.CENA;EVENTO;FOTOGRAFO;RESTAURANTEJose Velasco / Europa Press07/06/2021Jose VelascoEuropa Press

Cuando llegamos a estas alturas de junio solo nos apetece pensar en modo verano y recordar nuestras vacaciones más felices. Continuamente me llaman de diferentes medios de comunicación para preguntarme cuál ha sido mi verano más feliz... Pregunta difícil de contestar porque ha habido muchos, De una forma casi inconsciente empiezo a repasar mis veranos desde pequeña, y para mí que soy una mujer de luz, de sol y de calor (nací el 1 de agosto) el resultado es que la mayoría de mis veranos han sido momentos de alegría y felicidad. Recuerdo cuando tenía cinco o seis años. Ya entonces era feliz con el calor. Creo que los niños son unos seres a los que el calor no afecta mucho; al revés, los hace felices. Poca ropa, jugar en espacios abiertos y la playa... Recuerdo la ilusión que me hacía comprar el traje de baño y los utensilios de playa. Cuando llegábamos a nuestra casa de Asturias, nada más bajar del coche yo salía a jugar en la arena, ya que vivíamos a pie de playa. Miraba los charcos, ensimismada sentía el fuerte olor a mar y algas del Cantábrico y puedo asegurarles que a pesar de mi corta edad me invadía una sensación de felicidad absoluta. Me gustaban esas sábanas que olían a humedad porque era sinónimo de verano, la perspectiva de poder jugar en la arena y bañarme sin parar. Además, mi santo, el día del Carmen, siempre celebrábamos una fiesta en la que no faltaban los amigos y los regalos. También recuerdo el collar largo lleno de chuches con el que me despertaba ese día mi madre. La vida era una alegría. No existían los problemas en mi cabecita y lo que me daba seguridad por encima de todo era el cariño de mis padres y tenerlos cerca.

Después llegaron los veranos de adolescencia, en los que me había convertido, según decían, en una chica muy atractiva y con un tipo estupendo. No era consciente, pero me sentía muy halagada con esas opiniones y por tener a muchos chicos loquitos por mí... Hasta que llegó el primer amor y la que me volví loquita fui yo. Se llamaba Rodrigo y era hermano de una amiga. Me llevaba 7 años, yo tenía 17 y él 24, y puedo asegurarles que fue precioso. Empecé a sentir todo aquello hasta entonces desconocido, a sentirme mujer enamorada y deseada. Cuando él se fue nos escribíamos compulsivamente preciosas cartas de amor. Aquel verano también se quedó grabado para siempre. La playa de Celorio, tonteando tumbados en la arena, las meriendas con amigos, la primera vez que me daban un beso y cogían mi mano.

No importa el lugar donde estés sino las historias que vives en ellos. A mi marido lo conocí en septiembre, eso por sí solo podría ser una novela. Nuestro primer verano de casados lo pasamos en Londres y, rompiendo esquemas, hacía un calor horrible. Salíamos de picnic a los parques, felices, tumbados debajo de los enormes árboles. Los fines de semana con un coche precioso que habíamos comprado de segunda mano nos íbamos a la costa, donde el agua estaba helada. Nos gustaba Brighton por su ambiente decadente y su playa, pero mi lugar favorito era Folkestone con un pequeño hotel colgado de un acantilado que me recordaba la película «Rebeca». El amor y la felicidad nos invadía.

Cuando murió, no hubo ni veranos ni felicidad durante mucho tiempo pero sí recuerdo años después . Hace relativamente poco, un verano en Capri en el hotel más bonito que nadie pueda imaginar el J.K. En honor de Jackie Kennedy. Fui con mi novio de entonces, un mexicano adorable, que me hizo sentir tan querida y lo pasamos tan bien que no lo olvidaré nunca. Celebró para mi un cumpleaños sorpresa con nuestros amigos americanos e italianos bailando en una noche de luna llena reflejada en el mar. Sonaba Renato Carosone, Dino Paoli con su «Sapore di sale» Yo solo quería música italiana de los 60 y 70. Así hasta el amanecer cuando decidimos darnos todos un baño en el mar antes de irnos a dormir. Capri es maravilloso, perderse por sus calles encargar unas sandalias que te hacen en un momento a tu gusto o comprar collares de coral. Así podría estar contándoles otros muchos veranos maravillosos pero sería una crónica interminable. La vida son etapas y cada una hay que saber disfrutarla con alegría e ilusión, para cargarnos de buena energía y estar preparados para aguantar los momentos malos que siempre llegan.