Ocio

Gente

Cuando la Jurado perdió el favor de Encarna Sánchez

La periodista cortó la estrecha y comentada amistad con la chipionera y se volvió hacia Isabel Pantoja.

La periodista, en un encuentro con Rocío Jurado
La periodista, en un encuentro con Rocío Juradolarazon

La periodista cortó la estrecha y comentada amistad con la chipionera y se volvió hacia Isabel Pantoja.

Estamos ante una resurrección curiosa que puede parecer tardía, desfasada y fuera del tiempo. Un cuarto de siglo más tarde resurge televisivamente un trío que fue impactante en su tiempo: el que unió a Encarna Sánchez con Rocío Jurado y la Pantoja. Época en que la chipionera triunfaba más que la sevillana, que por entonces empezaba. De ahí la constante a la protectora que le brindó la entonces radiofónicamente famosa Encarna Sánchez: primero se prendó de la chipionera y su voz única y, luego, ante un cierto rechazo de la folclórica hasta entonces entregada, movida y engrandecida por la radiofonista. Sin dar explicaciones ni justificarlo, cortaron su estrecha y comentada amistad. Cada una logró la fama individualmente, pero si, al principio, Encarna solo ensalzaba a Rocío por esas cosas extrañas de la vida –extrañas aunque comprensibles, pues mudable es el corazón–, cambió su entusiasmo y solo se dedicó a engrandecer a la sevillana que se casaría con Paquirri.

Tal trasiego pasional fue un runrún inagotable de aquella época, más metida en una copla en la que Rocío tenía su sitio, aunque, tras viajar a México, se dedicó a agitanar boleros de Olga Guilllot y Antonio Aguilar. Allá se hizo un mercado que no supo extender y solo en Argentina tuvo óptima recepción.

Cambio de criterio

Mientras, en la madre patria, el pueblo no entendió el cambio de criterio, al principio, tan favorable a Isabel y, posteriormente, relegada por la Jurado. Desde su programa «Encarna de noche», que emitían desde Barcelona, era seguida especialmente por los camioneros. La entronizaron y, con ella, a la flamenca que ensalzaba. No hubo explicaciones, justificación ni transición. Pasó de programar sevillanas a machacar con «Soy de España» o «Amor marinero», hasta entonces los primeros grandes triunfos de la Jurado que aún no había hecho «Azabache», una antología de la copla que encabezó la entonces enorme Rosita Ferrer.

Cuando la ya señora Carrasco hizo su presentación individual en el Don Chufo barcelonés, habitual escenario de Mina o la Guillot, Encarna dijo lo que nunca nadie se había atrevido a decir a una cantante desde la radio. Únicamente le faltó llevarla a la gloria. Y así de entusiasmada estaba la cosa hasta que, ante un rechazo que Rocío hizo a la entregada, pasional y cegada Encarna, cambiaron las tornas, varió el favor.

Los elogios habituales y encendidos se convirtieron en censura, crítica o descalificación. Súbitamente y sorprendiendo a todos, la periodista cambió de criterio y acaso de sentimientos, aunque en ese aspecto estaba cubierta por una jovencita que se trasladó con ella desde su residencia habitual de Barcelona, con la que compartía trabajo y hogar en la céntrica vía Layetana-Urquinaona. Sostuvo y creció el despecho, aporreó cada nuevo éxito de la Jurado ya no encandiladora, pero aumentando la grandeza que luego tuvo como número uno de la canción española o coplas que se hicieron populares como «Soy de España», afortunado casi himno del joven Alberto Bourbón, tema en seguida retirado por su letra excesivamente patriótica.

Así de simple, traumático, injusto y rápido ocurrió todo. Y yo lo viví avecindado en la Ciudad Condal, donde veía y escuchaba a Encarna en sus glorificaciones luego destructoras y consolaba a Rocío, consciente de que los palos y campaña rechazadora se los había ganado a pulso sin poner nada de su parte. A veces cavilé qué habría pasado con ellas si en vez de negativa a dejarse hacer, hubiera sido lo contrario.