Tesoros

Las joyas de la emperatriz Eugenia siguen levantando pasiones

Sotheby’s saca a subasta el próximo 9 de noviembre un brazalete de Eugenia de Montijo, que comparte protagonismo con un broche de la abuela de la Reina Sofía o un diamante de más de 15 millones de euros

Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de ALba, posa junto a varios de los cuadros que forman parte de la exposición temporal "Eugenia Emperatriz"
Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de ALba, posa junto a varios de los cuadros que forman parte de la exposición temporal "Eugenia Emperatriz"Javier LizonAgencia EFE

Hubo un tiempo en el que París se rendía ante la elegancia de una española. La Emperatriz Eugenia de Montijo consiguió en el II Imperio francés convertirse en el no va más de la sofisticación y la elegancia, siendo el gran referente de moda de su tiempo. De hecho, a ella se le debe gran parte de la fama de la que gozó el modisto Charles Frederick Worth, con el que formó un tándem imbatible que asentó las normas que crearían la afamada alta costura francesa.

Tal fue la importancia de esta granadina en el diseño internacional que sus prendas se pueden encontrar en muchos museos del mundo. Así, el Palais Galliera de París posee algunos de sus vestidos, como también hace el madrileño Museo del Romanticismo. En el mismísimo Louvre, además, se pueden disfrutar de algunas de sus joyas, las más institucionales, que ayudaron a configurar una imagen casi divina de la hermana de la entonces Duquesa de Alba. De hecho, el centro parisino ha ido adquiriendo con el paso de los años algunas de sus joyas más destacadas, como fue un broche diseñado por François Kramer, o la famosa tiara de perlas, el regalo que Napoleón III le hizo a su esposa el día de su boda.

La mala fortuna del II Imperio, que terminó en 1871 tras la guerra franco-prusiana, y el exilio que se impuso a la familia imperial, que acabó residiendo en el Reino Unido protegidos por la reina Victoria (gran amiga de Eugenia), provocó que parte de las joyas se tuvieran que subastar para poder hacer frente a los gastos de una vida lejos de la corte gala. Es así como la emperatriz comenzó a despojarse en 1872 de su ajuar para poder pagar su día a día en Farnborough o la construcción de la Abadía de Saint Michel, la iglesia que mandó edificar como cripta de los Bonaparte-Montijo.

Eso sí, en aquella subasta no vendió toda su colección. Una de las herederas de las joyas de la última emperatriz francesa, entre otras, fue la propia reina Victoria Eugenia, que recibió un fastuoso juego de esmeraldas (que acabó vendiendo). Los Duques de Alba, que siempre mantuvieron una relación exquisita con su familiar, recibieron, por ejemplo, la espectacular tiara que a día de hoy conserva Eugenia Martínez de

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La emperatriz también se quedó un brazalete que, tiempo después, vendería de manera directa al empresario americano Russell Sturgis, que lo dejó en herencia a su hija, Lady Portsea. La pieza es un espectacular diseño creado en 1850 compuestos por una gran esmeralda rodeada de diamantes. Esa pieza sale ahora a la venta, tras haber cambiado dos veces más de manos, como indica Sotheby’s en su página web.

El próximo día 9 de noviembre, la casa de subastas sacará a la venta esta joya que podrá ser adquirida por un precio que puede superar los 80.000 euros.

Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de Alba, posa junto a varios de los cuadros que forman parte de la exposición temporal "Eugenia Emperatriz" . EFE/ Javier Lizon
Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de Alba, posa junto a varios de los cuadros que forman parte de la exposición temporal "Eugenia Emperatriz" . EFE/ Javier LizonJavier LizonAgencia EFE

El brazalete comparte protagonismo con otras espectaculares joyas, como es también un broche vinculado con la Familia Real Española. Además de la pulsera de la emperatriz Eugenia, quien esté dispuesto a pagar más de 50.000 euros podrá hacerse con el broche de cuerpo de la princesa Victoria Luisa de Prusia, abuela de la Reina Sofía. Se trata de un enorme lazo de diamantes que le regalaron el rey Jorge V y la reina María del Reino Unido, con motivo de su boda con Ernesto de Hannover.

Esta no es, eso sí, la primera vez que sale a la venta alguna pieza relacionada con los reyes españoles. Ya en tiempos de Isabel II, la propia reina tuvo que hacer como la emperatriz Eugenia y desprenderse de sus joyas para poder pagar los gastos de su vida en París, y la propia Victoria Eugenia tuvo que vender parte de su joyero (entre ellos las esmeraldas de la emperatriz) para hacer frente a su día a día. En tiempos más recientes hemos visto como algunos diseños iguales a los que posee la Casa Real salían a la venta, como el famoso broche Sterle de la Reina Sofía o un brazalete de diamantes y rubíes de Van Cleef & Arpels de la infanta Elena.

Ambas piezas, eso sí, no serán las más caras de la subasta. Les superan, por ejemplo, el broche de diamantes y esmalte, del siglo XVIII, de la princesa Isabel del Reino Unido, que puede llegar a alcanzar más de 250.000 euros, e, incluso, hay un collar de esmeraldas y diamantes, perteneciente a una lady británica y creado por la casa india Bhagat, de inspiración asiática, que puede rozar el millón de euros. Y pese a todo, estos diseños se quedan lejos del anillo Mouawad Empress, que puede llegar a los tres millones o los más de 15 millones de euros en los que está valorado un raro y excepcional diamante azul de De Beers.

Las esmeraldas camufladas

De entre todas las joyas que pertenecieron a la emperatriz Eugenia de Montijo, las que más leyenda han generado son las esmeraldas de la tiara Fontenay, que le acompañaron en el exilio. Con el tiempo, se las envió a la reina Ena como regalo, camufladas en el fondo de la caja de un abanico. Era 1858. La mujer de Alfonso XIII tardó un tiempo en descubrir el secreto del envío de su madrina (de hecho, casi se tira por un balcón del Palacio Real ), pero después encargó un espectacular collar con ellas e, incluso, pudieron ser las esmeraldas que adornaron la tiara Cartier, que ahora luce solo con perlas. Años más tarde, la regente las vendió para pagar la boda de su nieto con una princesa griega. Así acabaron en manos del Sha de Persia.