Entrevista
Alfonso de Vilallonga, el aristócrata de las bandas sonoras del cine: «Como catalán, siento vergüenza ajena»
Dos veces barón y futuro marqués de Castellmeyà, el compositor concede a LA RAZÓN una entrevista en la que nos descubre su singular forma de vivir y defender su linaje

Alfonso de Vilallonga (Barcelona, 1962) aparece como recién salido de un relato de Oscar Wilde. Encantador, punzante, esteta, rebosante de ingenio y con el punto de belleza decadente que sugieren sus títulos nobiliarios. Nobleza obliga, ha tomado de la música el contrapunto que permite combinar de manera armoniosa hedonismo y talento, libertad y linaje.
Ejerce de rebelde, pero nos ajusta el término: «Rebelde metafísico». En apariencia, es un dandy, aunque no a la manera de su tío José Luis de Vilallonga, de quien sí puede haber heredado singularidad, exquisitez y su inconfundible «bon vivant». En la conversación nos descubre rasgos que le dan una orgullosa individualidad.
Es barón de Maldà, barón de Segur y futuro marqués de Castellmeyà. En su vida cotidiana, músico, actor, cantautor, cabaretero, showman, compositor de musicales y autor de las bandas sonoras más exitosas del cine de Isabel Coixet, Fernando León de Aranoa o Pablo Berger. Igual nos canta por Edith Piaf que fusiona el jazz con la «chanson française». Único, personal y efervescente, como las burbujas de champán que se elevan en línea recta.
Déjeme que me sorprenda. ¿Un aristócrata cabaretero?
Mi familia era muy musical. Mi padre, un gran aficionado a la música, cantaba y tocaba la guitarra. No pudo dedicarse profesionalmente a ello porque en aquella época no estaba bien visto. También mi madre cantaba muy bien. Le encantaban las rancheras. Los tres hermanos aprendimos en casa a cantar y tengo el recuerdo de mi padre cuando nos despertaba a las dos de la madrugada para ir a cantar a los salones de la aristocracia y burguesía catalana.
Seguramente, más de uno pondría el grito en el cielo.
Imagino qué pensarían aquellos aristócratas al vernos llegar con el pijama debajo del abrigo. Nos divertía mucho y cantábamos muy bien. Mi madre era una mujer muy afrancesada y nos enseñaba canciones de Edith Piaf. El repertorio era muy variado: música latina, francesa, española. Lo que hacíamos sonaba muy bonito.
¿Vivían en un castillo o eran aristócratas atípicos?
Mis abuelos vivían en un castillo en Sant Feliú de Llobregat, a diez kilómetros de nuestra casa, en Barcelona. Pasábamos muchos ratos allí. Fue un privilegio nacer en esta familia, pero todo aquello era ya anacrónico. Nadie vivía en un castillo con tanto servicio. Mis amigos flipaban.
¿No cree que la decadencia tiene también su encanto?
Más que encantador, para mí era algo curioso. ¿Cómo explicar esa exigencia de conservar las propiedades sin rendimiento? Comerciar con ellas se consideraba ordinariez. En aquella época, la aristocracia aún era rentista, vivía de lo heredado y, por tanto, había que transmitirlo.
¿Debutó en el pub donde actuaba el humorista Eugenio?
Tenía 17 años. Durante un año compartimos show. Él contaba sus chistes y mi padre, mis hermanas y yo hacíamos nuestro número musical. Un día nos vino a ver el jefe de la CBS y nos fichó a mi hermana y a mí. Creamos el dúo «Alfonso y Cristina» y sacamos un disco de música pop. Era la época de Miguel Bosé y el fenómeno fan. Crearon con nosotros un producto soso y con arreglos malos. Aunque sonamos mucho en la radio y vendimos miles de discos, afortunadamente no triunfamos. Podría haber acabado borracho en un pub de Miami.
¿Qué le llevó a Estados Unidos?
Estuve allí diez años preparándome y desarrollando mi carrera. Hacía espectáculos de cabaret, escribía canciones en inglés y en mis shows hacía activismo contra Bush y la guerra del Golfo. Era un cabaretero peculiar. Mitad berlinés, mitad parisino.
¿Era un hombre de izquierdas?
Era un perro verde que rompía televisiones con bate de béisbol, cantaba por Piaf y estaba cansado de la guerra del Golfo. Aquella izquierda era muy cutre, pero yo no hacía activismo de calle. Simplemente, era anti Bush.
¿Le costó reivindicarse como músico en España?
Después de volver de Estados Unidos, en 1993, me costó que me sacaran de las páginas de la vida social, a pesar de los premios musicales que ya empezaba a ganar. Enseguida conocí a Coixet y empecé con las bandas sonoras de sus películas. Desde entonces, he trabajado mucho: discos, teatro, musicales, conciertos, orquestas sinfónicas. Y sigo cantando a Piaf y a Marlene Dietrich.
¿Cómo vive el nacionalismo catalán y la política actual?
Como catalán, siento vergüenza ajena. He hecho música con mi antiindependetismo. Mi siguiente videoclip tendrá como protagonista a Pedro Sánchez. Solo le adelanto que será muy satírico.
¿Es usted monárquico?
Estoy en contra de los antimonárquicos. Soy monárquico metafísicamente hablando. Entiendo la monarquía como un concepto metafísico, y eso que mi abuelo era amigo de Alfonso XIII y yo llevo su nombre por él.
Es sobrino de José Luis de Vilallonga. ¿Qué recuerdos tiene?
Era muy diferente a mi padre, que era un caballero de los que ya no quedaban. Mi tío era un hombre muy divertido, con un sentido del humor peculiar. Le divertía reírse de los demás, pero se ponía como una fiera si te reías de él. Era cruel, pero me llevaba muy bien con él.
¿Qué significado tienen hoy sus títulos nobiliarios?
Ser aristócrata en Cataluña es una gran desventaja porque no gustamos. Socialmente, impresiona, pero no ofrece ningún privilegio.
Sin embargo, ha reclamado el marquesado de Castellmeyà.
He pedido que se rehabilite el título que pertenecía a mi tía María Antonia de Vilallonga. Murió sin descendencia y quedó vacante. En unos meses se resolverá. Aunque no utilice mis títulos, nunca los rechazaría. Es nuestra herencia.
Romántico en los cenáculos de salón
Alfonso de Vilallonga debe su nombre a Alfonso XIII, amigo de su abuelo paterno, Salvador de Vilallonga, marqués de Castellbell, Grande España y padre de José Luis de Vilallonga, intelectual, actor, gran vividor y aristócrata. Sus biografías se desarrollan en contextos y épocas diferentes. El compositor no ha heredado la arrogancia de su tío, tampoco su condición de dandy ibérico, pero, igual que él, se muestra como un héroe romántico dispuesto a no dejar que decapiten la aristocracia. Sin necesidad de hacer alarde de sus títulos, defiende su linaje, igual en los cenáculos de artistas que en los de salón.