
Perfil
Álvaro García Ortiz y Pilar, la mujer que lo sustenta
Descubrimos al hombre que se aferra a la toga de fiscal general del Estado: dibujante, discreto y sumido en sí mismo

Cada rasgo facial de Ávaro García Ortiz invita a pensar en un personaje teatral en busca de autor. De nariz achaparrada, labios finos, tez clara y abundantes rizos, es su semblante, cada vez más grave, casi penitente, lo que nos sugiere un nombre: el rey Lear. Evocar a William Shakespeare en este momento es apuntar demasiado alto, pero ese modo de aferrarse a la toga nos hace sospechar que la naturaleza de la locura que desata el poder no sabe de épocas.
El rey Lear creó en su imaginación su propia conciencia de sí mismo y del mundo. El orgullo, la necesidad de sentirse adulado y la pérdida de juicio le llevaron a la ruina personal, aunque finalmente encontró sabiduría en la humildad. Todo esto delirio viene porque nunca un fiscal general del Estado estuvo procesado y para recrearlo nada mejor que el teatro, que conecta bien con ese Valladolid donde García Ortiz se curtió en leyes y se empapó del barroquismo de su Facultad de Derecho.
De niño, los maristas de esta ciudad quisieron inculcarle el ejemplo de la Virgen como modelo de vida. No contaban con que el tiempo traería la tentación de los móviles y que el cariño de Pedro Sánchez sería más fuerte que el de la Buena Madre. No nació en Valladolid, sino en Lumbrales (Salamanca), un pueblo con muchos telares, en pleno frío invernal, el 16 de diciembre de 1967. Al son de «El Tamborilero» de Raphael, que también arrasaba con su recién estrenada «Mi gran noche».
La aspereza de la tierra
Suena a perogrullada rancia, pero la tierra castellana le imprimió un carácter duro, perseverante y adusto. Aunque cercano, es poco dado a las zalamerías. Estas las reservará para su esposa, Pilar Fernández Pérez, gallega, también fiscal y madre de sus dos hijos.

La conoció en la Escuela Fiscal y por ella pidió destino a Santiago de Compostela. Ahí le pilló el Prestige, el petrolero que se partió en dos en 2002, frente a las costas de Galicia, provocando una de las mayores catástrofes medioambientales de nuestra historia. Él se especializó en Medio Ambiente y fuegos forestales; su esposa, en violencia de género. En 2021, fue aupada por Dolores Delgado, amiga de su marido y titular de la Fiscalía en aquella época.
Este rey Lear sin corona, que no necesita más Shakespeare que al presidente Sánchez, tiene a su disposición el palacio de Fontalba, sede de la Fiscalía General del Estado, en el exclusivo barrio madrileño de Almagro. Ahí encontró la cerradura para espiar los aposentos ajenos. No fue por descuido, sino por el sentido de la obediencia marista mal aprendida. Con la plegaria cambiada –«no dimito, soy inocente»– , se agarra a la toga y tira más fuerte que nadie, con la resistencia que debió de ver en los pescadores gallegos mientras retiraban con sus propias manos el chapapote. No acepta que igual ya no le pertenece.
Le gusta el dibujo y los periodistas que cubrieron las sesiones del juicio del Prestige vieron cómo, durante las declaraciones, trazaba bocetos en un papel. De manera que podríamos describir finalmente al personaje como un Toulouse-Lautrec, el retratista del ambiente canalla del mítico Moulin Rouge, aunque aquí no haya más cabaret que el del Gobierno ni más cancán que el de sus ilustres señorías. Suficiente.
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