Arte
Carlota Pérez De Castro y Borja Colom, dos genios que se enamoraron arrojándose pintura
Los jóvenes están a punto de inaugurar en Madrid «Habitarte», su primera exposición bipersonal
Son artistas precoces. Con 25 años ya han conquistado su propio espacio en el complicado mundo del arte, pero que nadie pregunte cuándo, ni cómo, ni cuánta genialidad es innata o cuánta aprendida. Carlota Pérez de Castro, hija y nieta de pintoras, dice que, al nacer, en lugar de chupete le pusieron pinceles. Lo de Borja Colom fue devoción. «Con solo seis años conocí a la abuela de Carlota, Mercedes Méndez, pintora, y despertó en mí una gran admiración. Le debo a ella la curiosidad por la pintura y la importancia del arte en mi vida», cuenta a LA RAZÓN cuando están a punto de inaugurar «Habitarte», en la Galería Materna y Herencia de Madrid. Es su primera exposición bipersonal.
Ambos emanan belleza, juventud y talento. El arte se alineó para que brotara también el amor. De nuevo, que nadie pregunte cómo. «Tal vez siempre estuvo ahí -confiesa Borja-. Desde pequeños hemos compartido juegos. Carlota era mi mejor amiga y yo su mejor amigo. Le hice mi primer retrato y se lo regalé. Después, cada uno tuvo su novio y novia, hasta que hace seis años, en un día tonto, nos dimos cuenta de que eso tan especial era enamoramiento». Las familias lo habían visto venir. Tan pertinaces eran con la idea, que los jóvenes hicieron todo lo posible por esquivar esa especie de profecía cumplida. Pero la vida es lo que es y resultó inútil buscar una vertiente racional. «Al cabo de seis meses de relación, acabamos reconociendo lo que para los demás era elemental».
De algún modo, «Habitarte» cuenta este vínculo singular, tan cargado de amor e historia. En ella, Carlota presenta «La Rayada» y Borja «Arquitectura Líquida». «Son dos formas de entender y de sentir el arte aparentemente alejadas. Sin embargo, los dos nos dejamos parte del alma en la obra y la exposición es el resultado de una vida compartida, una conversación entre su obra y la mía. Pinto a rayas los cuerpos de personas que me inspiran, los fotografío y luego los retrato en un lienzo y bailan entre lo abstracto y lo figurativo». Borja proporciona un espacio cuyos elementos principales son la luz y el agua en contraste con la arquitectura estática. Jugando con las formas convierte cada uno de sus lienzos en una ventana, un pasadizo que invita a traspasarlo.
Para Carlota el arte es pura pulsión: «Una necesidad casi animal de crear». Borja, aunque se define impaciente, tiene un punto más racional y prefiere dejar un periodo de incubación desde que brota la idea. La joven ha heredado el temperamento de su progenitora, Teresa Calderón, una artista reconocida por sus collages de tejidos y papeles naturales hechos a mano y lienzos extragrandes pletóricos de color en los que fusiona formas, pinturas y texturas. «En casa -dice- siempre había cuadros apilados en el suelo. Mis primeros recuerdos son manchándome, con los pies siempre descalzos, disfrazada o pintándome el cuerpo o el de mi hermana, arrojando pintura sobre los lienzos de mi madre».
Igual que ella, usa papeles, telas, hilos o pentagramas sobre los que aplica body painting, moda, performance, pintura o cuantas técnicas se le ocurran. «Todo muy loco», advierte. Si Teresa le traspasó libertad y el placer de experimentar, su abuela Mercedes -hija, por cierto, de Diego Méndez, arquitecto del Valle de los Caídos-, le inculcó la disciplina que requiere el arte.
Al principio, Carlota no era consciente de su privilegio y cuando lo fue no quiso sentirse prisionera de una herencia. Decidió entonces viajar para descubrir que esa necesidad era real. Tan real que ha expuesto en Cibeles y también en Australia, Almería y Barcelona. Uno de sus trabajos más aclamados fue la exposición andante que sacó a la calle durante la pandemia con el lema «La belleza del arte aparece en el momento en que se comparte». Todas sus criaturas aparecen pintadas con rayas, pero aún no ha descifrado por qué. «Me identifico con ellas y significan una búsqueda incesante. Puede que el día que entienda la razón pierdan su fuerza».
En ese contexto creció Borja, fascinado por la figura de la abuela Mercedes y absorbiendo la pasión por el arte, el color, el diseño y la experimentación. Siguiendo su ejemplo, pero haciendo algo completamente diferente. Arquitecto por la IE School of Architecture and Design, exhibió sus primeros trabajos en el Bar Cock de Madrid, la mítica coctelería por la que pasaron Mihura, Buñuel, Dalí y tantos artistas. Ahora también él es parte de su historia.
Son pura energía. Geniales sin delirio de grandeza y sintiéndose afortunados porque, gracias a la calidad alcanzada, no tendrán que repetir eso que decía Paul Gauguin, ¡Qué terribles son las cuestiones de dinero para un artista! No tienen edad de planear un camino, pero al pensar en un futuro lejanísimo, cuando no les quedase nada por crear, les gustaría ver sus nombres en una de las casitas blancas junto al mar de San José, en el Cabo de Gata, en una fundación que se llamase Borja y Carlota.
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