Controversia en Tailandia

Caso Daniel Sancho: la embajada española bordea la legalidad por el dispar trato al preso y a la Prensa

El asesino confeso de Edwin Arrieta goza de ciertos privilegios que le diferencian de otros reclusos en su misma situación

El actor español Rodolfo Sancho, padre de Daniel Sancho, tras la segunda sesión del juicio contra su hijo, acusado del asesinato premeditado del cirujano colombiano Edwin Arrieta
El actor español Rodolfo Sancho, padre de Daniel Sancho, tras la segunda sesión del juicio contra su hijo, acusado del asesinato premeditado del cirujano colombiano Edwin ArrietaSitthipong CharoenjaiAgencia EFE

Existe otro preso español, Carlos Alcañiz, sentenciado hace un par de años por asesinato, que en la misma prisión donde Daniel Sancho duerme relajado, también pasa la mayoría del tiempo en la enfermería, fuera de las aglomeraciones. En el caso de este último, la bondad viene asociada a un problema psíquico certificado por los médicos y por el que tiene tratamiento a perpetuidad. Y según las últimas informaciones, ambos reos españoles llevan semanas haciendo migas.

Continuando con los beneficios adquiridos por Daniel Sancho, en agosto del pasado año, y cuando rompía audiencias por lo mediático, además de toda su familia, llamó mucho la atención la actuación del representante de la diplomatura española en Bangkok, Vicente Cacho, que el primer día que Silvia Bronchalo, madre de Daniel, visitaba a su hijo en el presidio, no solo le acompañó hasta la sala de visitas, donde los reos atienden a sus cercanos a través de un teléfono desvencijado, sino que a la salida del centro penitenciario conversó con los medios de comunicación allí congregados de manera dicharachera. Debe ser sabido que el cuerpo diplomático español no es conocido por su apoyo consular cuando de presos y detenidos estamos hablando, por lo que aquello cayó como un jarro de agua fría entre los ninguneados. A posteriori, Vicente Cacho recibió una reprimenda de sus superiores. Como no existen los diarios diplomáticos espejos de los deportivos, nunca pudimos saber la absoluta verdad, aunque nos la imaginemos.

 Silvia Bronchalo (R) speaks to Thai prison officials during a visit to her detained son Daniel Sancho Bronchalo at a prison in Koh Samui island, southern Thailand, 21 August 2023.
Silvia Bronchalo (R) speaks to Thai prison officials during a visit to her detained son Daniel Sancho Bronchalo at a prison in Koh Samui island, southern Thailand, 21 August 2023. SITTHIPONG CHAROENJAIAgencia EFE

Pero no queda ahí la cosa, ya que este reportero ha tratado de visitar no solo a Daniel Sancho, del que ya me advirtieron que sería completamente imposible alcanzar –solo el delegado de Efe en Tailandia, Ramón Abarca, lo ha conseguido varias veces–, sino a Carlos Alcañiz, recibiendo siempre negativas por parte de la embajada de España en Bangkok, cuando Alcañiz ni es famoso ni jamás nadie del cuerpo diplomático ha acompañado a su familia o amigos a visitarle.

Compatriotas encarcelados

El mismo procedimiento –acudir a un presidio tailandés a tratar de ver a compatriotas encarcelados realicé para visitar a Artur Segarra, que cumple en el presidio de Bang Kwang en Bangkok cadena perpetua por el asesinato y descuartizamiento del empresario español David Bernat, siéndome esgrimidas mis intentonas por parte de la autoridad diplomática española, argumentando las mismas excusas que cuando quise visitar a Alcañiz, que como decía no tiene un padre ni actor ni famoso: «Usted no está en la lista de visitas; debe pedirle a la familia del reo que le incluyan», esgrimieron. Pero hay algo que chirría. Indiferentemente de esa lista que sí que existe, cualquier persona puede visitar en Tailandia a cualquier preso. Por ejemplo, yo mismo me acerqué al módulo 6 de la prisión de Bang Kwang, donde purga sus excesos Artur Segarra. Y con una fotocopia de pasaporte además de siguiendo los horarios de visita de ese módulo, uno accede sin el menor problema. Sin embargo, es completamente imposible realizar la misma acción para poder darle ánimos a Carlos Alcañiz en el penal de Koh Samui, cuando el también egarense, por cierto, jamás asesinó premeditadamente ni mucho menos descuartizó.

Silvia Bronchano, madre de Daniel Sancho, se encuentra en Tailandia
Silvia Bronchano, madre de Daniel Sancho, se encuentra en TailandiaAgencia EFE

Trabajadores del presidio de Koh Samui me confirmaron, mostrándome un papel fotocopiado que aseguraron era un documento legal, que la embajada de España había prohibido que nadie que no esté en la lista visite no ya a Daniel Sancho, meta de todo periodista y medio de comunicación, sino incluso a Carlos Alcañiz, un completo desconocido salvo entre su familia y amigos, que ve mermadas sus posibilidades de recibir visitas gracias al celo con el que se trata al protagonista de este muy mediático caso, al que aún le ha caído una condena en firme.

Cuando el 2 de agosto la sentencia sea efectiva, Daniel Sancho, si fuera condenado a la pena capital o a cadena perpetua, será transferido al peligroso penal de Bang Kwang en Bangkok, donde los tratos de favor se esfumarán como un azucarillo recién introducido en medio del océano Índico, y donde tendrá que compartir celda –estas sí que atestadas y alejadas de cualquier atisbo de humanidad–, con presos realmente peligrosos, muchos de ellos acusados de asesinatos y tráfico de estupefacientes, y donde los cuerpos diplomáticos, donde se incluye a los de España, no suelen acudir en demasía.

Daniel Sancho el día de su detención en Tailandia
Daniel Sancho el día de su detención en TailandiaSOMKEAT RUKSAMANAgencia EFE

Acusaciones al cónsul

Como anécdota, en el día de ayer Daniel Sancho reprochó en pleno juicio al cónsul de España en Tailandia Ignacio Vitórica, la utilización del traductor, que según el nieto de Sancho Gracia, era ineficaz y lo era por su culpa. Vitórica Hamilton es el cónsul de España en Bangkok, conocido entre otros asuntos por no contestar peticiones de reporteros y que cuando lo hace es a través de su secretaria, y que durante los primeros tres días de este juicio ha ignorado las preguntas de los reporteros –casi todos compatriotas– congregados a la puerta de un tribunal convertido en circo.