
Opinión
Juana Rivas: otro caso que nos retrata
La realidad está hecha de matices y, sin embargo, nos obstinamos en percibirla en blanco o negro

Juana Rivas: santa o secuestradora. Caliente o frío. Es más cómodo reducir que sostener la complejidad. Pensar con matices es lento, exige criterio, trabajo. Obliga a exponerse: el que duda no pertenece a ningún bando. Quedarse sin bando en la plaza pública es aburridísimo. Danger.
Porque la duda no sólo te obliga a invertir más energía -literal, cerebral, glucosa-, también te convierte en vulnerable, te debilita. Como Henry Fonda en Doce hombres sin piedad, con esa perla incómoda que es la "duda razonable" en la mano mientras el resto lo mira como a un bebé descuartizado. Dudar no genera pertenencia ni identidad instantánea. Pero es la única vía para acercarse a algo que se parezca a la verdad.
Y mientras tanto, los hechos: un matrimonio roto, sus países, sus hijos, su intimidad, resoluciones judiciales que se cruzan como trenes, vuelos entre Granada y Cagliari, abogados de tres husos horarios…La ONU. Irene Montero; y una nube tóxica de opinadores de guardia despresurizando su infelicidad a través da la mierda ajena.

Hay divorcios que se quedan entre las dos personas, en el salón de casa, entre las dos orejas del abandonado, un abogado con corbata barata, el bote de ansiolíticos. Y hay divorcios que se convierten en show, con rótulos mal redactados en el informativo, trending topics y una caterva de gordos escuchando mientras pelan una naranja con un trapo sobre las rodillas. El de Juana Rivas pertenece a esa segunda.
Hay algo obsceno en nuestras tragaderas: el drama se exprime, se sirve con cortes publicitarios y se comenta con el tenedor en la mano, como quien analiza un penalti fallado. No son divertimentos el destino de esos niños, ni la angustia de sus padres. Pero hay un humor negro —involuntario, feroz— en la coreografía que bailamos alrededor: sin haber leído un auto, compartiendo vídeos y sentencias morales, concurso de talentos.
Hay un placer primitivo en simplificarlo todo. Nos aterra la duda y la complejidad, elegimos trincheras. Dudar no integra, no uniforma. Dudar es quedarse sin aplausos, sin retuits, sin peña.
Ahí, en la adolescencia de las gamas intermedias, discurre la historia de Juana y su exmarido, igual que las nuestras, pobres diablos. Expediente judicial con vuelos internacionales, maletas que viajan llenas de calcetines, trauma, titulares urgentes, espectadores con ganas de sangre o de incienso. En esta tragicomedia nacional, los tertulianos hacen de jueces, los jueces hacen de tertulianos, y la palabra "custodia" gira por el aire como un frisbee.
El pensamiento dicotómico es cómodo como un sofá barato. Basta con sentarse y repetir lo que dicen los nuestros. Podemos escuchar la voz del realizador. Mañana olvidaremos a Juana.
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