Novela
Los locos años 60 en la Marbella de Hohenlohe
La autora cuenta en «Aquellas noches eternas» la historia de Maite, una chica de Oviedo que viaja a Torremolinos en busca de libertad
Torremolinos y Marbella en los años 60 y 70 no eran solo el sueño turístico de Europa, sino el lugar donde todo parecía posible, donde las reglas no se aplicaban igual que en otros sitios. España seguía siendo una dictadura, sí, pero en la Costa del Sol, los turistas, las celebridades y, sobre todo, las mujeres, comenzaron a escribir sus propias historias. En «Aquellas noches eternas», no solo quiero rendir homenaje a esa época, sino también saldar una deuda personal. Porque yo viví aquel Torremolinos y aquella Marbella. Crecí viendo a mujeres que se abrían paso entre cócteles, kaftanes, pedidos a proveedores y fichas de hotel, escuchando conversaciones a media voz que hablaban de inversiones, de artistas, de escapadas, de vidas que se armaban y desarmaban con una facilidad pasmosa.
Un plan maestro involuntario
Durante años quise contar lo que vi, lo que me deslumbró, lo que me parecía tan extraordinario y, a la vez, tan cotidiano. Y por fin he encontrado la forma. Esta novela no es una crónica exacta —sería imposible—, pero sí es mi manera de capturar todo aquello: las luces de neón, los silencios sospechosos, las mujeres que no pedían permiso y los hombres que no sabían bien si debían dárselo. Todo ese plan maestro, involuntario y colectivo, que hizo que un rincón de costa se convirtiera, sin pretenderlo, en un experimento social con bikinis, playboys y chicas que no hacían sentar la cabeza.
En «Aquellas noches eternas», la protagonista, Maite, llega a la Costa del Sol desde Oviedo en busca de algo más que lo que su vida de provincias le había ofrecido. Como tantas otras mujeres que vivieron allí en los años 60 y 70, Maite no solo se encontró con un shangrila de buganvillas, biquinis y piscinas con forma de riñón sino con una realidad que le ofrecía una libertad para hacer realidad sueños que ni se le habían ocurrido.
En esos años, las mujeres que llegaron a la Costa del Sol entendieron que el turismo no era solo una cuestión de playa. Era un negocio, una forma de crear una vía para ganarse la vida y encontrar un sitio en la sociedad. Mujeres como Ira de Fürstenberg fueron clave en ese proceso. Ella, con su visión y su carácter, dio forma al Marbella Club, el hotel que se convertiría en el centro neurálgico del glamour en la Costa del Sol. Ella y Alfonso Honenlohe (sin olvidar al Conde Rudi) hicieron que el Marbella Club fuera el epítome de lo que definiría la Costa del Sol: un lugar donde se podían mezclar la aristocracia, los hippies y las estrellas del cine sin que nadie girara la cabeza.
Y si el Marbella Club se erige como el símbolo del lujo sencillo del que hablaba Hohenlohe, uno de los momentos más emblemáticos de su historia fue la visita de los Duques de Windsor. Cuando se alojaron en el hotel, se les informó de que se celebraría una fiesta algo informal esa noche. Sin embargo, el conde Rudi, el director del Marbella Club en aquel momento, al enterarse de que los Duques de Windsor estarían presentes, no dudó en avisar a los asistentes habituales. Todos consideraron que la ocasión merecía algo más que guayaberas y camisas hawaianas. Así que, al final, los habituales a las famosas Fiestas de los Jueves se presentaron con corbatas.
Cuando los Duques de Windsor llegaron y vieron el atuendo formal, el Duque, decidió quitarse la corbata, consciente de que estaba forzando un protocolo anti marbellí. Como si fuera un gesto liberador, el resto de los invitados siguió su ejemplo y todos se deshicieron de las corbatas, contribuyendo a esa atmósfera tan única de la Costa del Sol. Era el espíritu de la época: una mezcla de aristocracia y la contracultura; de lujo y sencillez, donde las reglas sociales se disolvían con facilidad, tal como Ira de Fürstenberg había imaginado al crear el Marbella Club.
Se dice que al día siguiente, varios de los asistentes a la fiesta devolvieron sus corbatas a las tiendas donde las habían comprado, como si aquel trozo de tela ya hubiera quedado fuera de lugar en ese nuevo orden marbellí. El propio conde Rudi, al recordar la escena, decía que fue el momento exacto en que entendió que el protocolo, en la Costa del Sol, tenía que reinventarse cada jueves.
Un reducto tecnicolor
Marbella entonces y durante los 60 y 70 se convirtió en un espacio donde las mujeres, desde Menchu, que regentaba un bar pionero en Puerto Banús, hasta Pilar Banús, una de las personas clave en la fundación del puerto que lleva el nombre de su marido, estaban forjando una nueva era para el turismo. Estas mujeres, como tantas otras, supieron aprovechar la libertad que les ofrecía la Costa del Sol para reinventarse y tomar las riendas de su propio destino. En ellas se inspira el personaje de Maite. Mientras tanto, Torremolinos se había convertido en un lugar igualmente único. Un reducto tecnicolor en una España en blanco y negro. Un sitio donde el sol y la playa eran casi lo de menos.
Siguiendo con las anécdotas, uno de los momentos que marcó esa época fue la visita de John Lennon y su manager, Brian Epstein, a Torremolinos. Mientras el resto de los Beatles se encontraba en Canarias, Lennon y Epstein decidieron pasar unas vacaciones en un lugar mucho más discreto: Torremolinos. Sin la multitud de fans ni los focos de Londres, encontraron refugio en la calma que solo un lugar como este podía ofrecer. Lennon, recién convertido en padre, nadie entendía que se fuera de vacaciones con Epstein al centro del libertinaje internacional, mientras su familia permanecía en Londres. Pero Torremolinos, para él, era más que una simple escapatoria. Era un sitio donde, aunque la vida de rockstar continuaba, él podía tomar un respiro.
Incluso circularon rumores —por supuesto, nunca confirmados— de que Lennon y Epstein habían intentado pasar desapercibidos registrándose con nombres falsos, aunque lo cierto es que en Pedro’s ya los conocían todos desde el segundo día. La camarera que les servía el vermut aseguraba que Epstein era encantador y que Lennon, cuando no hablaba, parecía otro. Más de uno en el paseo marítimo juraba haber escuchado a Lennon tararear algo que luego se convirtió en «Imagine», aunque nadie pudo demostrarlo jamás.
Libertad de experimentar la vida
Durante su estancia, Lennon y Epstein pasaban el tiempo en bares como Pedro’s, el sitio de la calle San Miguel donde había que ir para mirar y ser visto. Se sentaban en las terrazas, mirando a los chicos que paseaban, y Epstein, abiertamente gay, se dedicaba a puntuar su grado de belleza ante un divertido Lennon. Algo que era impensable incluso en Londres, donde la expresión pública de la homosexualidad era mucho menos abierta. Estas dos anécdotas ayudan a entender el espíritu de la Costa del Sol en los años 60 y 70: un lugar donde no solo el turismo florecía, sino donde los que llegaban se sentían con la libertad de experimentar la vida como querían. La Costa del Sol era un espacio donde los viajeros podían reescribir sus historias, escapar de las restricciones de sus propios mundos, y comenzar algo nuevo.
En «Aquellas noches eternas», no solo quiero rendir homenaje a la belleza y la historia de la Costa del Sol, sino también a esas mujeres y hombres que no esperaron que el poder viniera hacia ellos, sino que decidieron salir a buscarlo, a construirlo. Maite, la protagonista, es un reflejo de aquellas que, sin miedo, decidieron tomar las riendas y cambiar su destino.
Yo viví aquel Torremolinos y aquella Marbella, aunque fuera desde el asiento de atrás del coche de mis padres, o pegando la oreja en cenas donde se hablaba de planes de expansión de chiringuitos como si fueran grandes holdings. Me crié en torno al ruido nocturno de las risas y los hielos chocando contra los cristales de vasos de güisqui. Durante mucho tiempo, quise encontrar la forma de contar todo eso que me deslumbró cuando era pequeña, que parecía que podía pasar cualquier noche, con el olor a Dama de Noche y aceite bronceador de coco.