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La boda búnker de Miguel Blesa

Miguel Blesa sonríe, ayer, a su llegada a la finca Las Jarillas para contraer matrimonio
Miguel Blesa sonríe, ayer, a su llegada a la finca Las Jarillas para contraer matrimoniolarazon

Era imposible acceder al recinto. Las Jarillas era peor que un campo de internamiento. Desde primera hora de la mañana, la verja verde que da entrada a la histórica finca permaneció cerrada a cal y canto. Había coches que entraban y salían: unos con cestas y adornos de mimbre, otros con arreglos florales y algunos que parecían contener viandas para alimentar a toda una ciudad. Sin embargo, franquear los altos muros para intentar echar un vistazo a una de las bodas más esperadas del año era una misión suicida. Trabajadores y responsables del lugar que contempló ayer el «sí, quiero» de Miguel Blesa y Gema Gámez vigilaban que nadie se colara en Las Jarillas. «¿Quién eres?», «¿Qué quieres?», «No puedes estar aquí»: las frases se repetían mientras los empleados hacían su trabajo: no dejar entrar a nadie no invitado a la blindada boda del ex presidente de Caja Madrid.

Blesa llegó a las 18:00 entre nubarrones que amenazaban lluvia y rebeldes rayos de sol que intentaban alegrarle el día a la novia, que ha tenido que sufrir una larga espera después de que el juez Elpidio José Silva ordenara en junio el ingreso de su prometido en la cárcel de Soto del Real. La boda, que estaba prevista para el día 8 de ese mes, tuvo que ser pospuesta indefinidamente, pero según pudo saber LA RAZÓN en exclusiva, no por mucho tiempo: el enlace tuvo finalmente lugar ayer, a eso de las 19:30 de la tarde, a 20 kilómetros de Madrid.

MIEDO A LAS CONSECUENCIAS

Alguna que otra trabajadora vacilaba al salir del «búnker» en que se convirtió la finca de la «jet set», donde se han casado personalidades como el hijo de Alicia Koplowitz o el empresario Alberto Cortina. «De verdad, no puedo hablar sobre este tema. Nos lo han prohibido», confesaba una de las empleadas de Las Jarillas. Otra, nerviosa, echaba miradas furtivas por encima de su hombro antes de aclarar: «Si digo algo, podrían despedirme. Me juego mi puesto de trabajo». Blesa y Gámez sabían perfectamente lo que hacían cuando pusieron en manos de María Antonia Zorpe el «blindaje» de su ceremonia. Los camareros tuvieron incluso que firmar un contrato de confidencialidad para no dejar escapar nada de lo que ocurría en el interior del terreno de El Goloso. Además del sistema de seguridad que contrataron los contrayentes, un vehículo de Policía accedió también al interior de la finca para vigilar que no se produjera ningún incidente. Y es que mucho se temían los novios alguna protesta de «indignados» a las puertas de su boda. A pesar de todo, se pudo ver al novio, vestido de impecable chaqué con camisa en azul cielo y cuello blanco y una de sus corbatas preferidas, a rayas en un azul marino y blanco, entrar al recinto con una sonrisa impecable montado en un Lexus azul marino. Estaba pletórico en uno de los días más felices de su vida. Gema Gámez, por el contrario, no hizo su aparición y mucho se teme en los mentideros que llevara horas recluida en el interior de la finca que en su día perteneció a Jaime Carvajal y Urquijo y donde don Juan Carlos pasó unos años de su formación estudiantil. Lo más probable es que la ya esposa del banquero llegara por la mañana al recinto y recibiera allí los arreglos de maquillaje y peluquería, si bien cerca de las 19:30 un automóvil con los cristales tintados atravesó a toda prisa la puerta de entrada.

Entre los invitados, muy poco caché. Ellas lucieron enormes pamelas, divertidos tocados y creativas diademas, mientras ellos lucían elegantes chaqués, indumentaria perfecta en una ceremonia «high class» de media tarde. No acudió nadie del Partido Popular. El único rostro conocido que franqueó las famosas puertas fue el torero Palomo Linares. Y es que los convidados llegaron con cuentagotas desde las 18:00 de la tarde, a pesar de que la ceremonia no dio comienzo hasta que se había puesto el sol, a las 20:00. En total, unos 400 invitados se dieron cita para presenciar el segundo enlace del ex directivo de Caja Madrid, todos ellos en coches de alta gama.

La ceremonia fue civil –era el segundo enlace para Miguel Blesa, que ya tiene un nieto– y se celebró en uno de los amplios salones de Las Jarillas, pero a ella no acudieron todos los invitados: sólo los familiares y los amigos más íntimos. El convite, nada copioso según uno de los invitados, estuvo animado por una banda de música que se cree que pudo interpretar piezas de jazz y soul. Y mientras los invitados celebraban una de las pocas alegrías que han tenido Miguel Blesa y Gema Gámez en los últimos meses después de que explotara el escándalo de la venta irregular del National Bank de Florida, los prometidos se convertían en marido y mujer después de haber vivido años y años de relación a la sombra. Y es que cuando se enamoraron, a finales de 2009, ella era todavía su subordinada. Ahora, sólo lo será en la intimidad, donde podrá seguir llamándole, como hacía antaño, «presidente».