Newport

Los nuevos casinos tienen salas aparte para rusos y chinos

Jaime Ostos y Mari Ángeles Grajal, en el Casino Gran Madrid
Jaime Ostos y Mari Ángeles Grajal, en el Casino Gran Madridlarazon

El fiasco de Eurovegas propició abrir la mano en cuanto a la instalación de casinos urbanos se refiere. Los antiguos permisos obligaban a montarlos a más de 30 kilómetros de la capital no fueran a contaminar el centro. Un curioso «apartheid» que resultaba casi tan sorprendente como los dos locales de juego montados en el centro madrileño, justo en la plaza de Colón y Gran Vía-Hortaleza. No restallan como el vetusto monumental Casino de Montecarlo al borde del mar, obra de Garnier que diseñó la apastelada ópera parisense y buen escaparate para los fastos de Carolina de Mónaco, Alberto y la «troupe» monegasca cada vez más crecida. Los casinos de la capital no tienen el impacto arquitectónico de los de Baden Baden o Vittel, tampoco la soberbia situación del monegasco junto al imponente Hotel de París. Aun montados en locales bien situados, carecen del bullicio de los que atestan Las Vegas o Salk Lake. El Gran Madrid fue abierto en diciembre, inmediato a la Biblioteca Nacional, y está decorado por Nacho García de Vinuesa, que acaba de abrir un despacho en Cartagena de Indias y pasa allí parte del año. En un acto público que se celebró el martes en este casino, contaba peripecias de todo tipo de colegas, y no sé si amigos, como Tomás Alía, Lorenzo Castillo –imparable en sus diseños de tapicerías–, Pascua Ortega o Joaquín Torres, que ya evita hablar de su contencioso con La Finca, hábitat de mucho vip pijo. Tienen diferentes estilos para ambientar: desde el atrevimiento arbóreo de Alía en el Hotel Room Mate que Kike Sarasola abrió en Ámsterdam, a los agresivos granates con los que Castillo modernizó el Santo Mauro capitalino o los contrastes confortables que despliega en sus decoraciones siempre rozando o conjugando el confort y la modernidad.

«Aquí hay salas concebidas para diferentes edades: desde la verde dedicada a clientes jóvenes, a la blanca y dorada, pero nada barroca, de rusos y chinos, una zona verdaderamente especial», remarcó García de Vinuesa, que contrastaba un traje de terciopelo negro avivado por el borde dorado de la americana con calcetines de un rojo provocador.

Lo hizo delante de Jaime Ostos y Mari Ángeles Grajal, a quienes pregunté por su boda religiosa tantas veces anunciada. Tenía que celebrarse este mes: «Pero hemos vuelto a posponerla a finales de mayo o, posiblemente, en septiembre, tras la vuelta del verano», concretaron a Palomita Segrelles y a un Bruno Gómez revestido con «blazer» rayado como para navegar en Newport. Competía con Ramón Freixa, de cuadros galeses, que prepara con Paco Roncero –alma de la cocina del emblemático casino de la calle Alcalá, donde no hay ruletas ni tragaperras– un menú sobre «La última cena». De ahí que como primero haya creado una «rosa de envidia» con tripa de bacalao, achicoria, endivia, leche agria y piel de bacalao crujiente; seguido de cordero con garbanzos, coles y fósiles de pescado y calçots; catalán al fin y al cabo, y el Viejo Freixa, local de su padre, aúna modernidad con platos clásicos. Es mesa imprescindible en el buen comer de la Ciudad Condal, que ofrece muchos atractivos gastronómicos –como los restaurantes Jubany o la Ruscadella en el Hotel Mandarín, pasando por la Ca l'Isidre o los Rocas en el Hotel Omm de Rosa Esteva– además del grupo Tragaluz o un clásico como Vía Veneto que vive añorando tiempos pasados.