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Grados de fiebre

Me he tenido al fin que arrastrar a un hospital, más que nada por el miedo que me han metido de si meningitis o si pulmonía doble; y aquí estoy que no me pasa nada más que lo que me pasaba fuera (que ya es bastante) y abandonado que me veo de amigos y familiares, que estarán hartos de que los reciba echando pestes y mandándolos a cuidar sus almas respectivas. Menos mal que en la cama de al lado a un hombre tan viejo como yo, pero más pacífico, ha venido a visitarlo su querida o lo que sea suyo, y se traen una conversa que me llama y tengo que recogerla para mis lectores: –Y ¿la temperatura? –Me la han tomado hace poco. 38 y casi medio, me dijo la enfermera. –¡Vaya desvaída! –¿Por qué? –En esto hay que ser precisos: se dice 38 con 3 o 38 y 4, o lo que sea, pero exacto. –Ya: según la rayita a la que llega el mercurio. –Para eso está. –Y ¿si se queda corto?, o ¿si se pasa? –Pues…Rayitas más finas tendrá que lo indiquen, 38 con 35 centésimas o con 37, ¿no? –Cuanto más lo pienso, más imposible me parece que pueda llegar exactamente a ninguna raya. –¿Qué dices? Será la fiebre. –Tú ¿no crees que la venita esa que meten en el tubo es continua? –¿Qué es eso? –Un vocablo científico, coñe; pero se entiende, ¿no?: toda seguida, sin cortes ni puntos. –Ah, eso, claro, como agua, como calor: continuo, porque, si no… –¿No ves conmigo que no puede ser que se pare justamente en ninguna? –¿No puede, amor mío? –No: porque eso de continuo quiere decir que, cuando llega a un sitio, al mismo tiempo se pasa de ese sitio: ¿no lo ves? –Ciegamente, amor. –Porque, si el punto de llegar y el de pararse fuesen dos puntos distintos, la continuidad del mercurio se nos habría roto. –Tremendo. Y mira, aquí vuelve a por el termómetro la enfermera. –Déjeme, señor; a ver qué nos dice este tubito. –Sí, diga: ¿cuánto? –Tranquila, señora, muy bien: 38 y pico.
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