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Novela

Verano caballero

  larazon

Toda persona que se dirija a un varón con el «caballero» por delante tiene que ser inmediatamente puesta a disposición judicial. En los bares y restaurantes se cae en el delito habitualmente. «¿Qué desea tomar el caballero?». Lo he escrito en muchas ocasiones. Ante tan desmesurada y extemporánea forma de indagación, la respuesta correcta es la siguiente: «Para mí, un "gin tonic"; para mi escudero, una cerveza fría, y para mi caballo, un cubo de agua fresca». Porque no es concebible un caballero sin caballo, sin escudero, sin jubón y sin espada. Lo dice el cuento. «¿A do váis, noble caballero, con tan bella dama en la grupa?», «A Godella»; «¿a Godella de los Infantes?»; «no, a godella de fornicalla». En este caso, el caballero lo es. Monta a caballo y lleva en la grupa a una bella mujer con las intenciones que sólo a ellos les afectan. Pero un tipo que entra en un chiringuito con un tanga morado y una camisa floreada, se sienta en un taburete y pide un «vermú», no merece ser llamado «caballero», porque le falta todo para serlo, principalmente –insisto–, el caballo.

Rafael Neville, hijo del gran Edgar, ingenioso y rápido como su padre, tenía un defecto para aquella España de los años cuarenta del pasado siglo. Era marica. Marica de los de toda la vida, no de los del orgullo «gay». Movía mucho las caderas en los andares y llevaba bolso. Así que una mañana, sorteando un andamio, se topó con un albañil que le gritó: «¡Adiós maricón!». Y Rafael Neville le devolvió la grosería con una elegancia y contundencia asombrosas. «¡Adiós, arquitecto!». ¿Por qué a quienes nada tienen de caballeros se les trata como a tales, y a los albañiles no se les dice arquitectos? Son caballeros los generales, jefes, oficiales, suboficiales y soldados pertenecientes al Arma de Caballería. Son caballeros los Lanceros de la Guardia Real, los jinetes de las policías Municipales y todos aquellos civiles que aparezcan por cualquier lugar sobre los lomos de un caballo. Son caballeros los rejoneadores durante su actuación. Cuando cortan la oreja o son abucheados y ponen pie en tierra, dejan de ser caballeros y se convierten en bípedos normales.

 «Caballero, me molesta el humo de su cigarro». En tal caso hay que responder. «Bella Dama, a mí el cante de sus alerones». De haber dicho la bella o fea mujer, «por favor, me molesta el humo de su cigarro», hay que atender su sugerencia inmediatamente. «Lo siento, señora, ahora mismo lo apago». Pero con el «caballero» por delante sin caballo a la vista, hay que inspirar el humo y expirarlo directamente junto a las fosas nasales de la cursi. Todo, menos «caballero».