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Sobrevivir a Zapatero

La Razón
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Gil de Biedma dijo que quizá los días laborables tenían razón. Durante siete años, Zapatero nos ha querido hacer creer que las semanas sólo eran la víspera de un domingo, que un viaje en metro a las oficinas del Inem era un crucero por el Báltico, que la realidad siempre estaba a punto de vestirse de noche, cuando España, que es hija putativa de Quevedo y Larra, sabe que «lo peor siempre es lo cierto». A servidor la retirada le pilló en un mercado de abastos, donde se pudre el pescado crudo y anda a tropezones la vida de viejas que se racionan hasta comprar media chuleta, media barra de pan y media pastilla para la arritmia. Allí, el Congreso Federal y el adiós eran asuntos de otra galaxia, de Ferraz, donde no hay fin de mes sino fin de era y «centrales de Fukushima» para los cobistas de turno, los lampones de corrientes, los pelotas chaqueteros y los aparatistas del PSOE. Ea, pues: ¡adiós, señores, adiós! Zapatero fue el clavo en el que colgamos ocho almanaques mientras la vida nos estaba esperando fuera, como las chuletas en el mercado. Hay urgencia por escribir su obituario presidencial. Tañéndole las campanas, salida a hombros por contrato: simpático, democrático y encajador. ¿Simpático? Para tal caso se suscribe al pie de la letra la sentencia de Sánchez Ferlosio: «Me caen simpáticos los antipáticos».