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El desarmado desarme nuclear por Gareth Evans

El desarmado desarme nuclear; por Gareth Evans
El desarmado desarme nuclear; por Gareth Evanslarazon

El paisaje de la política exterior del presidente Barack Obama está atestado de globos desinflados. Discursos altisonantes, grandes esperanzas y grandes aspiraciones han dado resultados mínimos.

En todo el mundo islámico –desde el norte de África hasta Irak, Afganistán y Pakistán– vemos frágiles relaciones, transiciones desafortunadas, conflictos irresueltos y ataques sin paliativos a Estados Unidos, pese a la propuesta de Obama para un nuevo comienzo, conmovedoramente expuesta en su discurso de junio de 2009 en El Cairo. Israel, sordo a los ruegos de Obama, está más alejado de la reconciliación con Palestina y más próximo a la guerra con Irán que nunca.

Asimismo, pese a las gestiones hechas para mejorar las relaciones bilaterales más importantes de EE UU –las que mantiene con China y con Rusia– los vínculos con esos dos países se han ido tensando cada vez más, a causa –en el caso más reciente– de la intransigencia del Kremlin respecto de Siria y la conducta oficial china en el mar de la China meridional.

Pero el globo que se ha desinflado más puede ser el que Obama soltó en Praga en abril de 2009, cuando propuso un rápido y serio avance hacia un mundo sin armas nucleares. Un buen comienzo se logró con el nuevo Tratado START entre EE UU y Rusia para limitar los despliegues de armas estratégicas, la conferencia de las partes encargada del examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares, en gran medida lograda, y la fructífera Cumbre sobre la Seguridad Nuclear, organizada por EE UU, pero, a lo largo del año pasado ha faltado, tristemente, el espíritu optimista al que se debieron esas iniciativas.

Este mes, un grupo de dirigentes políticos, militares, diplomáticos y científicos de catorce países se reunieron en Singapur en la Red de Dirigentes de Asia y el Pacífico en pro de la No Proliferación y el Desarme Nucleares. Expresaron su profunda decepción ante lo que calificaron de «evaporación de la voluntad política» evidente en las gestiones regionales y mundiales con miras al desarme nuclear. Aparte de otra bastante fructífera Cumbre sobre Seguridad Nuclear de Seúl en marzo, las noticias procedentes del frente del desarme han sido en verdad desoladoras durante el año pasado. Otras negociaciones con Rusia sobre la reducción de armamento quedaron interrumpidas mucho antes de que comenzara la campaña presidencial en EE UU. Entretanto, ningún otro Estado que disponga de armas nucleares ha manifestado el menor interés por las negociaciones bilaterales o multilaterales sobre su reducción hasta que las dos mayores potencias, que actualmente cuentan con el 95% del arsenal mundial, haga otras reducciones importantes.

Prudentes iniciativas iniciales de EE UU con miras a modificar su doctrina nuclear –en el sentido de aceptar que el «único objeto» de las armas nucleares es el de contrarrestar amenazas nucleares y ningún otro– no han dado fruto. Las negociaciones para abandonar el estado de alerta de las 2.000 armas nucleares que permanecen en ese absurdamente peligroso estado, propio de la Guerra Fría, nunca han llegado a comenzar. Tampoco hay señales de avance con miras a la entrada en vigor del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE) y tampoco los ha habido para salir del punto muerto en la negociación sobre un nuevo tratado encaminado a prohibir la producción de material fisionable con vistas a la fabricación de armas nucleares, avances insignificantes con miras a celebrar una conferencia para crear una zona sin armas nucleares en Oriente Medio y una auténtica aceleración de los programas de fabricación de armas nucleares en India, Pakistán y China.

Así, pues, ¿quién tiene la culpa? Algunos acusan al propio Gobierno de Obama de enviar señales ambiguas o peor aún: según han observado, EE UU ha modernizado su arsenal nuclear, ha creado nuevos sistemas de armas tradicionales y de defensa contra misiles balísticos y ha estado demasiado dispuesto a ceder ante el nerviosismo de sus aliados europeos y del Asia nordoriental ante la posibilidad de que se limite la dimensión nuclear del amplio paraguas disuasorio bajo el que están cobijados.

Pero resulta difícil pasar por alto la enorme constricción que ha impuesto un ambiente político intensamente partidista y negativo en EE UU. La intransigencia republicana ha impedido la ratificación del TPCE, que sería un gran cortocircuito internacional, casi ha matado el Tratado START al nacer y ha hecho que se coloque a una altura casi imposible de alcanzar el listón de unas nuevas negociaciones con Rusia y China. Tampoco hay señal alguna de que vaya a modificarse ninguna de esas posiciones, en caso de que Mitt Romney sea elegido presidente.
Las preocupaciones internacionales han resultado agravadas –para los miembros de la Red de Dirigentes de Asia y el Pacífico en pro de la No Proliferacion y el Desarme Nucleares, sin lugar a dudas– por la estridencia de las declaraciones de Romney sobre el asunto de China y Taiwán, además de su extraordinaria identificación de Rusia como «enemigo geopolítico número uno» de EE UU. Algunos dirán que resulta ingenuo desear un mundo sin armas nucleares y más aún creer que se pueda lograrlo, pero no es una ingenuidad estar preocupado por las armas de destrucción más indiscriminadamente inhumanas jamás inventadas –de las que siguen existiendo 23.000– con una capacidad destructiva conjunta de 150.000 bombas de Hiroshima y tampoco lo es considerar que la no proliferación y el de-same están inextricablemente vinculados, que, mientras algún Estado conserve armas nucleares, otros querrán tenerlas. La posición verdaderamente ingenua es la de creer que la capacidad política y unos controles infalibles, más que una pura y simple boba confianza en la suerte, han permitido al mundo librarse de una catástrofe provocada por armas nucleares durante casi siete decenios. No es una ingenuidad creer que la disuasión nuclear es a un tiempo operacionalmente frágil y de una utilidad totalmente dudosa para mantener la paz. Tampoco es una ingenuidad creer que, aunque no se pueda anular la invención de las armas nucleares, sí que se puede ilegalizarlas en última instancia.

No se puede culpar a Obama por haberlo intentado. Incluso los globos desinflados son mejores que un planeta devastado.

Gareth Evans
Ex ministro de Asuntos Exteriores de Australia. Copresidió la Comisión sobre la No Proliferación y el Desarme Nucleares