España

Los sicofantas

La Razón
La RazónLa Razón

Un sicofanta es un calumniador, un difamador que ha alcanzado la excelencia en lo suyo: la maledicencia, pues de los trabajos con los que se gane la vida nada sabemos, excepto que le debe faltar tiempo para ejercerlos con verdadera dedicación, teniendo en cuenta el mucho que consagra a la mendacidad, la insidia y la acusación airada. Últimamente abundan las noticias relacionadas con sicofantas que acosan a políticos de una u otra ideología –aquí, de ser insultado, no se libra ni Dios–; reciben toda suerte de improperios ofensivos o amenazas: periodistas, personajes públicos, famosos, famosillos, anónimos autores de «blogs»… El fenómeno se multiplica en los medios digitales, donde la cobardía se convierte en «atrevimiento» pues vilipendiar, humillar y ultrajar en Internet es un acto «anónimo». Crece la sensación de que lo que tiene que ver con Internet es «gratuito e impune». Que pagar la conexión mensual de adsl otorga un derecho de pernada electrónico: acceso ilimitado a contenidos gratis (legales o no) además del inconmensurable placer de dar por saco sin tener que dar la cara. A los sicofantas electrónicos se les denomina «trolls». El «troll» se cree amparado en el supuesto anonimato que propicia Internet, (que no es tal, dado que cada ordenador tiene unas IPs que lo identifican y que son su «carnet de identidad»); el «troll» dispone de tiempo y hace perder el tiempo a los demás, lo que le produce un gran y estúpido regocijo. Hay algunos «trolls» que tienen mucha gracia, y hay muchos desgraciados. El idioma español, insuperable a la hora de crear imprecaciones y dicterios, está alcanzando altas cotas de bajeza, valga la contradicción entre términos, con los sicofantas de la www. La democracia –lo advertía Alexis de Tocqueville– produce resentimiento. Y la expresión anónima del resentimiento es una de las pocas auténticas delicias democráticas que, hasta ahora, se disfrutan en España. Eso hasta que algún juez le ponga límites, como ya ha ocurrido en otros países con un idioma menos acerado que el nuestro. Decía Teofrasto, en boca de un personaje: «No hay quien viva en esta ciudad por culpa de los sicofantas. ¡Qué abominable es el clan de los demagogos!». Los sicofantas son amargados profesionales, o acomplejados de oficio, divertidos revoltosos, frustrados desocupados, voceros de carrera del insulto y la invectiva… Se dice que la difamación es inherente a cualquier régimen democrático. Si eso es cierto, España es la democracia más preclara que ha alumbrado Occidente.