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Profesionales de la falsedad por Luis del Val

La Razón
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Cuando Clemençeau aconsejaba que un político, antes de desayunar, era conveniente que se comiese un sapo crudo, quizás se quedó corto, porque este ejercicio para contener las náuseas podría ser también aplicado a los economistas contemporáneos, maestros en el difícil arte de pronunciar falsedades enfáticas, sin que la piel del rostro se resquebraje, tras un intenso sonrojo de alto voltaje. El caballero de la foto parece que se acaba de engullir el batracio sin cocinar, con la asimilación de todas sus viscosidades, y quizás, de ahí, esa desaparición de los labios, fruncidos hacia adentro, más que por asco –un economista coetáneo está tan acostumbrado al asco como las rapaces a la carroña– por la necesidad de guardar silencio o de expresar cualquier término que fuera tomado por debilidad o aversión hacia las medidas adoptadas; de ahí esa mirada de saurio, de cocodrilo contemplativo, dispuesto a no dejarse impresionar por cualquier circunstancia, por grave y terrible que sea.

Este caballero ha definido, hace unas horas, la labor que debe desarrollar el Banco Central Europeo: «Nuestro mandato no es resolver los problemas financieros de los estados, sino asegurar la estabilidad de los precios», una declaración tan inquietante como si el Cuerpo de Bomberos declarara enfáticamente: «Nuestra labor no es apagar los incendios, sino asegurarnos de que la leña del bosque se mantenga en un grado de humedad ortodoxo». Naturalmente este señor es un mandado, un mandado de alto rango, que no tomará ninguna medida heterodoxa, a no ser que se lo indique Angela Merkel. Ahora bien, la ortodoxia puede ser letal. La ortodoxia, como la perfección, haría el mundo inhabitable, y hasta en la física hay ocasiones en que la la ortodoxia se olvida, gracias a lo cual un átomo de carbono y un átomo de hierro se olvidan de las reglas aparentemente inamovibles y es posible que produzcamos acero.

Si España ha de trabajar duro, se trabajará duro, pero si todo el trabajo sólo sirve para que los jubilados de Massachussets o de Friburgo vivan muy bien gracias al alto interés que consiguen sus fondos de pensiones con nuestra deuda, y si nuestros sacrificios sólo sirven para abonar intereses, sin que jamás podamos amortizar parte del principal, entonces ni siquiera hará falta que un tonto contemporáneo como Cayo Lara aplique demagogia incendiaria a la situación por la que pasa nuestro país, bastante peor que la de 1898. A esto ayudan los tontos contemporáneos regionales, como los que, ayer, en Valencia, ante la solicitud de ayuda financiera del presidente de la Comunidad, salieron pidiendo elecciones anticipadas, que es como si, durante el hundimiento del «Titanic», los encargados de la sala de baile, se quejaran de que las luces parpadean y deslucen el ámbito.

La diferencia entre un demagogo profesional como Cayo Lara, al que se le ve el plumero en la segunda línea de su previsible discurso, y un profesional de la falsedad, como el caballero de la fotografía, es que éste calza muchos más puntos y engaña en un ámbito internacional. Por ejemplo, cuando este señor, que parece que se acaba de tragar un sapo, era vicepresidente de Goldman Sachs ayudó a los mentirosos griegos a ocultar su déficit a la Unión Europea para que siguieran recibiendo créditos y ayudas. Ahora, atrincherado en la ortodoxia, le niega a la sincera España que pueda rehacer, con un poco de heterodoxia contable, su vida financiera. Pero puede que ignore que el tamaño del sapo aumente de tal manera que sea imposible, no ya tragárselo antes de desayunar, sino digerirlo, incluso cocinado, porque la ortodoxia letal será letal para todos. Y, entonces, incluso los jubilados de Massachussets o los de Friburgo, que son los que le importan a Angela Merkel, no podrán cortar sus cupones de beneficio, porque España y, luego, el resto de Europa, se habrán declarado insolventes.