Estreno
«Por quién doblan las»
Era la época de la adolescencia en que yo quería escribir como Hemingway. En español o en inglés, fui leyendo la totalidad de su obra cada vez más cautivado de su estilo hasta que, de la manera más inesperada, alguien me advirtió de que no perdiera el tiempo con las versiones que circulaban en España de «Por quién doblan las campanas» porque se hallaban mutiladas por la censura. Creo que fue un cubano, exiliado y amigo de un tío de mi madre, el que, al final, me consiguió un ejemplar íntegro de la obra. La novela se apoderó de mí desde la primera línea. A décadas de distancia, aún cuando considero que Hemingway distaba mucho de ser un gran escritor y cuando estoy al cabo de la calle de su conducta, bastante indigna, durante la Guerra Civil, debo reconocer que se trata de un texto que merece ser leído, ya que «Por qué…» es, por encima de todo, una historia de amor.
Lo peor de cada hombre
En el idilio de la pobre María, rapada al cero y violada, con el voluntario de allende los mares se recoge la veracidad de ese dicho que afirma que en las guerras sale lo mejor y lo peor de cada hombre. Precisamente a partir de esa ternura, de esa entrega es cuando se puede aceptar la veracidad de los versos de John Donne que dan título a la obra, aquellos que afirman que cada ser humano que muere forma parte de la Humanidad como cada uno de nosotros y que, precisamente por eso, no se debe preguntar por quién doblan las campanas, ya que lo hacen por nosotros mismos.
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