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Un recuerdo por María José Navarro

La Razón
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Este viernes, coincidiendo con el Día Mundial del Alzheimer, me acordé mucho de una vecina de mi madre. Agustina había vivido toda la vida en el tercero B con dos de sus hermanos, pero cuando le diagnosticaron la enfermedad ya estaba sola, así que era raro el día en el que no bajaba un piso a charlar un ratito con nosotros para que las horas pasaran algo más rápido. Al principio eran apenas despistes. Les mentiría si no les dijera que algunos de ellos nos hicieron reír. Una tarde llamó al timbre con la plancha en la mano. «Yo no se qué le pasa a esta radio que soy incapaz de sintonizarla». Pienso en Agustina y pienso en lo chica que era yo, en la sensación que tenía de que todo eso sólo podía pasarle al resto, convencida de poseer el blindaje perfecto para estar a salvo. Los años, ya lo saben Vds, te regalan unas gafas de cerca y comienzas a darte cuenta de la verdad. Este viernes me acordé de Agustina, y de María Luisa, que perdió hace poco a su madre. De Lina, que tiene a la suya en esa fase en la que aún lucha contra todo y contra todos sin remilgos, resistiéndose a aceptar que ya no es dueña de su voluntad. De Perico, con las dos abuelas enfermas. Ellas ya no reconocen a nadie, pero se reconocen entre sí. Y de Patri. Mucho de Patri. «Si no fuera por la enfermedad, yo me habría perdido muchos momentos de mi madre. Ahora no tengo más remedio que pasar mucho tiempo con ella y lo aprovecho». Esto tan torpe quiere ser hoy un homenaje a los que cuidan y quieren sin esperanza.