Bankia

Rato a punta de pistola por Martín Prieto

La Razón
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Un bróker de los que están estrangulando nuestra financiación me comentaba tras la dimisión de Rodrigo Rato al frente de Bankia: «Un hombre con su historial político y financiero no toca la campana para entrar en Bolsa si no está razonablemente seguro de no quedarse colgado del badajo». Decía Napoleón que cuando no se quería aclarar algún problema lo mejor era crear una comisión. Y en nuestra historia democrática no ha habido comisión parlamentaria que haya aportado luz en las sombras de la caverna de Platón. Rato es uno de nuestros más brillantes oradores y debió pensar: «Yo voy a la Audiencia Nacional como imputado pero antes hablo en las Cortes». De su ordenada deposición se deduce que Fernández Ordoñez, Gobernador del Banco de España, y su equipo, le pusieron una pistola simulada en la espalda para que saliera a Bolsa. El Banco de España intimida, como cuenta Mario Conde en sus memorias, y te puede intervenir con un alzar de cejas. Rato tenía obligación de plegarse a uno de sus reguladores. Las siete cajas, como las siete hermanas descarriadas, que se le endosaron a Rato tenían agujeros negros del espacio que no fueron puestos sobre la mesa ni por el Banco de España ni por la Comisión Nacional del Mercado de Valores. En una cena de gala en Palacio me sentaron junto a Miguel Blesa quien, por aliviar la conversación, me contaba que habían abierto una de las cajas fuertes de Caja Madrid y habían encontrado una cucharilla de plata de la cubertería real, proveniente del empeño de un mangante, y se la había devuelto al Rey con un tarjetón. Me temo que cuando se abrieron todos los armarios de caudales lo más valioso que encontraron fue la cucharilla. No obstante Blesa no ha sido citado por el juez, ni Virgilio Zapatero, ex ministro y amigo de Felipe González. Rato nos enseñó por televisión y con muñecos de plastilina como convertir pesetas a euros y cuando dejó la Vicepresidencia económica nuestra prima de riesgo era igual que la de Alemania. Un informe del Fondo Monetario Internacional justifica la dimisión de Rato por una acumulación de descoordinaciones y errores arrastrados desde décadas. Lo único que se le puede reprochar es haber dado paso a Strauss-Kahn, azote de las camareras de hotel. Bajo la presión del Gobierno socialista, el Banco de España y la CNMV tuvo que hacer de doctor Frankestein uniendo miembros putrefactos con otros salvables. Fue el primero en rebajar los sueldos de los directivos y se marchó renunciando a la indemnización que le correspondía. El periodismo estadounidense tiene una norma: «Si parece un pato, habla como un pato y camina como un pato, lo más probable es que sea un pato». Será difícil, incluso judicialmente, cuestionar la honradez y la profesionalidad de este hombre, máxime comparando sus argumentos con los de Fernández Ordoñez (el ventilador sobre la bosta que todo lo hizo bien) o la delicuescencia espectral de Elena Salgado que miente por omisión. En algún momento de esta historia a Rodrigo Rato le han empujado hacia adelante con el caño de una intimidación, pero es inverosímil que le conviertan en el pato de la boda.