Historia

Sevilla

Viejos tiempos por Alfonso Ussía

La Razón
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El fallecimiento de Claudio Carudel, el pequeño pero grandísimo «jockey», me ha traído la melancolía de los viejos tiempos de nuestro Hipódromo, aquellos en los que aún predominaba el señorío. Claudio –Claude– Carudel, contribuyó de manera decisiva al engrandecimiento de nuestras Carreras de Caballos, y como recuerda Maurice Delcher, otro «jockey» francés afincado en España, las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo conforman la edad de oro del «turf» español. Se dedicaban grandes espacios en los periódicos a las carreras, y en las temporadas de otoño y primavera, La Zarzuela era cita ineludible de miles de aficionados, que abarrotaban su formidable recinto. En verano, Lasarte, inmediato a San Sebastián, y en invierno, Pineda, en Sevilla. Más de 1.600 carreras ganó Carudel sobre un purasangre, marca inalcanzable para los mejores del mundo. Con Carudel y Delcher, aterrizó en Madrid un tercer francés, Larre, otro grande, y en España teníamos a Román Martín, a Ceferino Carrasco y otros estupendos jockeys. Al final, también tuvimos a Carudel, que se quedó con nosotros y españolizó su nombre.

Hipódromo elitista y social, con cuatro categorías, todas frecuentadas. La gran figura, máximo exponente de la caballerosidad –en este caso el término es adecuado porque se trata de señores sobre caballos–, el duque de Alburquerque, Beltrán Osorio, pintado por «El Greco» cada domingo. Lo que fue Carudel en el profesionalismo, lo representó el Duque –«The Duke» lo llamaban en Inglaterra por sus constantes presencias en el «Grand National» de Aintree–, entre los aficionados, mojando la oreja a los profesionales en carreras compartidas, y ganando con «Tebas», nacido y criado en El Soto de Algete, el Gran Premio de Madrid. Cuando murió el leal y ejemplar Jefe de la Casa del Viejo Rey, Don Juan De Borbón, fue llorado con parecida intensidad en Inglaterra como en España. Por ahí, José Padierna, conde de Villapadierna, el más «pera» de la época, fantástico propietario, generoso y derrochador, también automovilista , con su hongo gris en la tarde del «Derby». Villapadierna fue un Portago más medido y mucho mejor educado. El marqués de La Florida, Luis Benítez de Lugo, dueño de «Roque Nublo», la sombra de «Sultán el Yago» de Margarita de Jonescu. Familias tradicionales que le daban a las carreras de caballos mucho más de lo que recibían. Los Álvarez de las Asturias Bohorques, los Figueroa, los Fierro, los Blasco, los Beamonte, los Ussía–con perdón–, que fueron separándose de su Hipódromo a medida que iban llegando los tramposos y fulleros.

Mucho daño hizo el propietario argentino Jorge Antonio, peronista exiliado con un saco de millones en el talego. Principiaron las sospechas de dopajes, y algunos entrenadores de la gran nación austral encontraron en España su permanente agosto. Ramón Mendoza fue un excelente propietario, pero metió en el Hipódromo a Lorenzo Sanz, como hizo posteriormente en el Real Madrid, con resultados negativos. Pero aquello no era lo que fue ni volvería a serlo. No obstante, los grandes se empecinaron en impedir que el Hipódromo de La Zarzuela perdiera su vigor social y su importancia deportiva, y Claudio Carudel, hasta que las fuerzas se lo permitieron, se mantuvo en la cúspide de los elegidos.

Al Hipódromo me acompañó en alguna ocasión Santiago Amón, gran admirador de la elegancia de Villapadierna. «Aquí me ves, antiguo comunista y admirando la estética de un conde». Cuesta de las perdices, encinas del Pardo y La Zarzuela, apostadores, aficionados, ligones, solteras, casadas y busconcillas de trinques efímeros o permanentes. Hoy, con la muerte de Claudio, recuerdo aquellos dibujos y antiguos paisajes de auténticos deportistas y señores. Y lo recuerdo con buena melancolía, extrañamente. Porque a mí, las Carreras de Caballos me aburrían una barbaridad. Iba al Hipódromo a ligar. Lo malo era el acné juvenil.