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Gobernador de Barataria: por J A Gundín

La Razón
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Por ahí fuera se espera de los españoles que, además de correr toros, no defraudemos ni como quijotes ni como sanchos, que nos atengamos al guión del mismo modo que de un argentino se esperan milongas o de un mexicano que cante rancheras entre degollina y balacera. En tiempos de tribulación, lo más firme y sólido es el tópico, porque es lo único que los mercados ya se han cobrado por anticipado. Es posible que el 15-M y su hormonal puesta en escena alimente la imagen quijotesca de España como tierra de gentes pasionales, algo caóticas, inconstantes y poco fiables. Pero lo que nos conduce al corralito no es el desvarío de Don Quijote, sino la negligencia de Sancho. Es decir, la desidia del gobernador de esa ínsula Barataria llamada Banco de España, que ha rebajado a bono basura la credibilidad de su país. Es inaudito, además, el daño causado a una Banca que hasta hace pocos años campeaba retadora en la City, conquistaba la confianza de Iberoamérica, se ensanchaba en EE UU y desembarcaba en China. La forma española de hacer banca tenía prestigio y suscitaba admiración. Ahora, sin embargo, ha pasado de caballero andante a ser manteada sin misericordia por follones y malandrines, que así se llamaban antes a las agencias de calificación y a los auditores externos. Lo cierto es que tenemos el crédito agotado, nadie se fía de nosotros y nos señalan como al vecino chapucero y mentirosillo, sobre todo desde que el Gobierno socialista engañara con el déficit. Hay dos mil ayuntamientos (el 25% del total) que deberían ser intervenidos por no presentar planes de ajuste y sobre varias autonomías pende la sospecha fundada de que burlarán el control del Estado envolviéndose en la bandera del victimismo. ¿Usted se fiaría de alguien así? La prima de riesgo, tampoco.