Afganistán

Lo que España se juega en EE UU por César Vidal

La Razón
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La próxima semana se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Durante estos últimos meses, me he dedicado a diario a relatar cómo ha ido discurriendo la campaña electoral y también cómo han ido evolucionando la opinión y las intenciones de voto de los 315 millones de ciudadanos con que cuenta esta gran nación. Llegados a este punto, casi al pie de las urnas, sería oportuno preguntarse qué se juega España con la victoria de uno u otro candidato. Aunque es cierto que España tiene a día de hoy una importancia secundaria para Estados Unidos, no es menos verdad que ambos candidatos la han mencionado en el curso de la campaña como ejemplo de una administración poco responsable que, gracias al aumento del gasto público, ha arruinado a la nación y aunque es innegable que España es observada a través del prisma de la Unión Europea, la forma en que cada candidato contemplaría a nuestra nación es acentuadamente distinta. Por supuesto, la diferencia entre ambos candidatos no vendrá señalada por la reacción ante un proceso bélico del signo que sea. Tanto Obama como Romney esperan de España que se quede en Afganistán hasta que el árbitro pite el final del encuentro e igualmente ambos dan por supuesto que nuestra nación cumplirá como un aliado leal –es decir, exactamente todo lo contrario de cómo se comportó Zapatero con la retirada de Irak y el llamamiento a la deserción de Túnez– en el caso más que posible de una intervención armada contra Irán. Si ese apoyo tiene que ir más allá de la utilización de bases militares en nuestro suelo o la cooperación de nuestra inteligencia es algo que se verá en su momento, pero, previsiblemente, no habrá diferencias de conducta ni exigencias distintas entre uno y otro candidato. Más relevante para España y de respuesta no tan similar es el tema de nuestra delicada situación económica. ¿Cómo se comportarían los dos candidatos en el caso de un eventual rescate económico de España? En el caso de Romney –un hombre con notable experiencia empresarial y muy limitado bagaje en las relaciones internacionales– España es lo que aquí se denomina un «basket case», es decir, una causa perdida digna de ser arrojada a la papelera. España es contemplada por Romney sólo como un problema internacional que se valora en relación con el daño que puede causar a otros, que se presenta como ejemplo de lo que no hay que hacer en el terreno del gasto público y que no debería esperar ayuda económica internacional en un momento de dificultad. Al igual que las empresas del automóvil de Ohio, lo más seguro es que el candidato republicano haya llegado a la conclusión de que España tendría que quebrar para purgarse –en todos los sentidos– de sus malas prácticas y así continuar su andadura el día de mañana sobre bases más sólidas. La posición de Obama –un presidente de discutible economía, pero con una visión internacional mucho más amplia que la de su contrincante– coincidiría con Romney en el hecho de que no hay que seguir la errónea senda del gasto público acometida por España, pero, a la vez, diferenciaría claramente entre nuestra nación y Grecia y se mostraría partidario de no permitir la caída. Al respecto, ya en mayo de 2010, cuando España estuvo en quiebra por unas horas gracias a la incompetencia rampante de Zapatero, Obama fue uno de los personajes que contribuyó de manera más relevante a impedir que la nación se precipitara en el abismo. Esta misma semana, Obama volvía a repetir que no se podía permitir que España cayera. Igualmente, fuentes demócratas señalan en Estados Unidos que si Rajoy no solicita el rescate económico de España en estos momentos se debería a algún tipo de acuerdo alcanzado al respecto con Obama. Por un lado, Rajoy estaría evitando un impacto económico internacional que no beneficiaría al demócrata y, por otro, Obama le habría prometido un apoyo ulterior no menos internacional. Esas son las posiciones, pero el juicio fundamentado sobre lo qué es más beneficioso para España y de cuál de los dos candidatos derivaría constituye una cuestión muy diferente. A decir verdad, ¿es mejor que España quiebre y, tras realizar unas reformas profundas, logre levantarse sobre bases más sólidas o, por el contrario, resulta más conveniente que no llegue a desplomarse nunca?



César Vidal
Enviado especial a las elecciones de Estados Unidos