Estados Unidos

La gran provocación por José María Marco

La Razón
La RazónLa Razón

Los ataques a las embajadas norteamericanas, y a las de varios países occidentales, no deben ser interpretados como la demostración de que se han cumplido los peores augurios formulados sobre los procesos de cambio en los países musulmanes, la llamada «Primavera Árabe». Son sobre todo una prueba para los nuevos gobiernos de esos mismos países y también para la resistencia de las formas de sociedad, de vida en común, que poco a poco se han ido poniendo en marcha en muchos de ellos. Libia resulta un caso particularmente llamativo, porque allí las elecciones dieron un resultado inesperado, con un menor respaldo del que se esperaba a las opciones fundamentalistas. La prueba resultará decisiva en Egipto, país estratégico con un Gobierno dominado ya definitivamente por los Hermanos Musulmanes, y en Túnez, uno de los países musulmanes donde la transición está resultando más ordenada.
No cabe duda de que es una maniobra organizada. Para llevarla a cabo han bastado grupos pequeños y bien movilizados, que no tienen por qué contar con el respaldo del conjunto de la población. No resulta verosímil achacarlo todo al infame vídeo anti musulmán, como pretende hacer la administración norteamericana. El vídeo parece más bien el pretexto para una provocación meditada con antelación. La extensión del movimiento da también la medida de la opacidad que rodea a los grupos fundamentalistas islámicos y la dificultad de prever movimientos, incluso siendo tan amplios como este. Sabemos poco de lo que está ocurriendo, y eso debería llevarnos a intensificar la colaboración –incluidos los aspectos institucionales–, no a aislarnos unos de otros.
Lo ocurrido plantea también un desafío a Occidente y en particular a Estados Unidos. No ha salido bien parado de unos ataques que indican que la gran potencia mundial no goza del respeto del que disfrutaba antes. La presidencia de Obama, con sus gestos de desprecio hacia Israel y su eterna política de mano tendida, no ha fortalecido la posición de los americanos. Es una mala noticia para el conjunto del mundo, incluidos los países árabes y musulmanes. Tampoco, por otra parte, parece adecuada la respuesta ofrecida por el lado republicano. Está bien pedir más firmeza, pero como esas apelaciones suenan siempre a nostalgia de los años de Bush, sería conveniente empezar a diseñar una estrategia que encuadre esa misma firmeza en una política distinta de la famosa del «nation building» y la ocupación armada. Si no se articulan otras opciones, lo único que se conseguirá será apuntalar la pulsión de retirada que lleva a los occidentales a encerrarse dentro de sus fronteras, con la ilusión de que así estarán más seguros. No es así, como sabemos de sobra.