Atlético de Madrid

Bilbao

Destitución

La Razón
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La miseria, cuando no despierta envidia, produce resignación, desesperación, o ese pesimismo ingrávido que permite a muchos seguidores del Atleti empezar cada temporada con ilusión renovada que al cabo de unos pocos encuentros huele a rancio. Mientras en el Madrid echan cuentas de la cantidad de goles que pueden marcar este curso, más de 130 al paso que va, en el Atlético, después de sumar dos en cinco partidos a domicilio y de haber pagado por Falcao la recaudación del «Kun», se plantean despedir al entrenador, que es lo más cómodo y también lo más sensato.

Con Gregorio Manzano el Atlético empezó como un cohete y presagiaba toda clase de éxitos. Jugaba al fútbol, o sea, combinaba, corría, entretenía, agradaba, marcaba goles y Falcao era capaz de rematar una sandía. Pero fue llegar al Camp Nou, encajar el 5-0 de aquella manera y el cuento se acabó. En casa, aún templa; fuera es el horror: no corre, no pelea, no crea ocasiones de gol, facilita otras increíbles al contrario y sus maneras son propias de un equipo deprimido. Conclusión: el Atleti es deprimente. Manzano, inspirado al principio, ahora no sabe cómo convencer a los jugadores de que son infinitamente mejores de lo que parecen. Ha caído en el pecado original de este club desde que lo estigmatizó el gilismo: los futbolistas buenos se vulgarizan y los malos se hacen peores. Los tres goles de Bilbao dolieron, los de Getafe han abierto un brecha difícil de sellar entre la institución y el técnico. El bálsamo zaragozano ha caducado. Manzano está casi en la calle. Y Mourinho, regañando a su afición.