Riad
Un pañuelo
El periodista Mariano Guindal acaba de sacar (directamente a las estanterías de los mejores comercios del ramo y con la intención de que Vds. lo compren, oigan) el libro «El declive de los dioses» en el que, como afirma el propio autor, cuenta los secretos de la transición económica española desvelados por un testigo de excepción (sic). Mariano –del que diremos para seguir la ola entusiasta que nos abraza, que tiene un nombre mesiánico– nos deja algunos chismes económicos bastante suculentos y lo hace con la gracia de los comentaristas del fallecido «Dónde estás, corazón», a los que mando desde aquí un sentido pésame mientras aprovecho para aconsejarle a Cantizano que relaje en algún momento sus poses de bellezón o su ego acabará con un problema de colesterol alto.
A lo que vamos, que Guindal desmenuza en su libro algunos cotilleos bien simpáticos sobre temas importantísimos, así que a mí ya me tiene de su parte como me tiene mi Rodríguez Braun, del que se aprende un montón y siempre con una sonrisa de oxidarte los pendientes. Mariano, el del libro en cuestión, nos descubre que las grandes familias adineradas durante la época del franquismo son las mismas aunque tuneadas; que la consulta sobre la OTAN endeudó fuertemente al PSOE y que la banca asumió esa deuda; que los banqueros ni se inmutaron con el golpe de Estado, que Boyer ultimaba un plan de ajuste cuando ganó el PSOE, y algunas otras cosas algo manoseadas ya, pero contadas con gracia. Pero si hay un detalle que puede hacer abrir los ojos al lector y que se le quede cara de haberse olvidado las llaves dentro de la casa, es el de que Ben Laden trabajó en Iberia. Por lo visto, los gestores de las líneas aéreas españolas a finales de los setenta decidieron abrir una conexión entre Madrid y Riad y buscaron a una poderosa familia saudí para que el «bisnes» pudiera salir adelante. Y allí que plantan a Osama, primero como jefe de ventas y luego como empleado. Por lo visto, el muchacho pisaba poco la oficina y cuando se pasaba, lo hacía callandico, que dirían en Navarra. Insiste el autor en que el príncipe saudí sólo intervino para exigir a la compañía de bandera española que pagara un impuesto religioso que tienen que abonar todas las empresas que se instalan en suelo saudí, aunque finalmente se pudo esquivar convenciendo a aquella gente de que aquí tampoco se les cobraba por estar. Aun así, yo creo que la revelación explica muchas cosas de Iberia. Es más, si es el responsable del zumo de naranja que atizan en los vuelos, podemos llegar a otra conclusión más: quiso acabar con Occidente poco a poco, y la verdad es que no le salió mal del todo. Qué pequeño es el mundo y, sin embargo, para cuánto absurdo da.
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