Venecia
Busotti genio del Renacimiento
Durante mi larga estancia en Venecia me hice muy amigo del «sopra-intendente» del teatro de «La Fenice», y tenía carta blanca para huronear a mi gusto por todos los entresijos del histórico coliseo. Eran tiempos de la «dolce vita», y todo en las artes parecía aureolado por el lujo, la osadía y la belleza.
A menudo, asistía a los ensayos y me relacionaba con muchos astros de la época. Hasta que un día apareció por allí un chico fuera de serie, que apenas tenía treinta años y ya se le consideraba un «rey de bastos» en el mundo de la vanguardia. Estaba ensayando su ópera «Lorenzaccio». Un alto cargo del personal me informaba:
–Tú no sabes cómo es Silvano. Primero ha escrito otra ópera, «La Pasión, según Sade», y ahora esta nueva. Las dos las ha dirigido escénicamente. Ha dibujado figurines y decorados. Pero, además, escribe poemas, novelas y artículos sobre la nueva música. Este chico es como un genio del Renacimiento, otro Angelo Poliziano. Ahora, durante la pausa, te lo presento.
Yo no volvía de mi estupor. Era como ver realizadas en otro mis más íntimas aspiraciones. Silvano era todo eso, y dueño absoluto de su música y su teatro. Dudaba yo de que el clima cultural español consintiera en ninguno de sus artistas jóvenes un vuelo tan alto. Así que Busotti tuvo en mí al más rendido y devoto envidioso de su talento y de su suerte, de tan feliz plenitud como la suya. En realidad, no sabía qué decirle, cómo expresarle aquel estupor y buscaba algunas razones para justificarlo:
–Es fascinante lo que haces, porque haces lo que quieres y esto no está al alcance de todo el mundo. Si no te molesta, desearía asistir a tus ensayos; ya tengo el permiso de Ammanatti, pero tú lo decidirás. En España no se ven estas cosas. Busotti accedió y me olvidó al instante, porque lo reclamaban para consultarle no sé qué. Esta fue mi corta relación con aquel mozo extraordinario, que no volvería a ver jamás.
«Lorenzaccio» tuvo sus detractores –como es natural en tales casos– pero no dejó de ser un gran éxito. Estaba lleno de brillantes ideas, que dinamizaban el espectáculo, reproduciendo un palco de teatro desde el que presenciaban la función y hacían los pertinentes comentarios el propio Musset y George Sand, vestida de hombre. Un complementario y pequeño escenario «para-teatral». Aquello también me impactó profundamente. Y así, me propuse imitarle en dos de mis primeros textos: «Sombra y quimera de Larra» y «Tórtolas, crepúsculo y…telón».
–¡Muchas gracias, chico; era formidable! Pero Busotti vive y cuenta con ese historial fascinante, como dueño de muchos talentos en el imaginario moderno. Aunque ya me parece residir en el Parnaso, recibiendo los parabienes de Pico della Mirandola.
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