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Birmania: una «primavera» teledirigida

El partido de Suu Kyi denuncia trabas para hacer campaña

Birmania: una «primavera» teledirigida
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RANGÚN- Hace sólo un año, los birmanos miraban nerviosamente a su alrededor y bajaban la voz para hablar de la opositora y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, incluso cuando la conversación transcurría en la intimidad de sus hogares. Mostrar simpatía por ella en público podía costar la cárcel. Hoy, la imagen de la «Dama» es ubicua: su foto aparece cada día en las portadas de la Prensa, en los salvapantallas, serigrafiada en camisetas e incluso en láminas que ofrecen por un dólar los vendedores callejeros de la avenida Mahabandoola, en el centro de Rangún.

El régimen militar birmano, el más represivo de Extremo Oriente, con el permiso de Corea del Norte, ha emprendido una serie de reformas democráticas que han conseguido entusiasmar incluso a los más escépticos. Sin derramar una gota de sangre, la «primavera birmana», una suerte de primavera teledirigida, ha sido aplaudida en los últimos meses por opositores y observadores internacionales. La UE y EE UU, que han mantenido siempre una actitud muy dura frente al país rebautizado Myanmar por los generales, se plantean ahora levantar los embargos.

Tras la farsa electoral de noviembre de 2010 y la liberación de Suu Kyi días después, los militares han liberado a cientos de presos políticos, aligerado la censura y tendido la mano a las guerrillas étnicas que controlan enormes extensiones de territorio. Incluso han permitido entrar en el juego político al principal grupo opositor, la Liga Nacional para la Democracia (NLD), encabezado por la «Dama». Dejando atrás la clandestinidad, la formación se encuentra en plena campaña para las elecciones de abril, en las que están en juego 48 sillones en el Parlamento, una cifra insuficiente para gobernar, pero clave para poner a prueba las buenas intenciones del régimen.

Tras haber pasado 15 de los últimos 20 años bajo arresto domiciliario, Suu Kyi mantiene ahora una agenda frenética, que coordina desde las oficinas centrales del NLD en Rangún, en cuyo decrépito interior se vive una euforia propia de los momentos históricos. El edificio, sin apenas vigilancia, está abierto a todo el mundo y la militancia suma día a día nuevos apoyos, voluntarios cuya entrega roza el misticismo. Entre paredes llenas de manchas de humedad, se ensayan discursos, se fundan asociaciones humanitarias y ecologistas, se amontona propaganda electoral y se cocinan platos de arroz para alimentar. Los baños de masas de la «Dama» se repiten también en las zonas rurales y los analistas no ven del todo imposible que se cumpla la meta del partido: alcanzar el 100% de los escaños en juego. Los opositores y activistas tratan de no dejarse llevar por la euforia. Muchos recuerdan que quienes timonean las aperturas son los mismos que llevan décadas usando la violencia y el miedo para mantenerse en el poder, enterrando a Birmania en los últimos puestos en todas las listas de desarrollo económico y humano. En privado, varios dirigentes del NLD consultados por LA RAZÓN admitieron que se mantienen alerta para detectar cualquier signo extraño.

La preocupación la hizo pública precisamente ayer el portavoz Nyan Win, denunciando que las «restricciones» a la hora de hacer campaña electoral «van en aumento», por lo que «resulta complicado» decir si las elecciones de abril «serán libres y justas». Por Rangún corren diferentes teorías sobre lo que realmente está ocurriendo entre la élite militar que sigue sosteniendo las riendas. «Hay varios bandos en el régimen y los más reformistas se asustaron con la Primavera Árabe. Aquí ya había pasado algo parecido en 2007 con la Revolución Azafrán y tuvieron que reprimirla a tiros. Se dieron cuenta de que el país está demasiado aislado, quedándose atrás en todo. Y el único socio era China, que exige unas condiciones muy duras. Por eso decidieron abrirse», explicó Thit Saw, propietario de Open News, uno de los florecientes grupos editoriales privados.

Parece que ese «bando» más aperturista alcanzó el poder con la presidencia de Thein Sein e inmediatamente buscó un pacto con Occidente y con Suu Kyi. A cambio de inmunidad y de mantener ciertos privilegios, están dispuestos a abrir un proceso de transición y reconciliación nacional sincero. «Pero si pierden el poder, nadie sabe lo que ocurrirá. Podríamos volver a los años más oscuros», avisa el editor. El ritmo frenético de las reformas, susurran algunos, es una muestra de la incesante lucha de camarillas del poder. Los aperturistas pretenderían así llegar cuanto antes a un punto de «no retorno» en sus reformas.


El país de las oportunidades de inversión
Las potencias occidentales, especialmente EE UU, parecen dispuestas a tutelar la transición, aunque ello conlleve hacer pactos con el antiguo enemigo. Birmania no sólo tiene una enorme importancia geopolítica, sino que presenta infinitas oportunidades de inversión. Con reservas naturales prácticamente vírgenes, 60 millones de habitantes a los que les falta de todo y la mano de obra más barata del Sureste Asiático (unos 20 euros al mes), cientos de empresarios llegan cada día a Rangún para interesarse por las nuevas oportunidades. Para algunos observadores, el primer objetivo a corto plazo del régimen es revocar las sanciones internacionales y permitir la entrada de capital occidental para aliviar las condiciones de vida y mitigar la dependencia de China. Por su parte, el NLD ha accedido a entrar en el juego, convencido de que cuanto más se avance en la senda democrática y más se abra el país al extranjero, más compleja será la marcha atrás.