Literatura

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Solemne por María José Navarro

La Razón
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Alguno de Vds (tampoco vayamos a pasarnos en el número, pongamos que ha sido uno o ninguno) me ha preguntado si «Yo, Leonor» va a regresar algún día. Leonor, que toma desde hace mucho sus propias decisiones, está de retiro hasta que su familia deje de ponérselo a huevo. A la nena, es verdad, le mola crecerse en el castigo, pero la situación es tan exagerada y da para tanto chiste y tanto comentario, da para tantísima risa y tantísima pena y en ocasiones para tantísima rabia, que Leonor prefiere guardar silencio hasta que le falten los argumentos. Tantas facilidades, acaban siendo cansinas por tanto infortunio junto, mucho más para ella que es tipazo y melenón. Las lágrimas de su primillo mayor, un niño que las debe estar pasando canutas, le han dado el último empujón para desaparecer. Me dice, eso sí, que les diga que su «hermana-sollo» sigue poniéndose como «El Tenazas» y que a escondidas se infla a sobaos pasiegos. En realidad, de lo que les quería escribir hoy es de la prima del abuelo de la nena. El abuelo pasa por campechano y la prima inglesa por todo lo contrario. La prima siesa ha aguantado de todo, incluida una película impensable aquí. Ha soportado varias guerras, un marido aparador vintage, un hijo enamorado de un Tampax. Y aun así, la otra noche, permitió ser el icono magnífico del humor de las islas. Esa foto con Daniel Craig, uno de los maromos que más le gustan a Isabel, es un ejercicio de salero de los que ya no quedan. Nos falta mucho para llegarle al tacón cubano de esa autocrítica tan bestia y, a la vez, tan elegante.