Ibiza

Menorca

La Razón
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El verano me lleva a descubrir una isla insólitamente bien conservada, diferente a la medio alemana Mallorca y a la masificada Ibiza, agreste como Formentera, y con un cierto fulgor de tierra inexplorada. Admira que sus habitantes hayan abierto sus puertas a un turismo más bien adinerado sin tener por ello que malvender ni destrozar sus paisajes. Es una isla pequeña que atraviesas en coche en 40 minutos, no son muchas las poblaciones, pequeñas, rodeadas de un verde que lo inunda todo, un azul purísimo que espejea en el cielo y en sus aguas transparentes. Muy justamente urbanizada, algunas villas, masías con sabor a terruño; llena de calas vírgenes a las que accedes a pie tras un paseo, deslumbrantes; otras más acondicionadas para los amantes del chiringuito o pubs exóticos. Pero en todas partes mesura, tranquilidad, rincones con encanto, y el olor a deliciosa caldereta de langosta, una exquisitez ineludible. De entre sus innumerables ofertas para el ocio, me quedo con la reserva marina del norte de la isla, un paraíso submarino para los amantes del buceo con botella. Con el centro de buceo de Fornells, gente de excelente trato, me traslado con mi equipo hasta estratégicas zona de inmersión. A poco más de 20 metros, bajo el mar, impactantes paisajes se te abren a la vista, una visibilidad abrumadora me recuerda al Mar Rojo. Atravieso una montaña submarina, túneles llenos de contrastes de luz, praderas de poseidonia... Mágica Menorca, aquí vuelvo seguro.