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Real imagen por Enrique Miguel RODRÍGUEZ

La Razón
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De las portadas de las revistas de los miércoles me ha impactado la de «Diez Minutos». En la misma aparece un primerísimo plano de la Reina de España Doña Sofía. La misma vale más que un millón de comentarios. Se ha tomado la imagen en la Pascua militar, una de las grandes ceremonias del Estado español. En la citada foto, Doña Sofía refleja una gran pena, que contrasta con todas las demás, en las que aparece, como siempre, perfecta. Magníficamente vestida para la ocasión, sonriente con todos, conversando con las distintas autoridades. No me gusta decir aquello de que es una gran profesional, como si fuera la jefa de personal de un hipermercado; no, es una gran Reina, que ha mamado desde que nació que la corona, y lo que representa, está por encima de todo. Pero en esas largas horas de la ceremonia un gesto la traiciona y le sale el dolor que lleva dentro. Eso es lo que ha captado tan magníficamente la foto que ha llevado a la portada «Diez Minutos». Porque en ese ejercicio afortunado de plena libertad de expresión, que devolvió a los españoles precisamente la corona, algunos comentaristas critican a la Reina por mostrar cariño y apoyo a su hija Cristina, a sus nietos, incluso a su yerno Iñaki Urdangarin. Como si sólo fuera Reina, no mujer, madre y abuela. La parte legal del asunto ya la dejó el Rey suficientemente clara. Tendría que ser de titanio puro Doña Sofía, para no tener esos sentimientos a flor de piel en momento duros para una parte de su familia. Me recordó este tema la dureza de muchos cuando las cosas no van bien. En cierta ocasión me hablaban de un amigo, me decían que iba a terminar en la cárcel por sus complicaciones en varios casos famosos, que lo conveniente era apartarse de la citada persona. Les respondí que efectivamente era un gran amigo mío, que desconocía sus negocios, que nunca había tenido ninguna relación comercial con él, había disfrutado de una amistad llena de afecto y generosidad. Pero que si iba a la cárcel, no tendría reparos en ir a verle. Añadí al grupo de amigos que me daban consejos que se habían comido demasiadas cigalas, bebido demasiadas botellas de vinos caros, habían disfrutado de muchísimas fiestas, de no pocos viajes, a costa del citado personaje como para hablar así de él. Y es que una cosa es la justicia y otra el cariño.